TORONTO, 24 julio 2002 (ZENIT.org.- Una misa de acogida con decenas de miles de jóvenes participantes, presidida por el arzobispo de Toronto, Aloysius M. Ambrozic, inauguró oficialmente, en la tarde de este martes, las decimoséptimas Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ).
El ambiente en el Exhibition Place (imponente feria de las exposiciones) fue caldeado por el coro de las JMJ, con 400 voces de entre 16 y 35 años, que interpretó un «medley» (popurrí) compuesto por los himnos de las Jornadas precedentes, desde Roma en 1984 hasta Roma en 2000 (pasando por Buenos Aires, Santiago de Compostela, Czewstochowa, Denver, Manila y París).
La misa se celebró sobre todo en francés e inglés. Los jóvenes podían seguir la traducción en su idioma gracias a sus radios FM de bolsillo que han traído a Toronto. Quien la había olvidado, se acercaba al aparato de su amigo para no perderse el primer mensaje de este evento. Decenas de banderas de buena parte de los 173 países representados hondeaban dando color a esta fiesta de fe.
El cardenal James F. Stafford, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, y encargado de la organización por parte de la Santa Sede, dio la bienvenida a los muchachos y muchachas invitándoles a hacerse en estos días la misma pregunta que presentó un joven a Jesús hace más de dos mil años: «Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?».
El rito penitencial fue particularmente emocionante, cuando fue llevada al estrado la cruz de las JMJ a hombros de jóvenes canadienses. Una vez erigida, los muchachos se arrodillaron tocando la cruz en signo de veneración.
Esa misma cruz ha recorrido en meses pasados todo Canadá, visitando cárceles, hospitales, y hasta centros comerciales, suscitando reacciones de conmoción en un país poco acostumbrado a manifestaciones públicas de fe de este tipo.
El cardenal Ambrozic centró su homilía en Jesús, «lo más grande que le ha podido suceder al hombre, el sino más grande del deseo de Dios de estar con nosotros, de su amor hacia nosotros».
«Sí, Jesús es un ser humano, pero mucho más que eso, él es Dios, Dios con nosotros, Dios hecho tangible y visible», añadió el cardenal.
En la oración de los fieles se elevaron plegarias en varios idiomas, entre otros el swahili, y culminaron con una súplica en árabe por la paz: «Por todos los que trabajan por la paz, por la justicia y la reconciliación en el mundo, para que sus esfuerzos den fruto en una nueva era de armonía y fraternidad»
Durante el ofertorio, jóvenes representantes de los cinco continentes llevaron en procesión velas encendidas con la llama del jardín de la paz del Nathan Phillips Square del Ayuntamiento de Toronto. Esta llama había sido iluminada por Juan Pablo II el 14 de septiembre de 1984, con un tizón proveniente del Memorial de la Paz de Hiroshima.
Tras la plegaria eucarística, la comunión fue distribuida en diferentes puntos de la explanada por el coro que entonó el himno de las JMJ 2002 «Luz del mundo».
El cardenal de Toronto cerró la celebración eucarística invitando precisamente a todos los jóvenes a seguir a Cristo para ser «luz del mundo y sal de la tierra».