Juan Pablo II evoca su peregrinación apostólica a Azerbaiyán y Bulgaria

Intervención en la audiencia general de este miércoles

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CIUDAD DEL VATICANO, 29 mayo 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II dedicó su intervención en la audiencia general concedida en la plaza de San Pedro del Vaticano a hacer un balance de su viaje a Azerbaiyán y Bulgaria, que tuvo lugar del 22 al 26 de mayo. Estas fueron sus palabras.

* * *

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Me detengo con agrado a recordar con vosotros el viaje apostólico realizado a Azerbaiyán y Bulgaria. Ha dejado en mi espíritu un profundo eco. Doy gracias ante todo al Señor, que me ha concedido la gracia de realizarlo. Mi cordial reconocimiento se dirige después a quienes han hecho que sea posible: a los jefes de los dos Estados y a los respectivos Gobiernos, a las autoridades civiles y militares, a todos los que han colaborado en su preparación y desarrollo. Doy gracias en particular a los pastores de la Iglesia católica en los dos países, y lo extiendo de todo corazón a las Iglesias ortodoxas, así como a los guías de las comunidades musulmanas y judías.

Las grandes tradiciones religiosas son parte integrante del rico patrimonio histórico y cultural del pueblo azerí: por este motivo fue elocuente encontrarme en Bakú, capital del país, con los representantes de la política, de la cultura, y del arte, y en particular con los de las religiones.

La comunidad católica de Azerbaiyán es, además, unas de las menos numerosas que he visitado. Ese «pequeño rebaño» es heredero de una tradición espiritual antiquísima, compartida pacíficamente con los hermanos ortodoxos, en medio de una población de mayoría musulmana.

2. Por este motivo, recordando el encuentro de Asís, renové desde aquella tierra, auténtica puerta entre Oriente y Occidente, mi llamamiento por la paz, insistiendo para que las religiones se opongan netamente a toda forma de violencia.

En particular durante la santa misa de Bakú he percibido claramente que también en Azerbaiyán palpita el corazón de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

3. Mi visita a Sofía coincidió con la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, evangelizadores de los pueblos eslavos. Desde los inicios de la evangelización, un sólido puente une a la Sede de Pedro con el pueblo búlgaro. Esta relación se consolidó en el siglo pasado, gracias al precioso servicio desempeñado por el delegado apostólico de entonces Angelo Roncalli, el beato Juan XXIII.

Mi visita, la primera de un obispo de Roma, se proponía también reforzar los vínculos de comunión con la Iglesia ortodoxa de Bulgaria, guiada por el patriarca Maxim, a quien tuve la alegría de encontrarme después de la visita a la catedral patriarcal.

4. En Sofía, me encontré después con los representantes de la cultura, de la ciencia y del arte, en recuerdo de los santos Cirilo y Metodio, que supieron conjugar de manera admirable fe y cultura, contribuyendo de manera determinante a la formación de los cimientos espirituales de Europa.

Ejemplo insigne de esta síntesis entre espiritualidad, arte e historia es el Monasterio de San Juan de Rila, corazón de la nación búlgara, y perla del patrimonio cultural mundial. Al dirigirme como peregrino en aquel lugar santo, quise rendir solemne homenaje al monaquismo oriental, que ilumina a toda la Iglesia con su testimonio secular.

5. Culmen de mi estancia breve pero intensa en Bulgaria fue la celebración eucarística en la plaza central de Plovdiv, en la que proclamé beatos a Kamen Vitchev, Pavel Djidjov y Josaphat Chichkov, sacerdotes Agustinos de la Asunción, fusilados en la cárcel de Sofía en 1952, junto al obispo Eugenio Bossilkov, beatificado hace ya cuatro años.

Estos valientes testigos de la fe, junto a los demás mártires del siglo pasado, preparan una nueva primavera de la Iglesia en Bulgaria. En esta perspectiva se coloca el último encuentro, el de los jóvenes, con los que volví a presentar el mensaje siempre actual de Cristo: «Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5, 13-14). Cristo llama a todos al heroísmo de la santidad. De este modo, también esta peregrinación apostólica se concluyó en el signo de la santidad.

¡Que la Iglesia en Azerbaiyán y en Bulgaria, así como en Europa y en el mundo entero, gracias a la constante intercesión de María, Reina de los santos y de los mártires, difunda el buen perfume de la santidad de Cristo en la variedad de sus tradiciones y en la unidad de una sola fe y de un solo amor!

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

Al final de la audiencia, el Papa hizo esta síntesis en castellano.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias a Dios por el viaje apostólico que acabo de concluir. La pequeña comunidad católica que he visitado en Azerbaiyán, convive pacíficamente con los hermanos ortodoxos en medio de una población prevalentemente musulmana. En esa tierra, verdadera puerta entre Oriente y Occidente, he renovado mi llamamiento a la paz.

En Bulgaria he querido reforzar los vínculos de comunión con la Iglesia ortodoxa. He encontrado también a los representantes de la cultura, la ciencia y el arte en el recuerdo de los santos Cirilo y Metodio. Ellos supieron conjugar admirablemente la fe y la cultura, contribuyendo de modo determinante a establecer los fundamentos espirituales de Europa. El culmen ha sido la celebración de la Eucaristía, durante la cual he proclamado tres nuevos beatos, mártires de la fe, que juntamente con los mártires del siglo pasado preparan la nueva primavera de la Iglesia. En el encuentro con los jóvenes he subrayado la llamada de Cristo, en la diversidad de las tradiciones y en la unidad de una sola fe y un solo amor, al heroísmo de la santidad.

Saludo a los fieles de lengua española; en especial a los Miembros de la Agrupación Española de Fomento Europeo ¡Qué vuestra peregrinación redunde en abundantes frutos espirituales!

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ZENIT Staff

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