CIUDAD DEL VATICANO, 31 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha vuelto a elevar su voz para recordar que nadie puede arrogarse el poder de manipular genéticamente a una persona humana y que el reconocimiento de las parejas de hecho es una contradicción en términos que acaba socavando el reconocimiento debido a la familia.

«Cada vez con más insistencia se presentan proyectos que ponen los inicios de la vida humana en contextos diferentes de la unión matrimonial entre el hombre y la mujer», explicó el pontífice al encontrarse en la mañana de este jueves con los profesores y alumnos del Instituto Pontificio «Juan Pablo II» para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia de la Universidad Pontificia Lateranense, con motivo de sus veinte años de fundación.

«Son proyectos apoyados con frecuencia por pretendidas justificaciones médicas y científicas –añadió--. En efecto, con el pretexto de asegurar una mejor calidad de la existencia a través de un control genético, o de hacer avanzar la investigación médica y científica, se proponen experimentos con embriones humanos y métodos para su producción, que abren la puerta a instrumentalizaciones y abusos por parte de quien se arroga un poder arbitrario y sin límites sobre el ser humano».

«El contexto del amor matrimonial y de la mediación corporal del acto conyugal» son para el Papa «el único lugar en el que se reconoce y respeta plenamente el valor singular del nuevo ser humano llamado a la vida».

Pues, como él mismo explicó, «el hombre no puede ser reducido a sus componentes genéticos y biológicos, que ciertamente forman parte también de su dignidad personal. Todo hombre que viene al mundo está llamado desde siempre por el Padre a participar en Cristo, por el Espíritu, en la plenitud de vida en Dios».

Por tanto, añadió, el pontífice, «Desde el instante misterioso de su concepción debe ser acogido y tratado como persona, creada a imagen y semejanza del mismo Dios».

En la audiencia con los profesores y alumnos del Instituto «Juan Pablo II», el pontífice denunció también que «en algunos países, legislaciones permisivas, fundadas sobre concepciones parciales y erróneas de la libertad han favorecido en los últimos años presuntos modelos alternativos de familia, que no están fundados sobre el compromiso irrevocable de un hombre y una mujer a formar una "comunidad para toda la vida"».

Así, constató, «los derechos específicos reconocidos hasta ahora a la familia, célula primordial de la sociedad, se han extendido a formas de asociación, a uniones de hecho, a pactos civiles de solidaridad, pensados según exigencias e intereses individuales, a reivindicaciones orientadas a sancionar jurídicamente opciones presentadas de manera indebida como conquistas de la libertad».

De este modo, añadió Juan Pablo II, con una contradicción en términos (reglamentación de uniones que por definición no quieren ser reglamentadas) se «tiende cada vez más disolver el derecho originario de la familia a ser reconocida como un sujeto social con pleno título».

Manipulación genética y reconocimiento de parejas de hecho en detrimento de las familias tienen, según el Papa, un origen común: «El olvido del principio de la creación del hombre, como hombre y mujer», «uno de los factores de mayor crisis y debilidad de la sociedad contemporánea»,

«Cuando se pierde ese principio --advirtió el pontífice--, se obscurece la percepción de la singular dignidad de la persona humana y se abre camino a una amenazadora "cultura de la muerte"».