TORONTO, 28 julio 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II confío a los 600.000 jóvenes que participaron en la vigilia de oración en la tarde de este sábado en el Downsview Park de Toronto la misión de ser los constructores de una nueva civilización del amor.
«Dios os confía la tarea, difícil y entusiasmante, de trabajar con Él en la construcción de la civilización del amor», dijo el Santo Padre a los muchachos procedentes de 173 países en el antiguo aeropuerto, sede del momento culminante de las XVII Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ).
Recordando que el siglo XXI ha comenzado bajo la sombra de los atentados terroristas del 11 de septiembre, «imagen de un mundo en el que la hostilidad y el odio parecen prevalecer», el pontífice planteó a los muchachos una pregunta «dramática»: «¿sobre qué cimientos debemos construir la nueva era de la historia que está emergiendo de las grandes transformaciones del siglo veinte?».
«¿Es suficiente depender solamente de la revolución tecnológica que ahora está teniendo lugar, que parece responder únicamente a los criterios de productividad y eficiencia, sin referencia alguna a la dimensión espiritual del individuo o a los valores éticos compartidos universalmente?», siguió preguntando.
El pontífice respondió: «De manera espontánea en vuestros corazones, en el entusiasmo de vuestros años jóvenes, conocéis la respuesta, y la estáis dando por medio de vuestra presencia aquí esta noche: Cristo sólo es la piedra angular sobre la que es posible construir de manera sólida nuestra existencia».
«El siglo XX trató a menudo de prescindir de esa piedra angular, y trató de construir la civilización humana sin referencia a Dios –añadió–. ¡En realidad terminó construyendo la civilización contra el hombre! Los cristianos son conscientes de que no es posible rechazar o ignorar a Dios sin correr el riesgo de degradar al hombre».
«Queridos jóvenes, permitidme que os confíe mi esperanza», dijo el pontífice con tono confidencial: «Vosotros sois los hombres y las mujeres del mañana. El futuro está en vuestros corazones y en vuestras manos. Dios os confía la tarea, difícil y entusiasmante, de trabajar con Él en la construcción de la civilización del amor».
Juan Pablo II se encontraba en buen estado de forma física y no escondía su alegría al contemplar el océano multicolor de jóvenes que le escuchaban.
Al llegar al Downsview Park, los chicos y chicas le recibieron con interminables aplausos y gritos de entusiasmo, mientras el «papamóvil» atravesaba los pasillos humanos entre banderas ondeantes de todos los países.
El palco estaba presidido por una gran cruz de color amarillo de 55 metros de altura, que irradiaba luz a toda la enorme explanada. Al subir, se desplazó en él gracias a una peana móvil, que fue empujada por dos hombres con trajes regionales.
Particularmente conmovedores fueron los testimonios de tres jóvenes: un indígena, una canadiense, y un peruano, que narraron cómo la fuerza de la fe ha sido decisiva para sus vidas en medio de la marginación, la secularización, la pobreza y la violencia.
Cuando iba a concluir la vigilia, el Papa entregó a doce parejas otros tantos saquitos de sal, simbolizando su misión de ser sal y luz de la tierra, lema de estas JMJ.
Los jóvenes pasaron la noche en el Downsview Park, donde tuvieron que afrontar en la madrugada una tormenta. Pocos fueron los que pudieron dormir unas horas. Allí esperaron de nuevo al Papa para participar en la celebración eucarística del domingo con la que clausuró estas JMJ.