MILAN, 13 mayo 2002 (ZENIT.org–Avvenire).- Pakistán no es el país fundamentalista que describen los medios de comunicación occidentales, asegura una de las figuras más importantes de la Iglesia católica del país.
Monseñor Anthony Lobo, obispo de Islamabad y Rawalpindi, nacido en el actual Pakistán en lo que entonces era parte de la India británica, de padres provenientes de la católica Goa. Conoce bien al presidente de su país, Pervez Musharraf, pues el general fue alumno del liceo donde el obispo daba clases.
El hombre fuerte de Pakistán ha experimentado una sorprendente metamorfosis: de dictador islamista y gran protector de los talibán y de Al Qaeda; ha pasado a ser pro-occidental y liberal. «Pero es lo mejor que hay», dice sin dudar monseñor Lobo.
«Desde fuera, descubro que la imagen de Pakistán es muy negativa –confiesa–: fundamentalismo e intolerancia, violencia, corrupción, venta de droga. Nosotros que vivimos allí sentimos que esta no es la única realidad».
A nivel religioso, reconoce los límites, «pero no hay una política oficial de persecución», aclara. «Los católicos, dos millones entre una población de 150 millones de musulmanes, son más bien marginados por razones sociales e históricas. Hace 250 años, quienes se convirtieron eran de los estratos sociales de excluidos, de los sin tierra».
«La autoridad colonial daba a los convertidos tierra –añade–; por eso muchos se fueron a vivir a «aldeas cristianas». Por eso hoy no hay cristianos influyentes o ricos. Se trata de una pequeñísima burguesía, poco instruida, con una renta mensual de entre 50 y 100 dólares».
«Ahora, tras el 11 de septiembre, el Gobierno Musharraf está restituyendo a los católicos las escuelas, que habían sido nacionalizadas hace veinte años. Después de tantos años, no tenemos un cuerpo de docentes para hacer funcionar las escuelas católicas, y gran parte del sentido de nuestra
presencia es «dar testimonio» ofreciendo buenas escuelas, buenos hospitales…».
«Pero es un buen signo –añade–. Yo siento que el país está hoy preparado para dejar atrás el fundamentalismo y volver a las ideas de los fundadores: un Estado moderno, progresista, tolerante. En el reciente referéndum, los fundamentalistas islámicos han tenido sólo el 5% de los votos. La enorme mayoría de los paquistaníes no los quiere verdaderamente».
«El integralismo, créame –concluye el obispo–, es un Frankestein creado por Estados Unidos en función antisoviética, que se ha vuelto contra sus creadores».