«La civilización del amor», anhelo de la humanidad; constata el Papa

Intervención en la audiencia general de este miércoles

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CIUDAD DEL VATICANO, 4 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II lanzó este miércoles un llamamiento a la construcción de la «civilización del amor y de la paz» en la audiencia general de este miércoles, dedicada a comentar uno de los pasajes con mayor carga poética de la Biblia.

Al comentar el cántico que entonó el profeta Isaías (capítulo 2, versículos 2 a 5) ocho siglos antes de Cristo, en el que el encuentro con Dios transforma las espadas en arados, el pontífice invitó a los creyentes a del siglo XXI a convertirse en agentes de esa auténtica paz anhelada por la humanidad desde siempre.

De este modo, el Santo Padre continuó con la serie de meditaciones sobre los Salmos y cánticos de la Biblia que han pasado a formar parte de la oración diaria de la Iglesia y que desde el año pasado viene ofreciendo en su cita semanal con los fieles.

En esta ocasión, el obispo de Roma tuvo que tomar el helicóptero para trasladarse desde la residencia de Castel Gandolfo hasta la sala de las audiencias generales del Vaticano, pues era la única manera de poder acoger al elevado número de peregrinos (más de 6.000).

Según la visión de Isaías, en presencia del templo de Dios, «los pueblos dejan caer las armas de las manos, que son recogidas después para ser fraguadas en instrumentos pacíficos de trabajo: las espadas son transformadas en arados, las lanzas en podaderas».

«Surge, así, un horizonte de paz, de «shalôm», como se dice en hebreo –añadió el Papa–, término muy utilizado por la teología mesiánica. Cae finalmente el telón sobre la guerra y sobre el odio».

Los primeros cristianos veían en Cristo el cumplimiento de esta profecía, siguió aclarando, e identificaban en la Iglesia el monte de la casa del Señor «del que salía la Palabra del Señor y al que se dirigían los pueblos paganos, en la nueva era de paz inaugurada por el Evangelio».

Leyendo este cántico, el mártir san Justino, en el año 153, decía, como recordó el sucesor de Pedro, «Nosotros, que antes nos matábamos los unos a los otros, ahora ya no sólo no combatimos contra los enemigos, sino que para no mentir ni engañar a quienes nos someten a interrogatorios, morimos de buena gana confesando a Cristo».

El pontífice concluyó haciendo un llamamiento a los cristianos para que echen «los cimientos de esa civilización del amor y de la paz en la que ya no haya guerra ni muerte, ni llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado».

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ZENIT Staff

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