ROMA, 21 octubre 2002 (ZENIT.org).- Este sábado se entregó en Brescia el premio «Corazón Amigo». Un religioso javeriano, una religiosa de Santa Dorotea y un médico laico, los tres italianos, son los galardonados con un reconocimiento comúnmente llamado el «Nobel misionero».
El premio fue entregado por el cardenal Ersilio Tonini, arzobispo emérito de Rávena.
«Burundi, la República Democrática del Congo y Madagascar. Tres Estados del continente «negro» –explica un comunicado de la Asociación «Corazón Amigo» fundada en 1972– símbolos de la realidad de África. Situaciones emblemáticas que lamentablemente representan la realidad cotidiana de la mayor parte de los países de esta parte del globo».
Los tres premiados en esta XII edición «trabajan desde hace décadas en estos países, dedicándose a quienes todos los días se ven obligados a combatir duramente y, muchas veces, a sucumbir ante la guerra, el hambre, la enfermedad y la miseria», añade el comunicado.
La hermana Lucia Sabbadin, médica misionera de las hermanas maestras de Santa Dorotea, presta servicio en el hospital de Bukavu –una ciudad demasiado próxima a la frontera rwandesa como para vivir en calma–, en la República Democrática de Congo.
El hospital donde desarrolla su labor Sor Lucia, fue construido en 1929 y siempre tuvo una situación difícil. En 1995, los quince pabellones del hospital se encomendaron a la gestión de la diócesis, que mientras tanto había dado vida a una facultad de medicina.
Los destartalados edificios que recibieron carecían de todo. «Así que, junto a las otras religiosas y poquísimos médicos, decidimos ponernos manos a la obra. Presentamos un proyecto de financiación a la Comunidad Europea, pero la propuesta fue rechazada», relata a la Agencia misionera MISNA .
Recurrieron entonces a los gobiernos de Bélgica, de Francia, a la cooperación internacional, y llegaron los fondos que permitieron reestructurar los edificios y crear nuevas secciones. El aspecto tecnológico lo enfrentaron con el apoyo de sus hospitales occidentales.
Hoy en Bukavu falta un desfibrilador, pero se pueden hacer ecografías y endoscopias. Los quirófanos están en funcionamiento, aunque es necesario renovar los aparatos de anestesia y reanimación. También necesitan construir una sección para niños desnutridos.
Trabajan actualmente en el hospital 20 médicos, 7 de ellos especialistas. El hospital es además clínica universitaria, y en sólo dos años han pasado de 29 a 40 los alumnos en prácticas. Tanto por la asistencia como por la capacidad de formar nuevos profesionales, el hospital tiene una importancia fundamental en un país en donde los médicos son un bien raro y preciado.
«La guerra continúa, pero también la reconstrucción», recuerda serenamente la hermana Lucía. «Vivimos con lo que nos dan nuestros pacientes. Aquí la gente es muy pobre –añade–. En África se atiende a quien puede pagar; los demás se quedan abandonados a su propia suerte. Nosotros aceptamos a todos, es nuestra misión».
El padre Giuseppe De Cillia, un misionero javeriano, ha dedicado 38 años de su vida a Burundi, viviendo en un camión y atravesando las colinas del pequeño país africano para llevar agua donde no la hay, construir escuelas y hospitales sin olvidar la labor apostólica.
«Me han elegido porque soy el más visible –comentó el padre De Cillia–, por la ayuda humanitaria, los hospitales, los acueductos, las escuelas. Sin embargo, el trabajo más importante es predicar la esperanza y somos muchos los que lo hacemos».
Giorgio Predieri, de 53 años, médico laico, es responsable del hospital de Ampasimanjeva en Madagascar, una estructura con 120 camas situada en el centro-sur de la isla, donde lleva 30 años.
«Crecí en una cultura de solidaridad. Así que pensé, desde muy joven, poner por obra mis convicciones y me marché. Al principio no creí que empeñaba mi vida, sin embargo después ya no te detienes», comenta el tercer premiado por Corazón Amigo.
Como voluntario, Giorgio al principio era albañil; también se ocupaba de servicios técnicos. «El hospital fue construido en 1960 por católicos alemanes. Después de algunos años se necesitaba encontrar otras formas de financiación y la diócesis de Fianarantsoa –que comrende Ampasimanjeva– no podía afrontar ese esfuerzo», recuerda Giorgio Predieri.
En 1968, gracias a la labor de don Mario Prandi, fundador de las Casas de la Caridad, se estableció contacto directo con la diócesis de Reggio: «Se necesitaban médicos, personal especializado, aún más que dinero. Ese vínculo entre Italia y Madagascar se ha ido reforzando hasta convertirse en una
relación estrecha y orgánica», reconoce Predieri.
En el hospital se tratan enfermedades que en occidente casi han desaparecido: lepra, tuberculosis y malaria. El mayor esfuerzo se destina a la prevención. Los pacientes carecen de recursos y la estructura sanitaria se mantiene por las ayudas que recibe. Tan sólo el 10% del balance se cubre con lo que pagan los pacientes.
Las 120 camas que ofrece son una gota en un océano agitado y olvidado, pero representan una ayuda esencial para una población necesitada de asistencia sanitaria.
«Dirijo la administración desde hace ocho años. Este premio no quiero recibirlo sólo yo. Querría que sirviera para recordar a todos los voluntarios laicos que trabajan en el sur del mundo para echar una mano al necesitado –pide Giorgio Predieri–. Que sirva para recordar la actividad de la FOCSIV (Federación Organismos Cristianos de Servicio Internacional Voluntariado), que este año cumple treinta años de actividad».