Confesiones del prelado del Opus Dei en la canonización de Escrivá

ROMA, 7 octubre 2002 (ZENIT.org).- Publicamos esta declaración escrita por monseñor Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, con ocasión de la canonización de Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei.

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Para mí, éste es un momento de una emoción difícil de describir. Un momento que procuro aprovechar muy unido al Santo Padre, a mis hermanos en el episcopado y a toda la Iglesia. He tratado a Josemaría Escrivá durante veinticinco años. He visto su lucha por alcanzar la santidad en mil detalles de oración, de caridad y de alegría cristiana que se agolpan hoy en mi memoria. Me emociona contemplar que el Papa proclama santo a este hijo fidelísimo que se gastó generosamente sirviendo a la Iglesia y a las almas, y difundiendo por el mundo este amor a la Iglesia.

Canonizar equivale a declarar que la vida de una persona se ha ajustado al «canon» de Cristo. Soy testigo de que Josemaría Escrivá deseaba mirar a Cristo, buscarle, tratarle constantemente. Meditaba con frecuencia acerca de sus treinta años de Nazareth, tejidos de trabajo y de convivencia familiar.

El fundador del Opus Dei solía afirmar que el núcleo del mensaje que Dios había puesto en su alma era precisamente la santificación del trabajo y de la vida ordinaria. Pienso que el nuevo santo se dirige a los hombres y mujeres que trabajan, para manifestarles: alégrate, porque ahí —en el corazón de tus jornadas sin brillo— puedes descubrir a Jesucristo; en los días festivos y en los días laborables en los que no ocurre nada llamativo. Porque esa existencia corriente puede y debe estar llena de amor a Dios, que siempre nos sale al encuentro.

«Estas crisis mundiales son crisis de santos», escribió Josemaría Escrivá. Pienso, en efecto, que los problemas actuales están reclamando cristianos coherentes, hombres y mujeres que santifiquen su profesión, que trabajen con espíritu de servicio para construir entre todos una sociedad digna del hombre, que es hijo de Dios. De los cristianos está esperando el mundo una auténtica revolución, una siembra de paz.

Todo este horizonte lleva consigo también una aventura: la aventura de convertirse, de amar a Dios «con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas», y al prójimo como a uno mismo, en el quehacer cotidiano. Cuando mañana, en la Plaza de San Pedro, el Papa pronuncie la fórmula de la canonización, rogaré a Dios que me ayude a convertirme y a corresponder a esta llamada.

Pienso que todos los fieles de la Prelatura somos conscientes de nuestra poquedad personal. Sabemos que hemos de cambiar un poco cada día, con una mudanza espiritual y humana que nos ponga en condiciones de responder mejor a la gracia de Dios y nos lleve también a aprender de quienes nos rodean. El nuevo santo insistía en que los cristianos vamos adelante con la fuerza de la gracia y con la fraternidad y el ejemplo de las personas con las que trabajamos, con las que convivimos. Por eso, con la certeza de que todos necesitamos la ayuda de los demás, acudiré a la intercesión de san Josemaría para pedir que todos experimentemos la alegría de seguir a Jesucristo en nuestro trabajo diario. Y rezaré para que los cristianos sepamos llevar la luz de Cristo a esta tierra nuestra tan necesitada de esperanza.» Texto distribuido por la Oficina de Prensa del Opus Dei en Internet

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ZENIT Staff

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