El mundo espera de esta Navidad la alegría de la paz, afirma el Papa

Pide a los creyentes ser «fermento profético de un mundo reconciliado»

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CIUDAD DEL VATICANO, 16 diciembre 2001 (ZENIT.org).- ¿Qué es lo que la humanidad espera de esta Navidad? Ante todo paz, constató este domingo el Papa Juan Pablo II.

«La humanidad anhela hoy sobre todo la alegría de la paz –aseguró–. Nos corresponde a los creyentes, con la elocuencia del amor hecho obras, convertirnos cada día en fermento profético de un mundo reconciliado por el amor y vivificado por la alegría divina».

El pontífice pronunció estas palabras en el ambiente típico que precede la Navidad. El Belén, en construcción en la plaza de San Pedro del Vaticano, todavía estaba cubierto por andamios y la decoración del estupendo abeto blanco proveniente de Rumania no había sido terminada

En este domingo, como todos los años, miles de niños y niñas de Roma vinieron a mediodía a rezar la oración mariana del «Angelus» con el Papa y presentarle a su bendición las imágenes del Niño Jesús que colocarán en el Belén de sus casas.

El pontífice les dirigió palabras de cariño y les agradeció su presencia, invocando «paz y serenidad para vosotros y vuestras familias» en estas Navidad.

En el breve discurso que pronunció a los presentes, el sucesor de Pedro aseguró que el mensaje de
la Navidad va dirigido sobre todo a los pobres y a quienes viven en la angustia.

«La alegría es el corazón del Evangelio de Navidad –explicó — Como Madre experta, la Iglesia conoce mejor que ninguna otra institución las dificultades y sufrimientos propios de la vida humana».

«Sabe bien que en la vida de tantos pueblos y de tantas personas la tristeza prevalece sobre la alegría –añadió–, la angustia sobre la esperanza. Pero precisamente a estos hombres y mujeres va destinado de manera privilegiada el anuncio navideño, pues a los pobres Cristo anunció el Evangelio de salvación, «la libertad a los prisioneros, a los afligidos la alegría»».

«Cristo es, por tanto, el auténtico liberador del hombre enviado por Dios a rescatarle del poder del mal y de la muerte –explicó el Papa Karol Wojtyla–. De esta profunda e íntegra liberación deriva la alegría que Cristo da a sus amigos, alegría que como su paz es diferente a la del mundo, superficial y efímera».

«Los graves problemas que circundan la existencia hacen a veces difícil reconocer estos dones de Cristo –constató con realismo –. La tarea de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, consiste precisamente en hacerlos visibles y testimoniar su presencia».

El Papa concluyó proponiendo a los católicos pedir María el que «sean siempre, pero especialmente en la hora actual, testigos creíbles de la alegría de Cristo».

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ZENIT Staff

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