SOFÍA, 23 mayo 2002 (ZENIT.org).- Con una ceremonia cargada de sorpresas, Sofía acogió en la tarde de este jueves a Juan Pablo II, quien nada más llegar anunció que viene para alentar la riqueza cristiana de esta República, que ahora toca a las puertas de la Unión Europea.
Tras aterrizar en el aeropuerto internacional de la capital búlgara, y besar la tierra que le ofrecieron muchachos vestidos con trajes tradicionales, el pontífice se dirigió directamente hacia la plaza de San Alexander Nevski, en donde tuvo lugar la ceremonia oficial de bienvenida
Allí le esperaban todos los más elevados representantes políticos y religiosos del país, en particular — y esta fue una de las sorpresas más comentadas–, el anciano patriarca ortodoxo Maxim, que en el pasado no había sido favorable a la visita pontificia.
El joven presidente Georgi Parvanov, ex comunista y líder socialista (esto ya no es una sorpresa hoy día), fue el encargado de dar la bienvenida al pontífice, en nombre de los casi ocho millones de habitantes del país, para reconocer en un espontáneo discurso la importancia histórica de la visita pontificia para la unidad europea.
Entre los presentes, cabe destacar la presencia del ex rey Simeón Simeón Saxo-Coburgo Gotha, actual primer ministro, así como representantes de la comunidades protestante, islámica y judía de este país, en el que los católicos son 80 mil, 30 mil de rito oriental.
La otra gran sorpresa la ofreció el Papa. Conmovido por las nostálgicas melodías folclóricas que en varios momentos dominaban el ambiente y por el calor de las cinco mil personas presentes en la plaza –en buena parte jóvenes–, improvisó algunas palabras de agradecimiento.
Después de un día de cansancio agotador, tras intensas horas en la capital de Azerbaiyán y tres horas de vuelo, bromeó: «El Papa está viejo, por eso le han dejado sentarse». De hecho, todas las demás personas estaban de pie, en un vistoso contraste.
Tocó luego las cuerdas de la nostalgia búlgara con palabras que sólo los ciudadanos de ese país podían entender: «A todos os digo que en ninguna circunstancia he dejado de amar al pueblo búlgaro».
Eran una velada referencia al atentado del 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro del Vaticano, que según algunas fuentes fue organizado con la colaboración de los servicios secretos de la Bulgaria comunista.
«La pista búlgara ha sido olvidada desde hace tiempo, y aunque hubiera existido, ha sido perdonada», declaró recientemente al diario búlgaro «Troud» monseñor Pedro López Quintana, responsable de los Asuntos generales de la Secretaría de Estado del Vaticano.
El reconocimiento de la riqueza espiritual de este país, que a pesar de la persecución comunista es en su 85,7 % ortodoxo, fue otro de los temas que tocó el pontífice en su discurso y que conquistaron a los presentes.
El Papa viene para celebrar este viernes con Su Santidad Maxim la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, quienes desde estas tierras partieron en el siglo IX para evangelizar a los pueblos eslavos a petición del obispo de Roma.
El discurso papal, leído en búlgaro, alternándose con un sacerdote, arrancó aplausos convencidos cuando afrontó el tema político más sentido en el país: «Expreso el deseo de que el esfuerzo de renovación social emprendido con valentía por Bulgaria encuentre la acogida inteligente y el apoyo generoso de la Unión Europea».
Este viernes, el Papa, tras encontrarse con el Santo Sínodo Ortodoxo, se reunirá con unos 4.500 intelectuales y miembros de la sociedad civil, a quienes se debe en buena parte el que el obispo de Roma haya podido venir a estas tierras ortodoxas.
El sábado, viajará al monasterio ortodoxo de San Juan de Rila, a unos cien kilómetros de Sofía, y se encontrará con el antiguo rey Simeón.
Juan Pablo II culminará su viaje internacional número 96 el domingo con la beatificación de tres religiosos asuncionistas búlgaros, ejecutados en 1952 por el régimen comunista.