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Nov 22, 2001 00:00
CIUDAD DEL VATICANO, 22 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el discurso que pronunció Juan Pablo II el 17 de noviembre a la Conferencia internacional «Salud y poder» organizada en el Vaticano por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud.
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Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio; amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que participáis en la XVI Conferencia internacional, organizada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud, sobre el tema Salud y poder.
Dirijo mi afectuoso saludo al presidente de vuestro Consejo pontificio, monseñor Javier Lozano Barragán, a quien agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes. Extiendo mi saludo a todos vosotros, que trabajáis en un campo tan significativo para la calidad de la vida humana y el anuncio del Evangelio.
El argumento de vuestro congreso es difícil y complejo, además de actual y urgente; en particular, es singularmente útil para renovar la cultura del servicio a la salud y a la vida, a partir de la atención a las personas más débiles e indigentes.
En la carta encíclica Sollicitudo rei socialis recordé que "entre las opiniones y actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo y las estructuras que conllevan, dos parecen ser las más características: el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad (...) a cualquier precio" (n. 37).
Me congratulo con vosotros que, durante estas jornadas de estudio, queréis ofrecer una aportación específica para que en el mundo de la salud el ejercicio del poder no se inspire en el deseo de dominio o de provecho, sino que esté animado por un sincero espíritu de servicio. Como en todo otro campo, también en el ámbito de la sanidad el ejercicio del poder resulta bueno cuando promueve el bien integral de la persona y de toda la comunidad.
Esta armonía se realiza plenamente en el misterio de Cristo, en el que el Padre nos ha elegido como hijos adoptivos y con la riqueza de la gracia "nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" Efesios 1, 9-10).
2. Con vuestra Conferencia internacional queréis realizar, a la luz del dato revelado, una lectura profunda de la realidad de la salud según todos sus aspectos. En el mundo de la salud se encuentran e interactúan diversos tipos de poder: del económico y político al vinculado con los medios de comunicación, del profesional al de las industrias farmacéuticas, del poder de los organismos nacionales e internacionales al de las organizaciones religiosas.
Todo esto da origen a una amplia red de intervenciones en las que, por una parte, se observan las inmensas posibilidades existentes para mejorar el servicio a la vida y a la salud, y, por otra, se pone de relieve el riesgo de poderes ejercidos de modo no respetuoso de la vida y del hombre.
Vuestra reflexión quiere ofrecer elementos valiosos a una realidad tan vasta y compleja, con vistas a un discernimiento ético y pastoral, valorando asimismo las contribuciones que surgen de un respetuoso diálogo interreligioso.
Confío en que durante estos días de estudio emerjan indicaciones útiles, especialmente por cuanto concierne a la acción social y espiritual de la Iglesia en el campo del cuidado de la salud, considerada en su globalidad.
Para comprender y vivir correctamente toda forma de "poder" en el mundo de la salud, es necesario mantener fija la mirada en Cristo. Es él, el Verbo hecho carne, quien ha tomado sobre sí nuestras enfermedades para curarlas. Es él quien, habiendo venido no para ser servido sino para servir, nos enseña a ejercer toda forma de poder como servicio a la persona, especialmente cuando es débil y frágil. Es él quien ha asumido la humanidad sufriente para devolverle el rostro transfigurado de la resurrección.
3. La Iglesia, al salir al encuentro de las personas que están enfermas, sufren o son discapacitadas, se siente impulsada por el deseo de anunciar y testimoniar el evangelio de la vida. Así ofrece, al mismo tiempo, una aportación concreta para la construcción armoniosa de la sociedad.
Ante una difundida cultura de indiferencia y, a veces, de desprecio por la vida, y ante la búsqueda inescrupulosa de predominio por parte de algunos sobre otros, con la consiguiente marginación de los pobres y débiles, hoy es más necesario que nunca ofrecer sólidos criterios, para que el ejercicio del poder en el mundo de la salud esté en todas las circunstancias al servicio de la dignidad de la persona humana y del bien común.
Aprovecho de buen grado esta ocasión para realizar un apremiante llamamiento a quien desempeña cargos de responsabilidad en este importante sector, para que con espíritu de colaboración constructiva trabaje por la promoción de una verdadera cultura de la solidaridad, teniendo en cuenta las condiciones de los que viven en países marcados por una preocupante indigencia material, cultural y espiritual.
En este sentido, me hago portavoz de toda persona enferma y que sufre, así como de los pueblos heridos por la pobreza y la violencia, a fin de que surja un futuro de justicia y solidaridad también para ellos y para toda la humanidad.
Ojalá que cuantos tienen el don de la fe se sientan comprometidos de modo especial a testimoniar con su conducta la esperanza evangélica. En efecto, sólo con el amor y el servicio es posible asistir y curar, poniendo de este modo las bases de un mundo renovado.Con estos sentimientos, encomiendo los trabajos de vuestra Conferencia y vuestras personas a la protección materna de la Virgen santa, y de corazón os imparto a cada uno una especial bendición apostólica.
[Traducción distribuida por Radio Vaticano]