CASTEL GANDOLFO, 23 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II propuso este lunes dos prioridades fundamentales para todo obispo a inicios de milenio: suscitar entre las personas el deseo de la santidad en un mundo sin ideales, y la atención a los sacerdotes, especialmente a los que atraviesan momentos duros.
Al encontrarse con 120 jóvenes obispos de 33 países en la residencia pontificia de Castel Gandolfo el Papa reconoció que en la sociedad actual, caracterizada por la indiferencia religiosa y en ocasiones por la hostilidad, ser obispo se ha convertido en una de las misiones más difíciles.
Por este motivo, la Congregación vaticana para los Obispos, cuyo prefecto es el cardenal italiano Giovanni Battista Re, ha organizado por segundo año consecutivo una peregrinación-encuentro de reflexión de varios días en Roma a la que son invitados los obispos de todo el mundo nombrados en el último año.
«La tarea primordial de un pastor es la de hacer crecer en todos los creyentes un deseo auténtico de santidad, a la que todos estamos llamados y en la que culminan las aspiraciones del ser humano», comenzó diciendo Juan Pablo II a los obispos en un discurso que les leyó durante el encuentro.
«Otra de vuestras prioridades –siguió diciendo– es la atención hacia vuestros sacerdotes, que son los colaboradores más estrechos de vuestro ministerio»
«El cuidado espiritual del presbítero es un deber primario para todo obispo diocesano, recalcó con firmeza.
«El gesto del sacerdote que pone sus propias manos en las manos del obispo, el día de la ordenación presbiteral, profesándole «filial respeto y obediencia», a primera vista puede parecer un gesto en un solo sentido. El gesto, en realidad, compromete a los dos: al sacerdote y el obispo», añadió.
«El joven presbítero opta por confiarse al obispo y, por su parte, el obispo se compromete a custodiar esas manos –aclaró utilizando una sugerente imagen–. El obispo se convierte de este modo en responsable de la suerte de esas manos que acepta apretar entre las suyas. Un sacerdote debe poder sentir, especialmente en los momentos de dificultad, de soledad, que sus manos están apretadas por las del obispo».
«Además –les dijo–, dedicaos con pasión a promover auténticas vocaciones al sacerdocio, con la oración, el testimonio de la vida y la solicitud pastoral».
Ahora bien, el mismo Papa reconoció que se trata de desafíos sumamente comprometedores en un mundo «tan rico de medios técnicos, de medios materiales, y de comodidades», pero que, sin embargo, «se presenta dramáticamente pobre de fines, de valores, y de ideales».
«El hombre de hoy, privado de referencias a los valores, se repliega con frecuencia sobre horizontes restringidos y relativos. En este contexto agnóstico, y a veces hostil, la misión de un obispo no es fácil», constató.
«Ahora bien, no tenemos que ceder al pesimismo ni al desaliento, pues el Espíritu guía la Iglesia y le da, con su aliento vigoroso, el aliento para atreverse a buscar nuevos métodos de evangelización para alcanzar ámbitos que todavía no están explorados».
«La verdad cristiana es atrayente y persuasiva precisamente porque sabe imprimir fuertes orientaciones a la existencia humana, anunciando de manera convincente que Cristo es el único Salvador de todo el género humano –aseguró–. Este anuncio sigue siendo válido hoy, como lo fue a inicios del cristianismo, cuando se realizó la primera gran expansión misionera del Evangelio».
Por último, el Papa agradeció a los Legionarios de Cristo la acogida que han ofrecido a los obispos para que se celebrara el encuentro en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum», centro universitario que ellos dirigen en Roma.