NUEVA YORK, 14 junio 2002 (ZENIT.org–Avvenire).-Desde los tiempos de su licenciatura en Derecho, alcanzada en Boston en 1975, Andrew Vachss se ha ocupado siempre de abusos a menores.
Las aventuras de sus libros de suspense, cuyo héroe es el detective Burke, se inspiran en casos de su larga carrera de abogado. Una profesión peligrosa que le obliga a vivir bajo protección a causa de las amenazas del crimen organizado que se lucra con la pederastia.
«Decir que los abusos son un problema de los sacerdotes católicos no tiene sentido –afirma Vachss–, es una afirmación que denota ignorancia y mala fe. Sabemos bien que, en la mayoría de los casos, quien comete el abuso es la persona más cercana al niño, la que goza de toda su confianza. Un padre, a menudo, o un profesor, un médico, un entrenador».
«El predador sexual tiene la tendencia a elegir una profesión que le permita lograr la confianza de los niños. Y luego actúa», revela.
«Ninguna confesión religiosa está exenta de episodios del tipo de los que se imputan a los sacerdotes católicos –sigue aclarando Vachss–. Lo que sorprende en el problema actual de la Iglesia estadounidense, sin embargo, no es el número de los criminales (el porcentaje de «sacerdotes pederastas» no es distinto del que se registra entre el resto de la población), sino el número de las víctimas».
«El hecho de que los sacerdotes hayan sido trasladados de una parroquia a otra sin ninguna precaución, lamentablemente, ha puesto a los predadores en situación de actuar sin ser molestados –sigue explicando–. Lo digo con sufrimiento porque yo también soy creyente, pero ha sido un terrible experimento en perjuicio de los niños».
Por lo que se refiere a la posible curación de un pederasta, el experto aclara: «Cambia sólo quien se da cuenta del horror del que es culpable. Pero es un itinerario muy difícil que exige una gran severidad por parte de todos».