NUEVA YORK, 24 octubre 2002 (ZENIT.org).- Las políticas de desarrollo deben basarse en el «reconocimiento de la dignidad humana» y en el respeto de las «diferencias culturales», ha exigido la Santa Sede ante las Naciones Unidas.
La reivindicación fue presentada el 17 de octubre por el arzobispo Renato R. Martino, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, al intervenir ante el Comité de la Asamblea General que afronta el debate «Cultura y desarrollo».
Según monseñor Martino, a quien Juan Pablo II ha nombrado presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, los programas de lucha contra la pobreza «deben basarse en el reconocimiento de la dignidad humana, la protección de los derechos humanos, las libertades fundamentales, y el respeto de las diferencias culturales».
«Esta visión fundamental lleva a la solidaridad humana, que promueve la cohesión social y una apreciación más profunda de la herencia común de la humanidad», añadió.
«Sólo el amor de Dios, capaz de hermanar a los hombres de toda raza y cultura, podrá hacer que desaparezcan las dolorosas divisiones, los contrastes ideológicos, las desigualdades económicas y los violentos atropellos que oprimen todavía a la humanidad», dijo citando el Mensaje de Juan Pablo II para la Jornada Mundial de las Misiones, celebrada el domingo pasado.
«El hecho de que la tierra y sus recursos sean parte de la «herencia común de la humanidad» –dijo el arzobispo recordando las conclusiones de la última cumbre mundial sobre ambiente y desarrollo celebrada en Johannesburgo– crea un entendimiento que promueve la interdependencia, apremia a la responsabilidad, y subraya la importancia del principio de la solidaridad global».
«Esta realidad –aseguró– se convierte en el fundamento del desarrollo sostenible, orientado según los imperativos morales de justicia, cooperación internacional, paz, seguridad, y el deseo de elevar el bienestar espiritual y material de las generaciones presentes y futuras».
Por tanto, aseguró, «la discusión debe centrarse en la búsqueda de los medios que permiten a la cultura complementar el desarrollo, y al desarrollo complementar la cultura».
El arzobispo enmarcó su propuesta en el nuevo escenario mundial. Citando de nuevo al Papa, afirmó: «los reprobables ataques terroristas del 11 de septiembre del año pasado y las numerosas y preocupantes situaciones de injusticia en todo el mundo nos recuerdan que el milenio recién iniciado plantea grandes desafíos».
«Exige un compromiso firme y decidido de las personas, los pueblos y las naciones para defender los derechos y la dignidad inalienable de cada miembro de la familia humana», aseguró.
«Al mismo tiempo, requiere la construcción de una cultura global de solidaridad que no sólo se exprese en una organización económica o política más eficaz, sino también y sobre todo con un espíritu de respeto mutuo y colaboración al servicio del bien común», siguió insistiendo.
«Mi delegación escucha una y otra vez que «el mundo ha cambiado de una manera dramática»–concluyó monseñor Martino–. Es verdad que ha cambiado. Pero el bien básico, la dignidad humana, sus aspiraciones y sus sueños, sigue guiando a la gente del mundo, especialmente a los que buscan una mejor vida para ellos mismos y para las futuras generaciones».