GÉNOVA, 5 julio 2001 (ZENIT.org).- «La globalización: un desafío». Este es el título de un libro escrito por el cardenal Dionigi Tettamanzi, publicado en vísperas de la cumbre de los países más industrializados (G-8), que tendrá lugar en Génova, ciudad de la que es arzobispo, del 18 al 21 de julio.
El cardenal Tettamanzi, quien fue durante años catedrático de Teología moral, plantea una pregunta en el volumen, publicado por la editorial «Piemme»: ¿qué se puede decir en la situación actual sobre el fenómeno de la globalización económico-financiera?
El purpurado responde sin caer en los extremismos de quien demoniza o idolatra este fenómeno. De hecho, reconoce que la globalización ha producido y sigue produciendo efectos positivos, incluso para el desarrollo de los países del tercer mundo.
Ahora bien, considera que hay que preguntarse seriamente si una globalización que no está gobernada por los principios éticos de la justicia y de la solidaridad no llevará a una profundización de la brecha entre pueblos ricos y pobres, entre la concentración de la riqueza en manos de unos pocos «Epulones» y la marginación de los millones de «Lázaros» de la tierra.
La globalización económico-financiera no puede tener como criterio absoluto y exclusivo la ganancia, afirma el arzobispo de Génova, sino que más bien, en la lógica de una libertad responsable, debe ponerse al servicio del hombre y de sus derechos, entre los que se encuentra el derecho al trabajo.
La globalización, concluye, es un «dato», del que no se puede huir. No se trata sólo de un simple dato exterior y marginal al hombre, pues el hombre está involucrado como destinatario, como sujeto activo, en su libertad, cuyo ejercicio conduce al bien o al mal.