Guerra en Irak: No hay respuestas fáciles

Continúa abierto el debate sobre si es justificado un ataque

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LONDRES, 1 de marzo de 2003 (ZENIT.org).- La opción de la Iglesia católica por la paz en la solución del conflicto iraquí y sus motivos –reconocidos por muchos observadores– han quedado fuera de dudas, como constataba el último número de «Semana Internacional».

Ahora bien, la manera en que la comunidad internacional puede y debe responder a la posible amenaza que representan las armas de destrucción masiva que según algunas fuentes posee el régimen de Sadam Huseín es realmente difícil.

En este artículo presentamos una selección de puntos de vista de políticos y comentadores laicos sobre el argumento para comprender mejor los motivos que han dado pie al actual debate internacional.

El primer ministro británico, Tony Blair, en un encuentro del partido laborista hace dos semanas en Glasgow, Escocia, afirmaba que todavía esperaba un desarme pacífico de Irak. Pero advertía que mostrar debilidad podría debilitar la autoridad de las Naciones Unidas «y el conflicto que tendría lugar entonces sería más sangriento».

El mundo hace frente, explicaba Blair, a una amenaza «de países que son dictaduras inestables y generalmente represivas, que utilizan la riqueza que tienen para proteger o aumentar su poder con la capacidad de armas químicas, biológicas o nucleares, que pueden causar destrucción a escala masiva».

«En cada etapa, intentaremos evitar la guerra», indicaba el líder británico. «Pero si la amenaza no puede superarse de modo pacífico, por favor, no caigamos en la ilusión de pensar que se la puede ignorar con seguridad. Si no enfrentamos esta doble amenaza de los estados con armas de destrucción masiva, y del terrorismo, no desaparecerán. Se alimentarán y crecerán con nuestra debilidad».

Blair reconocía que una guerra significará la muerte de inocentes en el conflicto. Pero insistía en que las consecuencias de dejar a Sadam Husein en el poder conducirán a un peaje mayor en muertes debido al olvido voluntarioso del bienestar de la población por parte del régimen mientras se dedica a su sector militar. Además, Irak encarcela, tortura y ejecuta a gran número de sus opositores políticos. «Éste es un régimen que contraviene todo principio o valor en el que cree nuestra política», indicaba Blair.

«Sería un acto de humanidad librar al mundo de Sadam», decía Blair a los miembros del partido laborista. «Dejarle allí sí que es una verdadera inhumanidad».

Por su parte, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en una rueda de prensa el 18 de febrero, denunciaba a Sadam como «un riesgo para la paz». El líder iraquí ha rociado de gas a su propio pueblo, tiene lazos con los terroristas y posee armas de destrucción masiva, y en repetidas ocasiones ha desafiado a las Naciones Unidas, afirmaba Bush.

«La guerra es mi última opción», afirmó el presidente norteamericano. Sin embargo, «El riesgo de no hacer nada es incluso una opción peor por lo que yo entiendo. Se lo debo al pueblo norteamericano para dar seguridad a este país. Y así lo haré».

La principal crítica a los Estados Unidos ha sido su unilateralismo al tratar con Irak. En este tema, Bush indicaba su voluntad de trabajar a través de las Naciones Unidas, afirmando que la mejor manera de tratar con la amenaza del terrorismo y las armas de destrucción masiva es a través de las organizaciones internacionales. Pero también advertía que las Naciones Unidas deben demostrar que pueden hacer cumplir sus propias resoluciones y que tienen la capacidad de ser eficaces.

El coste humano de no intervenir
Los comentaristas a favor de la intervención arguyen que permitir que Sadam permanezca en el poder sólo será condenar a la población iraquí a más sufrimiento. Otros, sin embargo, defienden que la guerra sería peor.

Andrew MacLeod, un abogado internacional y antiguo negociador del Comité Internacional de la Cruz Roja, observaba que Human Rights Watch ha denunciado la erradicación sistemática de los árabes marshíes por parte de Sadam, cuya población ha caído de 250.000 a 40.000 en los últimos 15 años. Y esto además de los 100.000 kurdos que estima han sufrido el mismo destino, escribía MacLeod el 3 de febrero en el periódico australiano Age. A estas duras cifras habría que sumar las incontables víctimas de la represión del régimen, afirmaba.

Tras las marchas por la paz, Amir Taheri, escribiendo en la página editorial del Wall Street Journal del 18 de febrero, observaba que el lobby antiguerra también había protestado contra la intervención en Bosnia y Kosovo. En aquella ocasión el dar a la diplomacia más posibilidades llevó a la masacre de 250.000 bosnios y más de 10.000 kosovares.

Con dar más tiempo a las Naciones Unidas no se alcanzará nada, defendía Taheri, dado que Sadam simplemente continuará ocultando sus armas y evitando cooperar. Un artículo del Journal del 11 de febrero escrito por Khidir Hamza, antiguo director del programa de armas nucleares iraquí, también apuntaba a la dificultad de encontrar las armas secretas de Irak. Los inspectores de armas no encontrarán nada que Sadam no quiera que encuentren, decía Hamza.

El columnista del Washington Post, Michael Kelly, el 19 de febrero fue más allá al defender que sería inmoral no emprender una acción militar contra Sadam. Kelly insistía en la obligación de rescatar a la población civil de «una de las más crueles y sangrientas tiranías de la tierra».

Permitir que naciones como Irak, que afirma está ligado al «terrorismo de estado sancionado», continúen igual sólo invita a otro 11 de septiembre, afirmaba Kelly. Además, defendía, si las Naciones Unidas permiten que Irak continúe desafiando a la ley, el mundo perderá cualquier esperanza de seguridad colectiva. En este contexto, afirmó, la oposición continuada a la guerra «es marchar a favor de fomentar el mal en lugar de vencer al mal».

Halcones antiguerra
La oposición a una guerra ha sido igualmente intensa. Sobre la cuestión de si una guerra es necesaria para erradicar una seria amenaza contra la seguridad, un comentario de Peter Riddle en el Times de Londres el 20 de febrero observaba que muchos expertos militares cuestionan la sabiduría de tal acción. Quienes dudan en el Reino Unido incluyen al mariscal de campo Lord Bramall, antiguo jefe del Estado Mayor; Lord Hurd, antiguo Secretario de Asuntos Exteriores; y Sir Michael Quinlan, antiguo secretario permanente adjunto al Ministerio de Defensa.

Éstos, y otros antiguos generales, no son en manera alguna pacifistas y todos consideran peligroso a Sadam. Pero, observaba Riddel: «Lo que une a estos escépticos es el miedo a que la acción militar contra Sadam pueda agravar, más que aliviar, los problemas en la región, además de animar el terrorismo».

Y sobre el tema del terrorismo, Doug Bandow, del instituto Cato con sede en Estados Unidos y antiguo asistente especial del presidente Ronald Reagan, en un artículo del 29 de enero publicado por la National Review Online, observaba que todo intento de probar un lazo entre Bagdad y el 11 de septiembre ha fracasado, Además, una guerra «desviará la atención y los recursos de la actual batalla contra el terrorismo», defendía.

En cuanto al tema humanitario, el Christian Science Monitor del 7 de febrero informaba sobre un estudio de las Naciones Unidas sobre los efectos de una guerra. El informe, titulado «Probables Escenarios Humanitarios», hablaba de 3 millones de personas cuyo situación nutricional «será calamitoso». Y los planificadores han calculado que 3.6 millones de personas necesitarán abrigo de emergencia. Un conflicto también provocaría una crisis de refugiados, con cerca de 900.000 iraquíes huyendo a los países vecinos, y con otros dos millones que se convertirían en refugiados internos.

El 14 de febrero el Washington Post informaba de que las Naciones Unidas no tienen suficiente dinero
para financiar la ayuda a los civiles iraquíes en caso de guerra. Louise Frechette, diputada de la secretaría general de las Naciones Unidas, ha advertido que las agencias humanitarias tendrían que conseguir 90 millones de dólares en las próximas semanas.

En un artículo de opinión del 12 de febrero en el London Telegraph, Ian McEwan hacía notar que hay argumentos válidos tanto a favor como contra la guerra. Quitar a Sadam y devolver Irak a su pueblo sería una medida positiva, afirmaba. Pero resultan preocupantes la naturaleza inestable de Oriente Medio y la falta de claridad de los planes de Estados Unidos para después de la invasión, observaba.

En cuanto a los defensores del no a la guerra, McEwan piensa que han fracasado al contestar al argumento de que una invasión «ahora ahorrará más sufrimientos y más vidas que no hacer nada». Añadía: «El movimiento por la paz no tiene el monopolio de los argumentos humanitarios». Por otro lado, los halcones son también culpables de dar evasivas, incluyendo la cuestión de las víctimas civiles en una guerra, escribía McEwan.

Mientras aumenta la tensión sobre Irak, parece que las respuestas simples no sirven.

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ZENIT Staff

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