Ataque preventivo: Una espada de doble filo

El arzobispo australiano George Pell sobre la teoría de la guerra justa

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SYDNEY, 15 febrero 2003 (ZENIT.org</a>).- El arzobispo de Sydney (Australia), George Pell, aplica en este artículo la teoría de la guerra justa a una posible guerra contra Irak.

El artículo, que reproducimos con autorización, apareció en el periódico The Australian el 4 de febrero, antes de la intervención de Colin Powell, secretario de Estado norteamericano, ante el Consejo de Seguridad de la ONU.

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En el evangelio de Mateo leemos que, cuando sus oponentes intentaron pillar a Jesús en materia de impuestos, replicó: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Al decidir si Australia va a la guerra, nuestro gobierno toma una de sus más importantes responsabilidades. La decisión sobre la guerra es del César, no de la Iglesia. Pero, ¿qué perspectivas cristianas puede ofrecer al César?

La enseñanza del Nuevo Testamento hace énfasis en el amor, perdonando a los enemigos y una bendición especial para los que promueven la paz. Pero también se reconoce la legitimidad de la autoridad política y el deber de reprimir a quienes hacen el mal. Aquí surgen auténticas tensiones.

Muchos de la minoría cristiana perseguida en el pagano Imperio Romano eran pacifistas, una postura que se hacía más fácil cuando los ejércitos paganos defendían las fronteras y mantenían el orden interno. La postura cristiana de entonces era parecida a la de los australianos de hoy que son invariablemente antiamericanos, mientras se benefician de la paz americana alcanzada durante los últimos 60 años. Un mundo sin el superpoder americano sería mucho más costoso y peligroso para los australianos.

La teoría de la guerra justa, expresada primero por San Agustín en el Norte de África en el siglo V, ha estado en continuo desarrollo desde entonces, con pensadores políticos y militares, muchas veces más que con teólogos, empeñados en el requisito básico agustiniano de que una guerra justa requiere una causa justa, autoridad legítima e intención justa.

Hoy, la teoría de la guerra justa somete a discusión pública qué actividades son legítimas en tiempos de guerra, además de los criterios necesarios para ir a la guerra, a los cuales se añaden con frecuencia otras tres condiciones. Ir a la guerra debería ser el último recurso, emprendida con posibilidad de éxito, y no debería producir mayores males todavía.

En 1994, el Catecismo Católico limitó el uso de legítimo de la fuerza militar a la defensa contra la agresión. No tocó la posibilidad de la intervención militar contra la limpieza étnica, el terrorismo y la guerra de guerrillas. Ahora tiene lugar un desafío significativo a la prudencia por la necesidad de impedir el acceso de las redes terroristas a las armas de destrucción masiva producidas por estados malvados.

¿Se les ha dado a Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia causa suficiente para una guerra justa, de acuerdo a esta lista adaptada de criterios? Todavía no. Nuestros líderes todavía tienen que darnos evidencia claras de las armas iraquíes de destrucción masiva y de la relación con los terroristas.

El presidente George W. Bush está amenazando con un ataque preventivo por parte de los aliados, con o sin sanción de la ONU, para prevenir posibles ataques futuros causados o incitados por Irak.

Un ataque preventivo unilateral, sin sanción internacional, podría ser una espada de doble filo, una doctrina peligrosa, desestabilizando el orden internacional. Se nos dice que la inacción podría ser más peligrosa, pero es necesaria una evidencia más clara de este punto.

Los Estados Unidos se han opuesto tradicionalmente a los ataques preventivos desde 1837, cuando la armada británica detuvo el barco norteamericano Caroline y lo envió a Niagara Falls, porque era considerado una amenaza a los intereses británicos por su apoyo a los rebeldes canadienses.

Daniel Webster, entonces secretario de estado de Estados Unidos, estableció que la acción preventiva sólo podría justificarse si había «una necesidad de autodefensa, instantánea, abrumadora, sino hubiera lugar ni tiempo para la deliberación». Eran tiempos más sencillos.

Muchos de nosotros recordamos las fotos de los silos de misiles soviéticos en la crisis de Cuba de 1962. Ahora parece necesaria una evidencia similar, que demuestre que Irak está ayudando a los terroristas islámicos o que produce o almacena armas de destrucción masiva; que no se ha desarmado. La evidencia que presentará Colin Powell esta semana en el Consejo de Seguridad será crucial.

Hussein es un tirano para su propio pueblo, un opresor de la minoría kurda que ha usado armas destrucción masiva contra Irán y contra los kurdos. Ha desafiado durante 12 años la condición de paz de 1991 de las Naciones Unidas de que se desarmara. Se acusa a Hussein de dar apoyo financiero a los suicidas palestinos y, hasta hace poco, financiaba al grupo terrorista Abu Nidal. Una rama de al-Qaida está luchando una guerra de guerrillas contra los enemigos de Hussein, los kurdos, en el norte de Irak. Los expertos insisten en que hay mucha más evidencia. Gran parte de esta evidencia se debe volver accesible.

Otro criterio importante para la guerra justa es que no se debería dañar a los no combatientes.

El siglo XX contempló un terrible deterioro de este criterio. En la Primera Guerra Mundial las bajas civiles fueron un 5 por ciento y en la Segunda Guerra Mundial el 50 por ciento. En Vietnam, las bajas civiles alcanzaron otra vez el 60 ó 70 por ciento. Uno de los principales imperativos para los aliados debe ser evitar bajas civiles en Irak.

El debido proceso es siempre importante en los tribunales australianos y el debido proceso es importante internacionalmente. Estos significa trabajar a través de las Naciones Unidas, un instrumento imperfecto de los intereses nacionales que están en conflicto, donde muchas naciones tienen expedientes pobres en derechos humanos. Pero las Naciones Unidas son todo lo que tenemos.

Siguen sin convencerse democracias importantes como Francia y Alemania, a pesar del hecho de que Hussein ha desafiado 17 resoluciones de Naciones Unidas y de que la resolución 678 de 1990 autorizando el uso de la fuerza militar todavía está en vigor. El 11 de septiembre y Bali continúan siendo serias advertencias.

Mientras el apoyo internacional no puede decidir sobre la moralidad de invadir Irak, la autoridad moral legítima es un criterio para una guerra justa. Se necesita mayor evidencia pública para demostrar que la causa aliada es justa y obtener el respaldo del Consejo de Seguridad.

Incluso la gente de buena voluntad, que está de acuerdo con los criterios de la guerra justa, difiere en sus conclusiones prácticas. Los gobiernos deciden, pero los ciudadanos deberían debatir la moralidad de sus decisiones.

Según pienso yo, es moralmente justificable que la armada australiana refuerce el embargo a Irak y que las tropas australianas presionen al dictador iraquí para que cumpla las condiciones de paz de la ONU que aceptó en 1991. Éstas son acciones honorables. Pero la evidencia pública es todavía insuficiente para justificar el ir a la guerra, especialmente sin el respaldo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

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ZENIT Staff

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