La destrucción de embriones humanos es algo innecesario e inmoral

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Monseñor Elio Sgreccia y la experimentación científica con el hombre

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CIUDAD DEL VATICANO, 27 julio 2001 (ZENIT.org).-¿Es posible acabar con la vida humana como si fuera un ratón de Indias? Este es el interrogante al que tiene que responder en estos días el presidente George W. Bush y que se convirtió en argumento central de la audiencia que mantuvo con Juan Pablo II el pasado 23 de julio.

En días pasados, un grupo de científicos de Virginia ha asegurado que ya ha creado embriones humanos con el único fin de obtener células madre o estaminales. Estas células pueden ser utilizadas en las investigaciones contra varias enfermedades como el Alzheimer. Se han llegado a pagar hasta dos mil dólares a quienes han donado óvulos y semen.

Otro experimento realizado en Massachussets por el «Advanced Cell Technology» ha llegado a la misma conclusión, pero por un camino diferente: el de la colonación de embriones.
Estos experimentos destruyen la vida humana naciente en aras de la investigación científica. Obedecen, sin embargo, a ingentes intereses económicos de la industria farmacéutica, que se presenta ahora como una inversión prometedora tras el fracaso de muchas empresas de informática e Internet.

Para comprender mejor las implicaciones de estos experimentos, «Radio Vaticano» ha entrevistado al obispo Elio Sgreccia, vicepresidente de la Pontificia Academia para la vida.

–¿Cuáles son las implicaciones éticas de estos nuevos experimentos que se están realizando en Estados Unidos con embriones humanos?

–Monseñor Sgreccia: Sin duda, estos hechos muestran un ruptura inédita, bajo tres aspectos.

Primero, producir embriones para la experimentación está prohibido por todas las leyes hasta ahora conocidas y por las normativas europeas.

En segundo lugar, se da la producción de embriones a través de la clonación, que, en sí misma es negativa, puesto que se trata de crear seres humanos fuera de toda unión sexual, y privados, por lo tanto, de toda conexión con la maternidad y la paternidad. El objetivo es conseguir células estaminales, con una cadena de negatividad: producir para experimentar, y producir a través de la clonación de otros embriones.

En tercer lugar, se da una auténtica comercialización. Para hacer todo esto son necesarios una serie de gastos: comprar óvulos y comercializar las mismas células estaminales.

–En conjunto, ¿cómo valora estos experimentos?

–Monseñor Sgreccia: Son una serie de fechorías que históricamente jamás habían ocurrido, tan graves y tan unidas unas a otras. Por algo la misma sociedad científica se ha alarmado, porque esto crea descrédito para una ciencia que no se pone límites ante el dominio del hombre sobre el hombre.

–¿Existe, por lo tanto, un agravante en el querer producir embriones sólo para crear células madre o estaminales?

–Monseñor Sgreccia: Las células estaminales, cuando son tomadas de los embriones, comportan siempre la muerte y la destrucción del embrión. Existe por tanto una razón científica para alarmarse, puesto que estas células son difíciles de controlar y pueden producir formas impredecibles de tumores. Pero los agravantes están en el hecho de que se da vida a seres humanos para destruirlos. Y además con procedimientos, sea la fecundación «in vitro», o peor aún, la clonación, que en sí mismos son ilícitos.

–¿Qué le responde usted a quien sostiene que estas investigaciones sirven para combatir numerosas enfermedades, como el Alzheimer, el mal de Parkinson y diversos tipos de cáncer?

–Monseñor Sgreccia: Se ha demostrado, afortunadamente, que, para curar estas enfermedades, son válidas e incluso más seguras las células estaminales que se encuentran en el organismo adulto. Desde el punto de vista científico no existe ninguna necesidad de estas prácticas. Está claro, además, que, incluso en el caso de que resultara «necesario», matar a una persona para hacerse con su hígado siempre sería un delito.

No existe necesidad alguna que justifique la supresión de un individuo humano para curar a otro.

Decir que los embriones precoces no son todavía seres humanos en la plenitud de su dignidad es un invención conceptual dada como justificación. El ser humano comienza desde la fecundación y, desde ese momento, merece todo el respeto: el embrión, el feto, el niño y el adulto.

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ZENIT Staff

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