MADRID, 1 enero 2003 (ZENIT.org).- Terrorismo, nacionalismo, la tragedia provocada por el petrolero Prestige en Galicia, la defensa de la vida humana y la próxima visita de Juan Pablo II a España se convirtieron en los argumentos de la entrevista que el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, concedió el pasado 25 de diciembre al canal de televisión TMT.
Publicamos la transcripción literal de las respuestas que ofreció el purpurado.
Terrorismo
En primer lugar, hemos de reconocer la verdad de lo que, desde el punto de vista moral, ocurre con el terrorismo; y la verdad es una verdad tremenda, terrible. Es la verdad de una violación radical y sistemática de la ley de Dios en un punto central de la misma que es el del respeto incondicional a la dignidad del ser humano. El terrorismo de ETA se manifiesta como una forma organizada y sistemática de atentar contra la vida, desde una ideología. El servicio de unos fines políticamente pensados con una visión del hombre y del mundo, que no reconoce la dignidad de la persona humana ni sus derechos fundamentales y en la que el bien común es sacrificado en aras de objetivos de poder político y de ideologías políticas, contrarias incluso a la dignidad y al bien del hombre. Difundir y testimoniar la verdad con la palabra, con la aportación a la formación de la opinión pública, es una gran respuesta cristiana al problema por supuesto, y de una manera centralísima en el ejercicio del ministerio pastoral de los sacerdotes y de los obispos; y también como forma y modo de ser testigo del Evangelio por parte de los consagrados y de los seglares. Eso es de un valor, creo yo, central, decisivo para la vida de la Iglesia y para la aportación de la Iglesia a la sociedad.
Ya han transcurrido dos años, por lo menos, desde que mi invitación, exhortación, e incluso mandato, de que en todas las Iglesias de Madrid, en las celebraciones de la Eucaristía, se incluyese una plegaria para pedir al Señor que termine la plaga del terrorismo. Cuanto más nos abramos a la gracia de Dios cada cristiano y los cristianos en comunidad y en comunión más va a empapar esa gracia la realidad de la vida de todos. El valor de la oración a veces se cuestiona porque se piensa de ella o se la vive como si fuese un talismán casi matemático y automático que produce efectos y bienes que los hombres con nuestras capacidades humanas, del tipo que sean, no somos capaces de alcanzar. Pero se olvida en ello que la comunicación de los hombres entre sí y con Dios funciona y se vertebra a través de cauces muy profundos tiene que ver con la libertad, con el corazón y con el alma y que, al final, es decisivo a la hora de que los frutos de la gracia de Dios y de la buena conciencia, se manifiesten en frutos también en esta vida, de paz, de solidaridad, de libertad, de amor, e incluso de progreso técnico y material. Es muy difícil que a la larga se mantenga un ritmo de progreso humano, si no va alentado, sostenido por un progreso en la conciencia moral, religiosa y espiritual del hombre.
Documento de los obispos sobre terrorismo y nacionalismo
Creo que se ha recibido muy positivamente. Al usar este adverbio, incluyo, en primer lugar, la sintonía de lo que se enseña en el documento con lo que llama el Concilio Vaticano II la conciencia de la fe por parte del pueblo de Dios. Una cierta sintonía de esa especie de intuición básica, de «sensus fidei» que dice el Concilio, del sentido de la fe del pueblo de Dios, que les enseñan sus pastores. Esa sintonía del sentido de la fe del pueblo con la enseñanza de la fe de sus pastores ha llegado prácticamente a toda España. Quizá a algún sector no, pero la unanimidad de la sintonía creo que es el primer elemento que obliga a decir que la acogida del documento ha sido positiva.
El documento explica la relación entre la conciencia ciudadana y las responsabilidades de un cristiano, cuando se ve en la tesitura de definir su vida en relación con la nación y con la comunidad política a la que pertenece, a la luz de las exigencias de una justicia solidariamente vivida con el espíritu de la caridad cristiana. Esa problemática se ha iluminado desde el punto de vista de la doctrina social, haciendo ver cómo el Estado, la comunidad política, incluye valores que tienen que ver con la entidad nacional: culturales, de lengua, de idioma, de tradiciones religiosas, familiares; tiene que ver, decisivamente y primariamente, con la defensa y la promoción de los derechos de la persona humana y también con la posibilidad de ejercer los deberes en relación con esos derechos por parte de todos; y tiene que ver con el bien común. Absolutizar los llamados valores nacionales y colocarlos por encima del bien de la persona, del bien común de todos, es cristianamente no aceptable, incluso rechazable; y mucho más rechazable cuando se absolutiza de tal modo ese valor que prácticamente viene a sustituir a Dios, a su ley y a la vida.
Esos tres aspectos del problema, hay que ejercitarlos constantemente. Ser justo y ser justo en la plenitud de lo cristiano quiere decir vivir los compromisos sociales con actitud de servicio y de solidaridad. Haberlo puesto de manifiesto ha sido una buena aportación para iluminar el problema del nacionalismo en España. En el documento se dice que España es una comunidad política, un Estado, fruto de un complejo y largo, multisecular proceso histórico en el que hemos intervenido todos, hemos puesto la aportación que viene del sentido cristiano de la vida, experiencia de la justa y solidaria convivencia, que responde a un valor y una exigencia del bien común que nos obliga y vincula a todos, y que, por lo tanto, no puede ser puesta en juicio unilateralmente por parte de nadie, de ningún grupo, de ninguna entidad nacional que puede considerarse así dentro de la comunidad histórica y nacional de España. Por lo tanto ser cristiano y vivir cristianamente las obligaciones nuestras, en relación con la nación, las entidades nacionales, sus nacionalidades, con la comunidad política, obliga a tener en cuenta esa doctrina del respeto a las exigencias de la solidaridad, de la justicia solidariamente vivida, y de la caridad que impregna esta justicia solidariamente vivida, con respecto a España.
La tragedia en Galicia
En ese hecho hay responsabilidades ciertamente humanas, que tienen que ver con la libertad, con el ejercicio de la responsabilidad personal y social. Después se ha producido una serie de hechos que, de algún modo, escapan al control del hombre, y donde la culpabilidad personal de agente directo de la desgracia no se puede atribuir a nadie. Estamos ante un hecho, por lo tanto, donde el poder del mal se manifiesta en una combinación de elementos, sobre los que la responsabilidad personal y colectiva es impotente. En primer lugar vamos a tratar de ayudar a los que están sufriendo las consecuencias tan tremendas de este siniestro; ayudar de una forma solidaria, sin enredarse en conflictos, en disputas inútiles y ayudar a la recuperación de la naturaleza. Conviene preguntarse si no es bueno promover un proceso de conversión personal, colectiva, si el éxito económico a toda costa es lo que debe mandar en la vida, si el negocio vale por encima de cualquier otra consideración, si esto no tiene que llevarnos a reformas del Derecho y del ordenamiento tanto español sobre todo, como del europeo e internacional, para evitar futuras desgracias que nunca se pueden evitar al cien por cien. El hombre no tiene el seguro de la absoluta eficacia en nada de lo que tiene que ver con su vida. La única absoluta eficacia que tiene el hombre es la oración: ésa nunca falla.
Defensa de la vida humana
Los católicos, ante la mentalidad abortista y los procesos sociales de relativización del matrimonio y de la vida familiar, deben, en primer lugar, vivir consecuentemente, los valores de la fe y de la vida cristiana e
n el ámbito personal y social: en su propio matrimonio, en la propia familia: hacerlos presentes y operantes en la vida de las comunidades eclesiales. Es la mayor contribución que podemos prestar a la gran problemática del cuestionamiento del derecho a la vida, y del valor del matrimonio, y de la familia nacida del matrimonio, vivido a fondo, clara y cristianamente. No somos tan pocos los que estimamos y vivimos el valor de la familia cristiana en una sociedad como la española y en la gran sociedad europea tenemos que empezar a hablar de ella. Eso nos obliga a hacer valer esta convicción con los instrumentos del discurso intelectual, cultural y político, y también de la acción social y cultural pública, públicamente llevada y articulada en el ámbito político. Nos podemos mostrarnos indiferentes ante la fórmula final de ordenación jurídica de estas realidades.
La próxima visita del Papa a España
Será un encuentro de rica síntesis de lo que ha significado y significa el magisterio y ministerio de Juan Pablo II para la Iglesia en España y para España misma. Han transcurrido 20 años desde el primer viaje largo, bellísimo e inolvidable viaje de un Papa que viene como testigo de la esperanza. Luego tuvo un contacto directo de conocimiento personalísimo con la visita corta del año 84, camino de América. Continuó con la Jornada Mundial de los Jóvenes en Santiago de Compostela ciudad de gran importancia para la historia de España, Europa y América, al que siguió ese rosario de encuentros de los jóvenes con el Papa por todo el mundo. Luego, la visita del 93. Todo ello constituye un cuerpo de doctrina, de inspiración espiritual, pastoral, social y cultural de primer orden para nosotros; quisiéramos que encontrase una expresión de plenitud actualizada y que nos sirviera para vivir el momento actual de la vida de la Iglesia en España en una perspectiva de futuro.