Hermano Roger de Taizé: «Ama y dilo con tu vida»

Carta con motivo del encuentro europeo de Jóvenes en Budapest

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TAIZÉ, 24 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Setenta mil jóvenes de todos los países de Europa del Este y del Oeste, y también de otros continentes, participarán en el XXIV encuentro europeo de jóvenes animado por la comunidad de Taizé del 28 de diciembre al 1 de enero en Budapest.

Serán acogidos en casi 200 parroquias así como en colegios y salones municipales. El parque de Exposiciones (Hungexpo) servirá de lugar de encuentro para las oraciones comunes a las 13h 30 y 19 h 00, y los talleres de reflexión de la tarde. El hermano Roger se dirigirá cada tarde a los jóvenes y será traducido a 20 lenguas.

En una carta dirigida a los jóvenes, titulada «Ama y dilo con tu vida», que servirá de base para los diálogos durante el encuentro, el fundador de Taizé escribe : «Hoy más que nunca se alza una llamada a abrir caminos de confianza hasta en las noches de la humanidad. ¿Presentimos esta llamada? Los hay que, por el don de sí mismos, dan testimonio de que el ser humano no está abocado a la desesperación. (…)Aunque estemos despojados de todo, ¿no somos llamados a transmitir, por nuestras vidas, un misterio de esperanza a nuestro alrededor?».

Juan Pablo II ha dirigido un mensaje a los participantes, en el que les a anima «a ser ´vigías de la mañana´ en esta hora particular en el que el mundo, dividido y preso de la violencia y el miedo, busca signos de esperanza».

«La presencia de jóvenes del mundo entero, reunidos en la oración y la concordia, da testimonio de la profunda aspiración a la paz y a la fraternidad que habita el corazón humano» añade el Papa, que visitó personalmente Taizé en 1986.

Por su parte, el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan ha enviado otra misiva en la que dice: «En una hora en la que algunos buscan dividir la familia humana, es reconfortante saber que tantos de vosotros –de orígenes, nacionalidades, y de culturas diversas– estáis unidos en un mismo deseo de encuentro y de compartir».

«Habéis venido a esta bella ciudad de Budapest para reflexionar juntos sobre la esencia de vuestra fe y de vuestro compromiso con la Iglesia, pero también con los demás hombres –añade el secretario de la ONU–. En este combate por un mundo mejor, cada uno de nosotros tiene un papel que cumplir».

Han hecho llegar también sus mensajes el patriarca ortodoxo Alejo II de Moscú y el arzobispo de Canterbury, el doctor George Carey.

Publicamos a continuación la Carta que ha preparado para el encuentro el hermano Roger.

«Ama y dilo con tu vida»

Hoy más que nunca se alza una llamada a abrir caminos de confianza hasta en las noches de la humanidad. ¿Presentimos esta llamada?

Los hay que, por el don de sí mismos, dan testimonio de que el ser humano no está abocado a la desesperación. ¿Somos de éstos? (1)

Una urgencia que viene de las profundidades de los pueblos: ir en socorro de las víctimas de una pobreza que conoce un continuo crecimiento. Ésta es una necesidad fundamental en vistas a una paz sobre la tierra.

El desequilibrio entre la acumulación de las riquezas de un cierto número y la pobreza de multitudes es una de las cuestiones más graves de nuestro tiempo. ¿Haremos todo lo posible para conseguir que la economía mundial aporte soluciones?

Ni las desgracias, ni la injusticia de la pobreza vienen de Dios: Dios no puede más que dar su amor (2).

Y hay un súbito asombro al descubrir que Dios mira a todo ser humano con una infinita ternura y una profunda compasión (3).

Cuando comprendemos que Dios nos ama, y que ama hasta al más abandonado de los humanos, nuestro corazón se abre a los demás, nos volvemos más atentos a la dignidad de la persona humana y nos preguntamos: ¿cómo preparar caminos de confianza sobre la tierra? (4)

Aunque estemos despojados de todo, ¿no somos llamados a transmitir, por nuestras vidas, un misterio de esperanza a nuestro alrededor? (5)

Nuestra confianza en Dios es reconocible cuando se expresa por el simple don de nuestras propias vidas: es ante todo cuando se vive que la fe se hace creíble y se comunica (6).

La presencia de Dios es un soplo que llena todo el universo, es un impulso de amor, de luz y de paz sobre al tierra.

Animados por este soplo, somos conducidos a vivir una comunión con los demás (7), y somos llevados a realizar la esperanza de una paz en la familia humana… ¡Y que ella irradie a nuestro alrededor! (8)

Por su Espíritu Santo, Dios penetra en nuestras profundidades, Él conoce nuestro deseo de responder a su llamada de amor. Así podemos preguntarle: “¿Cómo descubrir eso que Tú esperas de mí? Mi corazón se inquieta: ¿cómo responder a tu llamada?”

En el silencio interior, esta respuesta puede surgir: “Atrévete a dar tu vida por los demás, allí encontrarás un sentido a tu existencia.”

Llegaremos, quizás, a decirle a Dios:

“Los días pasan y no respondía a tu llamada. Hasta llegué a preguntarme: ¿tengo verdaderamente necesidad de Dios? Vacilaciones y dudas me hacían alejarme de Ti.

Y sin embargo, incluso cuando me creía lejos de Ti, me esperabas. Me tenía por abandonado, y Tú estabas tan cerca de mí.

Día tras día, renuevas en mí una espontaneidad para sostenerme en un sí a Cristo. Tu mirada de comprensión hace posible que este sí me lleve hasta el último aliento.”

La fidelidad de toda una vida supone una atención sostenida.

A lo largo de la existencia, el Espíritu Santo atraviesa nuestras noches interiores y una transfiguración del ser se realiza poco a poco (9).

En un mundo donde las novedades tecnológicas provocan un desarrollo jamás antes conocido, es importante no ignorar las realidades fundamentales de la vida interior: la compasión, la simplicidad del corazón y de la vida, la humilde confianza en Dios, el gozo sereno… (10)

El Evangelio despierta a la compasión y a una infinita bondad del corazón. Éstas no tienen nada de ingenuas, pueden exigir una vigilancia. Conducen a este descubrimiento: buscar hacer felices a los demás nos libera de nosotros mismos.

Y una mirada de amor permite discernir la bondad del alma humana.

La simplicidad de nuestro corazón y de nuestra vida nos lleva lejos de los caminos sinuosos donde se extraviarían nuestros pasos (11).

Aquello que más nos coge en el Evangelio, es el perdón, el que Dios nos da, y el que nos invita a darnos los unos a los otros. Incluso abatido y maltratado, Jesucristo no amenazaba, perdonaba.12 Vivo en Dios, no cesa nunca de ofrecer la libertad del perdón.

En Dios, ninguna voluntad de castigo.

Por su perdón, Él borra lo que está herido en nuestro corazón, a veces desde la infancia o la adolescencia.

Confiarle todo a Él, hasta la inquietud… Y entonces reconocemos que somos amados, reconfortados, curados (13).

Nunca en el Evangelio, Cristo invita a la tristeza o a la morosidad. Todo lo contrario, hace accesible un gozo apacible, e incluso un júbilo en el Espíritu Santo (14).

Un joven africano, que había pasado un año en Taizé, expresaba cómo había descubierto poco a poco un gozo, después de una dura prueba. Cuando tenía siete años, su padre fue asesinado. Y su madre tuvo que huir muy lejos. Decía:

“He querido reencontrar el amor de mis padres que me ha faltado desde mi infancia. Entonces, he buscado una alegría interior, esperando encontrar allí fuerza en el sufrimiento. Esto me ha dado la capacidad de salir de la soledad de mi infancia. Me he dado cuenta de la importancia de la alegría para modificar las relaciones cotidianas y para conocer una paz interior” (15)

En cada ser humano, Dios ha insuflado un alma (16). Ella es invisible, como Dios es invisible. En ella viene a nacer el deseo de una comunión con Dios (17).

¿Y cómo real
izar una comunión así? Es posible encontrar a Dios, realmente, en la oración, tanto la que se expresa con palabras como en el silencio (18).

Nada lleva tanto hacia Dios como la oración común, cuando ésta está sostenida por la belleza del canto (19).

Hay una paz del corazón al comprender que ni siquiera la muerte pone fin a una comunión en Dios. Lejos de conducir a la nada, ella abre el paso hacia una vida eterna donde Dios acoge nuestra alma para siempre.

Incluso cuando haya en nosotros dudas, la presencia del Espíritu Santo permanece, en los días apacibles como en las horas de aridez.

¿No somos acaso nosotros los pobres del evangelio? Nuestra fe humilde basta para acoger su presencia (20) Y el solo deseo de su presencia vuelve nuestra alma a la vida, sobre la tierra como en la eternidad.

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1 «Ama y dilo con tu vida»: estas palabras fueron escritas tres siglos después de Cristo por un cristiano del Norte de África, San Agustín.

2 «Dios no puede más que dar su amor»: estas palabras vienen de un pensador cristiano del s. VII, llamado Isaac de Nínive. Él había llegado a esta conclusión después de haber estudiado largamente el Evangelio según san Juan y meditado las palabras «Dios es amor» (1 Juan 4,8)

3 Dios ama a cada ser humano sobre la tierra, pero no se impone, ni fuerza a persona alguna a amarle.

4 El amor de Dios que ha sido depositado en cada uno de nosotros es como un tesoro precioso. De este tesoro puede brotar una fuerza de compasión que dura toda la vida.

5 Desde hace muchos años, hemos comprendido la necesidad de que algunos de los hermanos de nuestra comunidad compartan la existencia de los más pobres en los continentes del Sur. Es así que, por ejemplo, desde hace 27 años, algunos hermanos están en Bangladesh. Ellos ofrecen cuidados a los enfermos y a los minusválidos. Acogen en la comida a los más desposeídos. Sostienen pequeñas escuelas para los niños más pobres. Desde el principio, un intercambio de confianza se ha establecido con los creyentes musulmanes.

6 El don de la propia vida puede ir hasta el olvido de sí en favor de los demás. En Taizé, desde hace más de cuarenta años, algunas hermanas participan en la acogida. Ellas están atentas a comprender, a escuchar a las jóvenes. Su acogida puede ser tan auténtica que nos decimos: estas mujeres son un tesoro del evangelio.

7 Cristo no ha venido a la tierra para crear una nueva religión sino para ofrecer a todo ser humano una comunión en Dios. En el corazón de Dios, esta comunión que es la Iglesia no puede estar dividida. Es así esencial que se manifieste la Iglesia indivisa, aún escondida pero realizada en Dios.

8 La paz sobre la tierra comienza en nosotros mismos. Ya en el s. IV, San Ambrosio de Milán decía: «Comenzad en vosotros la obra de la paz, una vez que vosotros estéis pacificados, llevaréis la paz a los demás.»

9 En los primero años de nuestra comunidad, buscando responder día tras día a la llamada de Cristo, éramos conscientes de las dudas que podían surgir en nosotros, y nos preguntábamos: ¿cómo vamos a perseverar en esta llamada? Poco a poco hemos entendido que la fuerza del Espíritu Santo bastaba para sostener una vocación a lo largo de toda una vida. Se hace evidente que no podríamos permanecer fieles a nuestra vocación sin comprometer la vida entera.

10 El teólogo ortodoxo Olivier Clément ha escrito estas palabras que son para nosotros un sostén: «La confianza es una palabra clave en Taizé. Los encuentros animados por la comunidad, en Europa y en otros continentes, forman parte de una peregrinación de confianza sobre la tierra. La palabra confianza es, quizás, una de las palabras más humildes y simples que existen, pero al mismo tiempo una de las más esenciales. En la confianza, está el misterio del amor, el misterio de la comunión, y finalmente el misterio de Dios.» («Taizé, un sentido a la vida»)

11 En nuestra vida de comunidad, sabemos que la simplicidad y la bondad del corazón son valores indispensables. Están quizás entre los más claros reflejos de la belleza de una comunión.

12 1Pedro 2,21-25

13 Podemos ser liberados de aquello que nos pesa conversando con alguna persona que tenga un profundo discernimiento del corazón, que viene de la fe, y que pueda escucharnos con bondad. En conversaciones así, la certeza del perdón se vuelve accesible.

14 Ver Juan 15,11 y Lucas 10,21

15 «El gozo es vuestra fuerza». (Nehemías 8,10)

16 Génesis 2,7

17 En la Biblia, una misma palabra puede significar «alma» y «deseo». El alma humana lleva el deseo de Dios: «Mi alma tiene sed de Dios» (Salmo 42,3), «Mi alma te ha deseado durante la noche» (Isaías 26,9). Dios colma el deseo del ser humano: «Que el que tenga sed se acerque, que el que tenga deseo reciba el agua de la vida, gratuitamente». (Apocalipsis 22,17)

18 Tener el simple deseo de una comunión con Él, es ya una oración. San Agustín escribió estas palabras: «Un deseo que llama a Dios es ya una oración. Si quieres orar sin cesar, no dejes nunca de desear… Orar con muchas palabras no es, como algunos creen, orar mucho… Desechemos de la oración las palabras numerosas, pero oremos mucho en el silencio del corazón.» Él también escribió: «Si deseas conocer a Dios, ya tienes fe».

19 Para algunos, la belleza de la música, escuchada dentro de una iglesia o en su propio cuarto, sostiene una espera contemplativa.

20 Cuando nos encontramos por última vez con Juan XXIII éramos tres, con mis hermanos Max y Alain. Era 1963, un poco antes de su muerte. En un momento de la conversación, el papa nos explicó cómo a veces tomaba sus decisiones rezando: «Hablo con Dios… ¡Oh!, muy humildemente, ¡oh!, muy sencillamente.» En la misma época, algunos hermanos de nuestra comunidad habían comenzado a ir a los países de Europa del Este para visitar a los cristianos. Íbamos allí para escuchar, para estar al lado de aquellos que atravesaban pruebas, para comprender mejor la fe ortodoxa. Y ahora estamos agradecidos de poder acoger a tantos jóvenes ortodoxos. Sabemos felizmente que uno de los secretos del alma ortodoxa está en una oración abierta a la contemplación.

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ZENIT Staff

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