MIAMI, 29 julio 2001 (ZENIT.org).- Con pocos recursos y superando obstáculos, Cáritas Cuba ha levantado en diez años un ejército de 12.000 voluntarios que brindan el amor de Dios a la población de toda la Isla.
El amor se convierte en café con leche para los ancianos, ayuda a madres solteras o calor humano a quienes están enfermos des sida. Los niños con «síndrome de down» aprenden, los campesinos se organizan para producir más y se ayuda a las familias de quienes están en prisión .
De todo esto y mucho más informan cinco representantes de la agencia humanitaria de la Iglesia en Cuba, en el último número de La voz católica, revista de la arquidiócesis de Miami.
«Es increíble lo que han hecho en diez años de existencia» explica en el mismo artículo Thomas Garofalo, representante de Catholic Relief Services, la agencia de ayuda de los obispos de Estados Unidos. «No hay una Iglesia con tanta fuerza como la que he visto en Cuba en mis tres años de visita»..
La presidenta de Caritas Cuba, Maritza Sánchez, recuerda en el artículo publicado por «La voz católica» cómo fueron los inicios de la organización, a raíz de la caída del bloque socialista en 1991 y de la crisis económica que resultó al retirarse los subsidios de la Unión Soviética al país.
Para recibir la ayuda solidaria de Iglesias hermanas, la Iglesia cubana estableció una oficina nacional en La Habana y oficinas en cada diócesis. Cáritas es la única agencia de ayuda en Cuba independiente del gobierno y tiene su autorización.
Lo que ocurre es que fuera de las parroquias, la Iglesia no opera instituciones propias como hospitales, escuelas u hogares de ancianos. Tampoco tiene medios de transporte propios por lo que toda ayuda del exterior que llega por puerto ha de ser canalizada a través de las estructuras del gobierno.
Y sin embargo la Iglesia ha logrado no quedar al margen de las decisiones. Existe una «comisión mixta» (Iglesia-Gobierno) que decide los lugares de distribución. Y cuando el donante pone como garante a Cáritas, «nosotros garantizamos que la ayuda llegue al lugar establecido por el donante», explica Sánchez.
La Iglesia en Cuba también puede recibir fondos de Iglesias hermanas, a través de Cáritas de la Arquidiócesis de Miami o de otras diócesis para proyectos específicos. «Esto es algo entre las Iglesias y el gobierno no interfiere en ello», aclara Sánchez.
Hoy día la ayuda que recibe Cuba ha quedado muy reducida. Hasta hace dos años Cáritas recibía entre $3 y $4 millones de dólares al año en medicinas. Pero «Cuba no es ya una prioridad para el mundo», constata Sánchez.
Por eso la Iglesia ha puesto el énfasis en proyectos de desarrollo, en el entrenamiento y compromiso del voluntariado.
«Siempre seremos mal vistos, pero la obra del Señor no se puede parar», añade Carlos Pulido, que dirige Caritas en la diócesis de Cienfuegos. En su diócesis las familias han abierto sus hogares a los ancianos y 3.600 tienen su café con leche de la tarde, en parte leche donada por los agricultores dado que es algo restringido y sólo para niños menores de 7 años.
La clave, dice Pulido, es actuar sin llamar la atención, porque el gobierno no entiende que esto es parte de la misión de la Iglesia. «Piensa que lo que se hace por amor al prójimo es un acto de oposición».
Para Castro la clave en estos 10 años de vida de Cáritas está en que «hemos aprendido que es posible hacer algo desde lo pequeño». «Hay que enseñar a la gente a no echar la culpa a la estructura del Estado sino a descubrir el poder que la persona humana tiene dentro», subraya.
El diácono Leonel Pérez, director de Cáritas en la diócesis de La Habana subraya que «no sólo somos Iglesia… como Iglesia somos de Cristo y Cristo no vino a enfrentarse al poder de Roma; vino a sanar enfermos, a curar leprosos y a devolver la vista a los ciegos. Ese es nuestro papel».