MADRID, 3 junio 2002 (ZENIT.org).- La explanada de la Catedral de la Almudena y las calles próximas acogieron ayer la celebración del «Corpus Christi» en Madrid. La solemne eucaristía estuvo presidida por el Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, quien no ahorró palabras acerca del terrorismo, fenómeno que desde hace largo tiempo sacude el país.
Según Infomadrid –agencia del arzobispado de Madrid –, en su homilía, el cardenal se refirió a los terroristas señalando que «sigue latente su amenaza de agresión indiscriminada y de violencia máxima contra la vida y los bienes más elementales de las personas y de la sociedad. Atentan de forma directa y brutal contra la paz».
A la vez, aludió a los sucesos del 11 de septiembre pasado, afirmando que «se ha impuesto el convencimiento de que el fenómeno del terrorismo se ha universalizado: puede actuar y golpear en cualquier parte del mundo».
En este contexto, el prelado quiso recordar que «el primer fruto de la Redención –que se le da a la Iglesia mediante la celebración del Sacramento Eucarístico, en la Santa Misa– es el del perdón del pecado del hombre, que lo sana, lo llena de gracia y lo convierte en lo más íntimo de su corazón al amor de Dios y al amor incondicional del otro hombre, que es ya su hermano».
La conversión termina siendo, por lo tanto, la clave para acabar con la violencia. Así, el arzobispo de Madrid añadió: «¿Cómo vamos a avanzar en la erradicación definitiva del terrorismo si no es por la vía de vidas transformadas por el compromiso sacrificado con el amor de Cristo, empeñadas en crear un ambiente personal y social donde no quepan ni el odio de los que matan, ni el de los que los inducen y apoyan?».
El día de la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo también es el que ha escogido Cáritas Española para celebrar el Día Nacional de la Caridad, este año bajo el lema «Acepta». A través de la aceptación de cada hombre como prójimo y, aún, como hermano, se da la práctica verdadera del amor cristiano, recordó el prelado subrayando la trascendencia de reconocer «la dignidad inviolable de la persona humana en cada hombre, como imagen de Dios».
Finalmente, el cardenal Rouco invitó a recorrer de nuevo el camino de la fe y de la piedad eucarísticas a la luz de la tradición y del Concilio Vaticano II.