Los creyentes marginados en la construcción de la nueva Europa

Entrevista con el filósofo Jesús Villagrasa

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ROMA, 21 enero 2002 (ZENIT.org).- En su reciente discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (n. 2), Juan Pablo II ha expresado pena por la marginación de las religiones en el proceso de reflexión sobre el futuro de Europa en la «Convención» instituida el mes pasado en Laeken, lo que calificó como «una injusticia y un
error de perspectiva». Sobre el argumento Zenit ha entrevistado al filósofo Jesús Villagrasa, catedrático de metafísica en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» de Roma.

–¿Por qué el Santo Padre aparece tan preocupado?

–Jesús Villagrasa: Europa está dando pasos decisivos en su proceso de integración. Algunos son vistosos como la adopción de la moneda única o la ampliación a nuevos países. Otros pueden pasar inadvertidos a la opinión pública. Los pasados 14 y 15 de diciembre, los jefes de Estado y de gobierno de los Quince acordaron en Laeken, que el 1 de marzo del 2002 comience sus trabajos la Convención que examinará el futuro de la Unión Europea. La Convención, formada por unos cien participantes nombrados por los gobiernos, los parlamentos nacionales y las instituciones europeas, trabajará durante un año sobre las grandes cuestiones que hace falta resolver para asegurar el éxito del proceso de integración. Después presentará opciones a los gobiernos, quienes en el 2004 dirán la última palabra en una conferencia intergubernamental. Las religiones han sido marginadas de este proceso de reforma de la Unión y de preparación de su Constitución.

–En un discurso a diplomáticos resulta bastante fuerte llamar a esta marginación «injusticia».

–Jesús Villagrasa: Sí, pero está justificado. Está en juego el derecho a la libertad religiosa, un derecho humano fundamental que Juan Pablo II ha llamado «fuente y síntesis» de los derechos humanos en un paso de la encíclica «Centesimus Annus» (n. 47) donde afirma la necesidad de elaborar ordenamientos jurídicos sólidos para las democracias. La Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea reconoce el derecho a la libertad religiosa, pero, como ha dicho monseñor Attilio Nicora, vicepresidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (Comece), de momento este reconocimiento no encuentra expresión o espesor en el derecho comunitario.

–Pero parece impensable que en Europa vaya a violarse un derecho fundamental…

–Jesús Villagrasa: El derecho a la libertad religiosa puede violarse de muchos modos. En varios países, gobiernos «ateos» persiguen activamente a los creyentes; en otros, los gobiernos, tratan de imponer por la fuerza la unidad religiosa y oprimen a los seguidores de otros credos. En los Estados Unidos y en la Unión Europea, cierto tipo de secularismo querría excluir la religión de la vida pública y tratar a las Iglesias como meras instituciones privadas sin derecho a tener una voz en la legislación, en la política y en la vida pública. Esta exclusión conlleva presiones legales, fiscales y de reglamentación que hacen muy difícil su acción pública caritativa o educativa. Aunque no se llegara a esos extremos, se trata de una cuestión de principio, de un derecho que se refiere no sólo a la vida privada de los fieles, sino también a su vida pública como instituciones. La separación Iglesia-Estado entendida como exclusión de las religiones de la vida pública es una injusticia. En un Estado de derecho, el estado no tiene derecho a limitar la libertad religiosa, a no ser para salvaguardar el justo orden público y del bien común.

–Si de hecho las democracias europeas están muy consolidadas ¿por qué este interés del Papa por aclarar sus fundamentos?

–Jesús Villagrasa: Las democracias meramente «formales» parecen sólidas porque respetan las «reglas» democráticas, pero si carecen del apoyo de la sociedad civil y de unos contenidos y compromisos morales básicos son inconsistentes y se derrumban. La República de Weimar y el acceso del nazismo al poder son un claro ejemplo. Las democracias «substantivas» son sólidas porque, además de respetar las «reglas», reconocen una verdad y un bien del hombre y de la sociedad, que son el fundamento y dan la orientación a unos ordenamientos jurídicos protectores y garantes de los derechos humanos.

–En una sociedad pluralista es muy difícil lograr consensos; si en el debate público entran las religiones con su pretensión de poseer verdades absolutas este consenso parece imposible.

–Jesús Villagrasa: La Iglesia católica no impone ninguna verdad; la propone. Es una ilusión peligrosa creer que una democracia puede reducirse a un consenso sobre sistemas y reglas de procedimiento. Son necesarios los contenidos de verdad y bien, los valores que sostienen una democracia substantiva. «Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» («Centesimus Annus», n. 46). La Constitución será la ley fundamental de la Unión Europea; si en ella no se dan garantías para la defensa de los derechos humanos fundamentales puede ser peligrosa. Si en la fase de discusión hay exclusiones como las señaladas, la situación es preocupante.

–El pluralismo de las sociedades comporta renuncias que la Iglesia católica parece no aceptar.

–Jesús Villagrasa: Creo que a veces no se distingue suficientemente entre la pluralidad, que es un hecho sociológico cada vez más relevante, y el pluralismo que es aquel ordenamiento que reconoce y acepta las diversas formas de pluralidad: política, religiosa, cultural… El pluralismo hay que construirlo. Una Europa pluralista hay que construirla. George Weigel señala agudamente que la «democracia formal» no puede resolver el problema de la pluralidad en un pluralismo, porque de hecho impone un monismo: un secularismo «establecido» que es una ideología política sancionada por el estado, que supone el control total sobre las instituciones intermedias de la sociedad civil (iglesias incluidas) y que, de hecho, lleva al fin de la democracia. Este totalitarismo de «formas suaves» es una degeneración natural de las democracias «infundadas», carentes de verdaderos fundamentos. El déficit democrático en las instituciones europeas es un peligro real.

–Tadeusz Mazowiecki, en una reciente entrevista publicada por Zenit, decía que esta marginación de las religiones «es el resultado de una componenda política entre diversas tendencias presentes hoy en Europa. Es conocido que la presiones francesas, queriendo tutelar una cierta idea de laicidad, han sido muy fuertes». ¿No es legítima esta pretensión francesa de un Estado laico?

–Jesús Villagrasa: El Papa en su discurso dice que «hay una justa laicidad del Estado, y por tanto de Europa». Hay también una laicidad «injusta». La «laicidad francesa» tiende a ser rígida y excluyente, un laicismo.

–Europa ha vivido siglos con sangrientas luchas religiosas. ¿No es más seguro fundarla sobre principios laicistas, sin referencia a la religión?

–Jesús Villagrasa: La religión puede ser pervertida. Lo dice el Papa en este discurso a los diplomáticos: «matar en nombre de Dios es una blasfemia y una perversión de la religión». Pero sin la aportación del cristianismo el moderno estado democrático sería imposible; los mismos principios de fraternidad, igualdad y libertad, que cierto laicismo quiere apropiarse, son de raíz cristiana.

–Las Iglesias ¿no están mejor cuando los poderes públicos las dejan tranquilas?

–Jesús Villagrasa: En el mensaje final del Concilio, Pablo VI preguntaba a los gobernantes qué les pedía la Iglesia a ellos. Y se respondía, «no os pide más que la libertad». No la libertad para autoexcluirse de la vida de los hombres, si
no la libertad para creer y predicar a Cristo, para amar y servir a Dios y al hombre, la libertad para participar a la construcción de Europa, no por «graciosa concesión estatal» sino con todo derecho, y como lo ha hecho durante siglos en la forja de esta Europa, que es una realidad cultural y política de la que todo europeo puede sentirse orgulloso. Y esta libertad que la Iglesia pide para sí la pide también para las otras religiones, en Europa y en el resto del mundo.

–No parece que otras religiones tengan en tan alta estima el derecho a la libertad religiosa

–Jesús Villagrasa: Puede ser, pero se trata de un derecho fundamental del hombre «en cuanto hombre». De hecho, Kofi Annan, Secretario general de la ONU, tuvo que recordar a la Organización de la Conferencia Islámica reunida en Teherán en noviembre de 1997, que no tiene sentido hablar de «derechos islámicos del hombre», porque los derechos humanos sólo pueden ser universales. Pues bien, todo hombre, también el europeo, «en cuanto hombre» es religioso. Sería bueno que no lo olvidaran los más laicistas de los arquitectos de Europa.

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ZENIT Staff

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