Tras las huellas de Santa Teresa: la Madre Maravillas, a los altares

Juan Pablo II presidirá este domingo en Madrid su canonización

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MADRID, 5 mayo 2003 (ZENIT.org).- Junto a otros cuatro beatos, Juan Pablo II canonizará el domingo en Madrid a la Madre Maravillas de Jesús, carmelita descalza fiel al ideal teresiano que supo conservar el espíritu de contemplación amorosa y misionera al máximo.

Definida como una de las grandes místicas de nuestro tiempo, María Maravillas Pidal y Chico de Guzmán nació en 1891. Hija del entonces embajador de España ante la Santa Sede, y con una inteligencia clara y profunda, disfrutó de una educación cuidada.

Leyendo a Santa Teresa de Jesús y a San Juan de la Cruz, la futura santa se convenció de que el Carmelo era por excelencia la Orden de María y se orientó hacia esta vida impulsada por su amor por Cristo y deseosa de imitarle. De ahí su ansia de reparar y dedicarse por entero a Él para la salvación de las almas.

El 12 de octubre de 1919 ingresó en el Monasterio de las Carmelitas Descalzas de El Escorial, de Madrid, recibiendo el nombre de Maravillas de Jesús. Con este motivo el padre Pedro Poveda –que será canonizado también el domingo– le escribió una carta de felicitación, a la que contestó agradecida.

De sus largas horas de oración ante el sagrario en sus primeros años de vida religiosa surgió la decisión de fundar un Carmelo en el Cerro de los Ángeles (Madrid) –que materializó en 1924–, centro geográfico de la península, junto al monumento del Corazón de Jesús, como lugar de oración y de inmolación por la Iglesia y por España.

En poco tempo, esta fundación tuvo muchas vocaciones y la Madre Maravillas vio en ello una invitación del Señor a multiplicar «las casas de la Virgen», como amaba llamar a los Carmelos.

Bajo el signo de la fidelidad a Santa Teresa fundó otros diez Carmelos –uno de ellos en la India– recuperando también con ello lugares de tradición teresiano-sanjuanista. Sus fundaciones eran para dar gusto a Dios –según decía ella misma– y darle almas en las que el Señor pudiera encontrar sus delicias.

Persecución religiosa

Desde el inicio de la persecución religiosa en España (1931-1939), la Madre Maravillas pasaba las noches en oración desde su Carmelo, contemplando el monumento al Sagrado Corazón, y obtuvo permiso del Papa Pío XI para salir con su comunidad, exponiendo sus vidas, si llegara el momento de defender la sagrada imagen, en caso de ser profanada.

En 1936 estalló la guerra civil y las Carmelitas del Cerro de los Ángeles fueron expulsadas de su convento y llevadas detenidas a las Ursulinas de Getafe. Después se refugiaron en un piso de Madrid.

La comunidad vivió ese tiempo la observancia del Carmelo hasta el heroísmo. Fueron catorce meses de sacrificios y privaciones inenarrables, en los que no faltaron registros y amenazas.

El 4 de marzo de 1939, la Madre Maravillas, junto a un grupo de monjas, volvieron a recuperar el convento del Cerro de los Ángeles completamente destruido. Con gran esfuerzo restauró la vida comunitaria en junio del mismo año y, desde entonces, en pocos años, sus fundaciones de monasterios se multiplicaron.

Durante todo este tiempo, brillaron de manera particular en la futura santa las virtudes de la caridad, la prudencia, la confianza ilimitada en la Divina Providencia, el sacrificio y la abnegación.

Últimos años de intensa labor
Desde el Carmelo de La Aldehuela, donde pasó sus últimos catorce años, la Madre Maravillas continuó atendiendo las necesidades de todos los Carmelos que había abierto e, incluso desde la clausura, realizó una labor social como la construcción de viviendas prefabricadas y la ayuda en la construcción de una barriada de doscientas viviendas. A sus expensas hizo edificar también una iglesia y un colegio.

Sostuvo económicamente a distintos seminaristas para que pudieran llegar a ser sacerdotes, realizó una fundación benéfica para sostener a religiosas enfermas, compró una casa en Madrid para alojar a las carmelitas que tuvieran necesidad de permanecer algún tiempo en tratamientos médicos y costeó al Instituto Claune la edificación de una clínica para religiosas de clausura.

En la iniciativa y desarrollo de estos servicios caritativos, que solía empezar sin medios económicos, confiaba siempre en la Providencia de Dios, que nunca le faltó.

Siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II, que aconseja la unión o asociación de monasterios de vida contemplativa, en 1972 obtuvo la aprobación de la Santa Sede de la «Asociación de Santa Teresa», integrada por los Carmelos fundados por ella –y por otros que entonces se adhirieron– y, en 1973, fue elegida Presidenta.

Desde el 28 de junio de 1926, durante 48 años fue elegida priora por sus monjas en diferentes fundaciones. En el desempeño de esta función, destacó por su firmeza, prudencia, bondad y dulzura.

Amó a sus hijas con amor de madre y ellas, a su vez, la quisieron profundamente; por ello era obedecida sin necesidad de mandar. Tal era su equilibrio, serenidad, caridad y delicadeza de trato hacia todos.

Murió el 11 de diciembre de 1974 a los 83 años en el Carmelo de La Aldehuela –donde se venera su cuerpo– rodeada de sus hijas, repitiendo: «¡Qué felicidad morir carmelita!».

Fue beatificada en Roma por el Papa Juan Pablo II el día 10 de mayo de 1998. Su memoria litúrgica se viene celebrando el 11 de diciembre.

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ZENIT Staff

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