El mundo católico rechaza el giro terrorista de la protesta antiglobalización

Un joven en servicio militar podría perder un ojo tras estallarle una carta bomba

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ROMA, 17 julio 2001 (ZENIT.org).- La protesta antiglobalización, con motivo de la cumbre del G-8 en Génova el próximo fin de semana, ha tomado un giro improvisado que ha sorprendido en ambientes católicos, dado el clima de diálogo mostrado hasta ahora por el Gobierno italiano y las tomas de posición de muchos exponentes eclesiales en favor de la comprensión de los motivos profundos de la protesta.

Aunque los representantes del alternativo Foro Social de Génova, exponente del llamado “pueblo de Seattle”, han tomado distancia de los dos atentados con bomba que tuvieron lugar ayer en Génova, todo parece indicar que la seguridad de la cumbre se perfila incierta.

El artilugio confeccionado por expertos fue entregado ayer por la mañana en un cuartel de los carabineros de Génova. Se trataba de una carta bomba que produjo heridas en la cara y las manos a Stefano Storri, un joven que hacía el servicio militar. Operado inmediatamente, fue declarado fuera de peligro, pero corre el riesgo de perder la vista del ojo derecho. Otro artilugio, situado frente a la sede principal del ala dura de los manifestantes antiglobalización, fue desactivado anoche.

El presidente del Senado italiano, Marcello Pera, en una entrevista con el nuevo nuncio de la Santa Sede en Italia, monseñor Paolo Romeo, expresó su perplejidad por la tendencia de algunos exponentes católicos a sumarse sin más a la protesta anti G-8. Los dos altos representantes -el nuncio tiene una amplia experiencia africana y latinoamericana- coincidieron en que el problema de la globalización se puede afrontar de manera constructiva sólo “con la puesta en práctica de la responsabilidad política de los países más industrializados”. Monseñor Romeo subrayó que “sin la puesta en común de recursos tecnológicos y la exportación de reglas auténticamente democráticas, la misma importantísima cancelación de la deuda de los países más pobres no sería suficiente”.

Es del mismo parecer el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, que, en una reunión especial de la ONU para África, condenó las formas de proteccionismo de los países más ricos, que crean condiciones de grave desequilibrio en los intercambios comerciales.

A este propósito, Oxfam, una de las mayores organizaciones humanitarias británicas, acaba de publicar un informe según el cual la restricción de los mercados cuesta a las poblaciones de los países en desarrollo 2.500 millones de dólares al año (Brian Kenety «Trade restrictions cost the poor $2.5 billion each year», Third World Network Features 30 de junio de 2001).

Según este informe, a causa de la restricción de los mercados, Bangladesh por ejemplo pierde respecto a Estados Unidos siete dólares por cada dólar que recibe de ayuda al desarrollo. Por el mismo motivo, Bangladesh pierde 5 dólares por cada dólar de ayuda respecto a Canadá, y dos dólares por cada dólar de ayuda en relación a Japón.

Al presentar el informe, Kevin Watkins, explicó que, «en cuanto al comercio, los países industrializados han realizado una política de explotación disfrazada de regulación de acceso a los mercados”. La verdadera liberalización de los mercados no puede ser la única solución para el desarrollo de los países pobres, pero de los datos anteriores se deduce que es una propuesta constructiva. Algo que va más allá de la esterilidad de la violencia.

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ZENIT Staff

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