CIUDAD DE MÉXICO, 23 julio 2002 (ZENIT.org).- La existencia del beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin está demostrada. Tres pruebas concluyentes, recordadas el padre Xavier Escalada, célebre investigador del hecho guadalupano, dan testimonio irrefutable de ello.
La placa de cobre de Coosawattee –hallada en una comunidad de origen español localizada al norte de Georgia, Estados Unidos–, la piedra encontrada en la Iglesia de Santiago Tlatelolco (en México) y el Códice 1548 o Códice Escalada confirman la existencia del indio vidente, a quien Juan Pablo II proclamará santo el próximo 31 de julio.
Así lo subrayó el sacerdote español en el marco de la presentación de sus libros «Guadalupe, arte y esplendor» y «Juan Diego, arte y espíritu», que contó el jueves con la presencia del cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México.
El 24 de mayo de 1996, el que fuera abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg Prado, puso en duda la existencia histórica de Juan Diego sin aducir argumentos históricos para secundar sus afirmaciones. En años anteriores, intelectuales mexicanos habían hecho también declaraciones de este tipo.
Juan Diego tenía 37 años cuando vio a la Virgen. Para entonces ya había enviudado. Después de haber sido elegido por la Guadalupana, dedicó el resto de su vida a repetir la historia. No se conoce el lugar donde fue enterrado.
La primera prueba, la placa de cobre que apareció en Georgia, estaba colocada en el pecho de una niña que murió a una edad temprana. Los arqueólogos estadounidenses llegaron a varias conclusiones: fue hecha en Michoacán y transportada a la Unión Americana durante una expedición de Mateo del Sauz, en 1560.
«Con luz infrarroja, ultravioleta y rayos X se pudo recuperar la figura de tres personajes: Juan Diego, la Virgen de Guadalupe y una representación del diablo, propia de la imaginería de esa época», explica el investigador jesuita.
Según el padre Escalada, la segunda prueba es la piedra de Tlatelolco, en donde está escrito con cincel y martillo el nombre de Juan Diego. Se distinguen los siguientes dígitos: 1-5-8 y el cuarto número está borroso. Sin embargo, el padre supone que el número que falta es un cero; de este modo, la reliquia adquiere sentido con las apariciones de la Virgen ocurridas en México durante el siglo XVI.
El Códice Escalada, prueba contundente de la existencia del beato Juan Diego, lo entregó un donante anónimo al estudioso jesuita cuando éste preparaba una nueva versión de la Enciclopedia Guadalupana. La importancia del documento radica en la cantidad de datos históricos que contiene, tanto en su parta manuscrita como en su parte pictórica.
«A simple vista, el códice, hecho en piel de venado, tenía escrito en la parte superior el número 1548. Con una nitidez sorprendente podían observarse dos de los cuatro encuentros que sostuvieron Juan Diego y Guadalupe. Allí estaban todas las disposiciones que siempre habíamos pensado», confirma el padre Xavier Escalada.
Este documento, el más antiguo que existe sobre la Guadalupana, tiene tres inscripciones en lengua Náhuatl: «También en 1531… Cuautlactoactzin se hizo ver la amada madrecita, nuestra niña, de Guadalupe en México»; «Murió con dignidad Cuautlactoactzin»; glifo y dibujo: «Juez Antón Valeriano».
Recoge la doble escena de la cumbre del Tepeyac y la aparición en el llano, con las flores de la prueba pedida por el obispo Zumárraga. La Virgen aparece con todos los elementos que tiene hoy. El glifo de Antonio Valeriano es idéntico al que ya se poseía del Códice Aubin y se menciona dos veces el nombre indígena de Juan Diego Cuauhtlatoatzin.
En la parte final del documento, como explica el padre Escalada, se distingue la firma de Fray Bernardino de Sahagún, estudiada por el catedrático de la Universidad de Utah, Charles E. Dibble, el especialista que proporcionó el certificado de autenticidad que posteriormente, en México, ratificaron la Procuraduría General de la República, el Banco de México y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El padre Xavier Escalada nació en Pamplona. Se desplazó a México con la intención de estudiar cuatro meses el fenómeno guadalupano, a él ha dedicado sin embargo 43 años de su vida. Es también párroco de la Iglesia de San Ignacio de Loyola.