MURCIA, 1 diciembre 2002 (ZENIT.org).- La pretensión de los cristianos de anunciar que Cristo es el único salvador de la humanidad, ¿no es algo arrogante? La pregunta ha sido planteada por el cardenal Joseph Ratzinger, quien al responderla ha aclarado el significado mismo de la misión cristiana.
El interrogante fue planteado por el purpurado bávaro este sábado al intervenir en el Congreso «Cristo: Camino, Verdad y Vida», que ha reunido del 28 de noviembre al 1 de diciembre a algunos de los teólogos más respetados del mundo en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM).
«¿No es una arrogancia hablar de verdad en cosas de religión y llegar a afirmar haber hallado en la propia religión la verdad, la sola verdad?», añadió el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Ante un auditorio de casi tres mil personas, en gran parte jóvenes, el cardenal Ratzinger constató que «hoy se ha convertido en un eslogan de una enorme repercusión rechazar como simultáneamente simplistas y arrogantes a todos aquellos a los cuales se puede acusar de creer que «poseen» la verdad».
«Estas personas, según parece, no son capaces de dialogar y por consiguiente no se les puede tomar en serio, pues la verdad no la «posee» nadie –añadió exponiendo las tesis del relativismo–. Sólo podemos estar en busca de la verdad. Pero –y esto hay que objetar en contra de esta afirmación–, ¿de qué búsqueda se trata aquí, si no puede llegar nunca a la meta?».
«¿Busca realmente, o es que no quiere hallar la verdad, porque lo que va a hallar no debe existir?», siguió preguntando.
«Naturalmente la verdad no puede ser una posesión –aclaró–; ante ella debo tener siempre una humilde aceptación, siendo consciente del riesgo propio y aceptando el conocimiento como un regalo, del que no soy digno, del que no puedo vanagloriarme como si fuera un logro mío».
«Si se me ha concedido la verdad, la debo considerar como una responsabilidad, que supone también un servicio para los demás –explicó–. La fe además afirma que la desemejanza entre lo conocido por nosotros y la realidad propiamente dicha es infinitamente mayor que la semejanza (Lat IV DS 806)».
En realidad, el arrogante es el relativista, según Ratzinger. «¿No es una arrogancia decir que Dios no nos puede dar el regalo de la verdad?»; preguntó de nuevo. «¿No es un desprecio de Dios decir que hemos nacido ciegos y que la verdad no es cosa nuestra?».
La «verdadera arrogancia» consiste en «querer ocupar el puesto de Dios y querer determinar quiénes somos, qué hacemos, qué queremos hacer de nosotros y del mundo».
Por tanto, consideró, «lo único que podemos hacer es reconocer con humildad que somos mensajeros indignos que no se anuncian a sí mismos, sino que hablan con santa timidez de lo que no es nuestro, sino de lo que proviene de Dios».
«Sólo así se hace inteligible el encargo misionero, que no puede significar un colonialismo espiritual, una sumisión de los demás a mi cultura y a mis ideas», subrayó. «La misión exige, en primer lugar, preparación para el martirio, una disposición a perderse a sí mismos por amor a la verdad y al prójimo».
«Sólo así la misión es creíble», concluyó. «La verdad no puede ni debe tener ninguna otra arma que a sí misma».