CIUDAD DEL VATICANO, 25 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Jesús se hace niño palestino e israelí, estadounidense y afgano, afirmó Juan Pablo II en su mensaje para la Navidad 2001, pronunciado desde el balcón central de la Basílica del Vaticano.
«¡Salvemos a los niños, para salvar la esperanza de la humanidad!», exigió. Nos lo pide hoy con fuerza aquel Niño nacido en Belén, el Dios que se hizo hombre, para devolvernos el derecho de esperar».
Estas fueron las palabras el pontífice.
* * *
1. «Christus est pax nostra»,
«Cristo es nuestra paz.
Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa» (Ef 2, 14).
En el alba del nuevo milenio,
comenzado con tantas esperanzas,
pero ahora amenazado por nubes tenebrosas
de violencia y de guerra,
las palabras del apóstol Pablo
que escuchamos esta Navidad
es un rayo de luz penetrante,
un clamor de confianza y optimismo.
El divino Niño nacido en Belén
lleva en sus pequeñas manos, como un don,
el secreto de la paz para la humanidad.
¡Él es el Príncipe de la paz!
He aquí el gozoso anuncio que se oyó aquella noche en Belén,
y que quiero repetir al mundo
en este día bendito.
Escuchemos una vez más las palabras del ángel:
«os traigo la buena noticia,
la gran alegría para todo el pueblo:
hoy, en la ciudad de David,
os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2, 10-11).
En el día de hoy, la Iglesia se hace eco de los ángeles,
y reitera su extraordinario mensaje,
que sorprendió en primer lugar a los pastores
en las alturas de Belén.
2. «Christus est pax nostra!»
Cristo, el «niño envuelto en pañales
y acostado en un pesebre» (Lc 2, 10-12),
Él es precisamente nuestra paz.
Un Niño indefenso, recién nacido en la humildad de una cueva,
devuelve la dignidad a cada vida que nace,
da esperanza a quien yace en la duda y en el desaliento.
Él ha venido para curar a los heridos de la vida
y para dar nuevo sentido incluso a la muerte.
En aquel Niño, dócil y desvalido,
que llora en una gruta fría y destartalada,
Dios ha destruido el pecado
y ha puesto el germen de una humanidad nueva,
llamada a llevar a término
el proyecto original de la creación
y a transcenderlo con la gracia de la redención.
3. «Christus est pax nostra!»
Hombres y mujeres del tercer milenio,
vosotros que tenéis hambre de justicia y de paz,
¡acoged el mensaje de Navidad
que se propaga hoy por todo el mundo!
Jesús ha nacido para consolidar las relaciones
entre los hombres y los pueblos,
y hacer de todos ellos hermanos en Él.
Ha venido para derribar «el muro que los separaba: el odio» (Ef 2, 14),
y para hacer de la humanidad una sola familia.
Sí, podemos repetir con certeza:
¡Hoy, con el Verbo encarnado, ha nacido la paz!
Paz que se ha de implorar,
porque sólo Dios es su autor y garante.
Paz que se ha de construir
en un mundo en el que pueblos y naciones,
afectados por tantas y tan diversas dificultades,
esperan en una humanidad
no sólo globalizada por intereses económicos,
sino por el esfuerzo constante
en favor de una convivencia más justa y solidaria.
4. Como los pastores, acudamos a Belén,
quedémonos en adoración ante la gruta,
fijando la mirada en el Redentor recién nacido.
En Él podemos reconocer los rasgos
de cada pequeño ser humano que viene a la luz,
sea cual fuere su raza o nación:
es el pequeño palestino y el pequeño israelí;
es el bebé estadounidense y el afgano;
es el hijo del hutu y el hijo del tutsi…
es el niño cualquiera, que es alguien para Cristo.
Hoy pienso en todos los pequeños del mundo:
muchos, demasiados, son los niños
que nacen ya condenados a sufrir, sin culpa,
las consecuencias de conflictos inhumanos.
¡Salvemos a los niños,
para salvar la esperanza de la humanidad!
Nos lo pide hoy con fuerza
aquel Niño nacido en Belén,
el Dios que se hizo hombre,
para devolvernos el derecho de esperar.
5. Supliquemos a Cristo el don de la paz
para cuantos sufren a causa de conflictos, antiguos y nuevos.
Todos los días siento en mi corazón
los dramáticos problemas de Tierra Santa;
cada día pienso con preocupación
en cuantos mueren de hambre y de frío;
día tras día me llega, angustiado,
el grito de quien, en tantas partes del mundo,
invoca una distribución más ecuánime de los recursos
y un trabajo dignamente retribuido para todos.
¡Que nadie deje de esperar
en el poder del amor de Dios!
Que Cristo sea luz y sustento
de quien, a veces contracorriente, cree y actúa
en favor del encuentro, del diálogo, de la cooperación
entre las culturas y las religiones.
Que Cristo guíe en la paz los pasos
de quien se afana incansablemente
por el progreso de la ciencia y la técnica.
Que nunca se usen estos grandes dones de Dios
contra el respeto y la promoción de la dignidad humana.
¡Que jamás se utilice el nombre santo de Dios
para corroborar el odio!
¡Que jamás se haga de Él motivo de intolerancia y violencia!
Que el dulce rostro del Niño de Belén
recuerde a todos que tenemos un único Padre.
6. «Christus est pax nostra!»
Hermanos y hermanas que me escucháis,
abrid el corazón a este mensaje de paz,
abridlo a Cristo, Hijo de la Virgen María,
a Aquel que se ha hecho «nuestra paz».
Abridlo a Él, que nada nos quita
si no es el pecado,
y nos da en cambio
plenitud de humanidad y de alegría.
Y Tú, adorado Niño de Belén,
lleva la paz a cada familia y ciudad,
a cada nación y continente.
¡Ven, Dios hecho hombre!
¡Ven a ser el corazón del mundo renovado por el amor!
¡Ven especialmente allí donde más peligra
la suerte de la humanidad!
¡Ven, y no tardes!
¡Tú eres «nuestra paz» ! (Ef 2,14).
[Traducción del original italiano distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede]