CIUDAD DEL VATICANO, 29 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha pedido que se desvele la verdad sobre los crímenes cometidos contra la Iglesia católica en Guatemala, en particular el de monseñor Juan Gerardi, y ha alentado a los obispos a continuar promoviendo la reconciliación nacional tras la sangrienta guerra civil.
Reconciliación
Al recibir este martes en audiencia a los prelados del país centroamericano, que han venido a Roma para realizar su visita quinquenal al Papa y a la Curia romana, el Santo Padre aplaudió la labor de la Iglesia católica guatemalteca «en la búsqueda de una convivencia armónica y pacífica, basada en los valores de la reconciliación, la justicia, la solidaridad y la libertad».
«Por eso –les dijo–, cuando sea necesario, no rehuyáis la denuncia de la injusticia y proponed los principios de carácter moral que han de orientar también la actuación en la vida civil».
La mayoría de los habitantes de Guatemala, país con 12.639.939 habitantes, son de religión católica. Con los acuerdos de paz de 1996, en los que la Iglesia católica desempeñó un papel decisivo, la nación dejó a sus espaldas 16 años de sangrienta guerra civil que costó la vida a unas 150 mil personas.
En 1976 Guatemala se había convertido en el objetivo de una campaña, lanzada con el apoyo de importantes hombres del ejército y de la política, entre los que destacaron el dictador Efraín Ríos Montt y el presidente Jorge Serrano Elías, con el apoyo financiero de importantes organizaciones de Estados Unidos, para promover la conversión a sectas de origen protestante.
Sangre de catequistas y hombres de Iglesia
Aquella movilización en tiempos de guerra civil creó una campaña contra la Iglesia católica, que se cobró la vida de muchos catequistas, y de hombres de Iglesia. Uno de los últimos, monseñor Gerardi, obispo auxiliar de Guatemala, y defensor de los derechos humanos, fue asesinado el 26 de abril de 1998, horas después de que presentara un informe sobre los abusos cometidos en 36 años de guerra en el que el ejército es acusado de buena parte de los crímenes.
Entre los acusados por este asesinato, cuyo juicio tiene lugar en estos momentos, se encuentran tres militares, un sacerdote y una cocinera.
El obispo de Roma, que visitó dos veces el país centroamericano, en 1983 y en 1996, constató: «La Iglesia en Guatemala ha sido testigo del derramamiento de la sangre de muchos de sus hijos. Además del esfuerzo legítimo por desvelar la verdad sobre esos crímenes execrables –entre los cuales está el de monseñor Juan Gerardi Conedera, obispo auxiliar de Guatemala, asesinado hace ahora tres años– es urgente que se recupere su memoria como «ejemplos de entrega sin límites a la causa del Evangelio»»
«Quiero rendir ahora –dijo el Santo Padre– un caluroso y merecido homenaje a los centenares de catequistas que, junto con algunos sacerdotes, arriesgaron su vida e incluso la ofrecieron por el Evangelio. Con su sangre fecundaron para siempre la tierra bendita de Guatemala».
«Imitando la valentía y entereza de María –añadió–, «vencieron por medio de la sangre del Cordero y por el testimonio que dieron, sin que el amor a su vida les hiciera temer la muerte»».
Doctrina social
Ahora bien, la Iglesia no sólo debe denunciar las injusticias, debe sobre todo promover la justicia, indicó el pontífice. En este sentido, constató, «difundir la doctrina social de la Iglesia adquiere la dimensión de una verdadera prioridad pastoral, tanto para afrontar adecuadamente las diversas situaciones con una conciencia recta, iluminada por la fe, como para fomentar y orientar el compromiso de los laicos en la vida pública».
En particular, el Papa pidió al concluir a los obispos que hagan «un esfuerzo por evangelizar también a cuantos tienen responsabilidades en las diversas áreas de la administración pública».
«Puesto que el Evangelio tiene algo que decirles también a ellos –dijo–, es necesario ayudarles a descubrir que el mensaje de Jesús es valioso y pertinente también para la función que desempeñan».