La oración de la Iglesia, ayuda y consuelo del Papa

Palabras del Santo Padre a los fieles en el rezo del Angelus

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CIUDAD DEL VATICANO, 1 julio 2002 (ZENIT.org).- «He sentido en torno a mí la intensa oración de la Iglesia entera y por esto deseo hoy expresar a todos mi agradecimiento cordial», dijo ayer el Papa a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro para el rezo del Angelus.

Todavía estaba vivo en el recuerdo del Papa la fiesta del día anterior de los santos Pedro y Pablo, que la Iglesia de Roma venera como sus principales patronos. «En esta especial circunstancia –dijo–, he advertido, como sucesor de Pedro, la profunda solidaridad de toda la comunidad eclesial».

«En efecto, añadió, experimento cada día que mi ministerio está sostenido por la oración del Pueblo de Dios: de tantas personas para mí desconocidas –¡pero cercanísimas a mi corazón!–, que ofrecen al Señor sus oraciones y sacrificios, según las intenciones del Papa».

«En los momentos de mayor dificultad y sufrimiento –subrayó el Papa–, esta fuerza espiritual es ayuda válida e íntimo consuelo. ¡Tengo necesidad siempre de vuestra oración, queridísimos fieles de Roma y del mundo entero! Sin ella, ¿cómo podría responder a la palabra del Señor, que manda a Simón Pedro: «¡Rema mar adentro!»?».

El Santo Padre recordó una vez más, como ya había hecho el día anterior, el testimonio radical de los dos apóstoles: «Pedro y Pablo, tras haber superado múltiples pruebas, incluso mortales, con la ayuda de Dios llevaron a su cumplimiento su misión apostólica en esta nuestra ciudad, donde tantos vestigios recuerdan su memoria».

«Animados por su testimonio –añadió el Papa–, renovamos el compromiso de permanecer unidos en la oración, como un solo corazón y una sola alma». Y recordó a la primera comunidad de Jerusalén en oración junto a María Santísima. A Ella, «modelo de la Iglesia orante», el Papa se dirigió con confianza filial.

Tras la oración del Angelus, el pensamiento del Santo Padre se dirigió al Sagrado Corazón de Jesús, al que está dedicado el mes de junio que concluía el domingo. E rogó que «su inmenso amor sea fuente de paz para cada hombre y para el mundo entero». Luego deseó a todos: «Buen domingo y un verano sereno».

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ZENIT Staff

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