ROMA, 27 junio 2002 (ZENIT.org–Avvenire).- No hay lugar para ninguna «leyenda negra» sobre la postura de Pío XII respecto al exterminio de los judíos en Alemania bajo el nazismo. El Papa no era en absoluto filo-nazi, no aprobó el genocidio; al contrario, sufrió por su causa profundamente. Así lo afirmaron varios intelectuales italianos al participar el 25 de junio, en Roma, en la presentación de un nuevo libro sobre el exterminio de los
judíos.
Sobre los «silencios» oficiales, la falta de condena pública del Holocausto por parte de la Santa Sede hay que entenderla en la peculiar situación histórica de aquellos dramáticos momentos: la Iglesia católica se vio sorprendida por la impresionante y rompedora novedad del nazismo y trató de reaccionar con los instrumentos que tenía en su mano eligiendo la vía diplomática, cosa que permitió salvar la vida de miles de judíos.
Estuvieron sustancialmente de acuerdo en este punto historiadores de diferente procedencia cultural (Pietro Scoppola, Anna Foa, Ernesto Galli della Loggia, Andrea Riccardi) que presentaron en el Instituto Sturzo de Roma el libro de Renato Moro, editado por Mulino, «La Iglesia y el exterminio de los judíos» («La Chiesa e lo sterminio degli ebrei»), un libro calificado por todos como equilibrado y completo.
Galli della Loggia, uno de los columnistas de mayor influencia en Italia, recordó que los llamados «silencios» de Pío XII fueron «en realidad los silencios de otras muchas instituciones, incluidas las comunidades judías estadounidenses, que temían que por hablar demasiado empeorara la situación».
Ciertas posturas de desconfianza de la Iglesia hacia la cultura liberal del tiempo, según Galli della Loggia, pueden ser comprendidas sólo si se recuerda la dura oposición contra la Iglesia de la denominada cultura liberal, que no fue nada liberal respecto a los católicos: «Ningún liberal de la época protestó por las masacres de católicos en Rusia o en México».
Andrea Riccardi, historiador y fundador de la Comunidad de San Egidio, puso de relieve que la opción de la vía diplomática de la Santa Sede, «común por otra parte a otros sujetos neutrales, como Suiza y la Cruz Roja», tenía el objetivo «de abrir espacios para ayudar a los perseguidos y márgenes para una negociación de paz».
Pietro Scoppola, por último, recordando «la maceración y el dolor del pontífice por las persecuciones nazis», dijo que es difícil poder juzgar con los parámetros de hoy: «la Iglesia no condenó abiertamente, pero esto no fue dictado por intereses personales o de poder», sino por la convicción de elegir la vía más útil para la salvación de cientos de miles de vidas.