El gran pecado, olvidar el amor de Dios; según el Papa

Comenta el cántico de Moisés en el Deuteronomio

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CIUDAD DEL VATICANO, 19 junio 2002 (ZENIT.org).- El gran pecado del hombre consiste en olvidar el amor de Dios, aseguró Juan Pablo II este miércoles en su tradicional encuentro con los peregrinos.

«La fe bíblica –explicó el pontífice en la audiencia general– es, de hecho, un «memorial», es decir, un redescubrimiento de la acción eterna de Dios diseminada a través del tiempo; es hacer presente y eficaz esa salvación que el Señor ofreció y sigue ofreciendo al hombre».

Por eso, añadió, dirigiéndose a los miles de peregrinos congregados en la Sala de las Audiencias Generales del Vaticano, «el gran pecado de la infidelidad coincide, entonces, con la «falta de memoria», que cancela el recuerdo de la presencia divina en nosotros y en la historia».

El obispo de Roma continuó de este modo con la serie de meditaciones que comenzó el año pasado sobre los salmos y cánticos del Antiguo Testamento que han pasado a formar parte de la oración cotidiana de los cristianos. En esta ocasión, escogió el cántico de Moisés que aparece en el libro del Deuteronomio (31, 30).

En este pasaje bíblico, Dios no aparece como «un ser oscuro, una energía anónima y bruta, un hecho incomprensible», constató el Papa, es, por el contrario, un juez que «denuncia los delitos del pueblo acusado, exige un castigo, pero deja empapar su veredicto por una misericordia infinita».

Pero el cántico puesto en labios de Moisés va más allá, hasta descubrir a Dios «como padre». «Sus criaturas tan amadas son llamadas hijos, pero por desgracia son «hijos degenerados»».

Ante esta constatación el profeta lanza una denuncia «apasionada»: «¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato? ¿No es él tu padre y tu creador, el que te hizo y te constituyó?». «Es muy diferente rebelarse a un soberano implacable que enfrentarse contra un padre amoroso», constató el Papa.

El amor de Dios, en este pasaje bíblico presenta incluso –contradiciendo muchos esquemas– aspectos maternos: «Lo rodeó cuidando de él, lo guardó como a las niñas de sus ojos. Como el águila incita a su nidada, revolando sobre los polluelos, así extendió sus alas».

«El cántico de Moisés se convierte de este modo en un examen de conciencia conjunto para que al final no sea el pecado quien responde a los beneficios divinos, sino la fidelidad», concluyó el Papa.

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ZENIT Staff

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