BAGDAD, 16 febrero 2003 (ZENIT.org–Avvenire).- El cardenal Roger Etchegaray considera que su encuentro de hora y media de este sábado con Sadam Huseín ha servido para abrir nuevos espacios a la paz en Irak.
«Creo que esta visita puede contribuir a alejar un poco los nubarrones que se condensan sobre el cielo de Irak. Creo que he hecho todo lo que podía como mensajero del Papa y testigo de su acción de paz», confiesa el purpurado en la sala de la Nunciatura Apostólica en Bagdad.
–¿Qué impresión le ha causado su encuentro con uno de los hombres políticos más inaccesibles, misteriosos y temidos del mundo? ¿Qué sentido atribuye a su visita?
–Cardenal Etchegaray: El presidente iraquí, como es sabido, concede poquísimas entrevistas. El hecho de que me haya recibido durante una hora y media es, por tanto, un signo de reconocimiento de la autoridad moral del Papa. Sadam Huseín se mostró contento de recibir el mensaje personal que Juan Pablo II me había entregado. Me pareció un hombre con buena salud, seriamente consciente de las responsabilidades que debe afrontar ante su pueblo. Me convencí de que Sadam Huseín tiene hoy la voluntad de evitar la guerra.
–¿Cuál es el significado de su visita? ¿Existe una mediación vaticana para alejar de algún modo el conflicto?
–Cardenal Etchegaray: Comprendo la gran expectativa suscitada por un encuentro de esta importancia, pero el carácter espiritual de mi misión da a mis palabras un tono particular. La Iglesia tiene su modo propio de hablar de la paz, de hacer la paz, en medio de aquéllos que a diferente título se empeñan hoy por ella con tanta tenacidad. Quisiera recordar, citando a Juan Pablo II, que la Iglesia se hace portavoz de la «conciencia moral de la humanidad que desea la paz, que necesita la paz».
–¿Nos puede resumir el sentido del encuentro que usted mantuvo con Sadam Huseín?
–Cardenal Etchegaray: Ciertamente afrontamos algunas cuestiones concretas que no puedo mencionar por respeto a quien me ha enviado y a quien me recibe: se trataba de ver si se había hecho todo lo posible para garantizar la paz, restableciendo un clima de confianza que permita a Irak volver a encontrar su lugar en la comunidad internacional.
En el corazón de nuestro encuentro, estaba presente todo el pueblo iraquí, del que he podido constatar desde Bagdad hasta Masul su aspiración a una paz justa y duradera, después de tantos años de sufrimientos y de humillación. Un sufrimiento por el que la Iglesia universal y el Papa se han mostrado desde siempre solidarios.
–¿Cómo instaurar concretamente un clima de confianza dentro de Irak y de confianza de los países extranjeros hacia Irak?
–Cardenal Etchegaray: No he venido como político, no tengo por tarea preparar acciones concretas, pero estoy convencido de que, en este momento, es fundamental restaurar un clima de confianza, base de todos los esfuerzos que se están realizando. La reconstrucción de la confianza es un gran trabajo y requiere tiempo, comienza con pequeños gestos. Es importante, además, dar confianza al trabajo de los inspectores de las Naciones Unidas.
–Usted ha deseado que se «vuelva a dar un lugar a Irak en la comunidad internacional». ¿Significa esto que, si se concluye y verifica el desarme de Irak, la Santa Sede pide el final del embargo?
–Cardenal Etchegaray: Sin duda, pero no soy yo quien lo dice: el Papa se ha pronunciado varias veces contra el embargo.
–¿No cree que subrayar los sufrimientos de las poblaciones acaba sirviendo de excusa a las responsabilidades del régimen?
–Cardenal Etchegaray: Podría ser pero, ante una población que desde hace tantos años sufre por sobrevivir, no se puede hablar de excusas, no hay excusas.
–Por tanto, ¿cuál es la prioridad?
–Cardenal Etchegaray: En nombre del Papa, quiero hacer un llamamiento a la conciencia de todos aquellos que, en estos días decisivos, tienen peso sobre el futuro de la paz. La conciencia es, en definitiva, la que tendrá la última palabra, por encima de todas las estrategias, de todas las ideologías e, incluso, de todas las religiones.
–Se multiplican en estos días las manifestaciones, los debates, las vigilias de oración por la paz. ¿Está surgiendo una nueva conciencia en la opinión pública mundial sobre la paz?
–Cardenal Etchegaray: El mundo necesita gestos que expresen el deseo de paz. Creo que es necesario que la opinión pública influencie las decisiones de los hombres que tienen responsabilidad, pero es necesario que sea una opinión bien formada y bien informada, pues se da –hablo en general– el peligro de manipulaciones. Una opinión pública bien formada e informada es una condición necesaria, aunque no suficiente para la paz. El pueblo iraquí tiene una bondad natural de espíritu, pero después de dos guerras y el embargo ha quedado golpeado en todos los aspectos de su vida y no tiene la posibilidad de informarse.
–Este domingo concluye su visita, que ha sido principalmente pastoral. ¿Cómo es la Iglesia que ha encontrado en Irak?
–Cardenal Etchegaray: Una Iglesia viva y profundamente afectuosa con el Papa. En pocas partes del mundo hay un sentimiento tan contagioso, casi palpable, por un representante vaticano. Un afecto que nace de la situación compleja de una minoría que vive buscando la unidad con Roma. Además, después de la visita de dos días a Mosul, querría subrayar su aspecto ecuménico. Un ecumenismo hecho de solidaridad concreta entre católicos y ortodoxos: el domingo se intercambian las iglesias y las dos comunidades se ayudan económicamente para construir sus edificios de culto. Es algo admirable que hay que subrayar.
–¿Está inquieto por la suerte de los cristianos iraquíes?
–Cardenal Etchegaray: Aquí los cristianos son iraquíes antes que nada y sufrirían la misma condición del resto del país. A excepción de raros casos de intolerancia entre musulmanes y cristianos, en el conjunto hay ósmosis en la vida cotidiana. Los cristianos son considerados como auténticos iraquíes y seguirán la suerte de su país.