La Iglesia en Venezuela, perseguida junto a la sociedad civil (I)

Denuncia del presidente de la Conferencia Episcopal

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LA LAGUNA (TENERIFE), 14 mayo 2003 (ZENIT.org).- La Iglesia católica en Venezuela vive momentos de persecución, pero la persecución es vivida por toda la sociedad civil, aclara el presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana.

Monseñor Baltazar E. Porras Cardozo, arzobispo de Mérida, en esta larga entrevista concedida en días pasados en la isla canaria de Tenerife a Zenit y a Popular TV Tenerife, hace revelaciones sobre la manera en que el gobierno del presidente Hugo Chávez presiona a la Iglesia, y recorta la democracia en el país.

Chávez, militar golpista fallido en 1992, quien llegó al poder en 1999, se ha destacado entre otras cosas por sus duros ataques a los obispos del país y por el recorte en los presupuestos públicos a la labor evangelizadora y humanitaria que realiza la Iglesia en el país.

–Los recientes acontecimientos de Venezuela, ¿han detenido el desarrollo y la madurez del pueblo venezolano y de la Iglesia en el país?

–Monseñor Porras Cardozo: Yo creo que hay que asumirlo ante todo con un gran espíritu de purificación, pues estas situaciones obligan a repensar. Y hay elementos que quizá no se habían asumido suficientemente. La Iglesia no era suficientemente autónoma en algunas cuestiones, como por ejemplo la económica, en un país, donde casi todo depende del estado por la realidad petrolera. Antes la Iglesia no recibía grandes cantidades, pero sí lo suficiente para funcionar internamente. La nueva situación de recorte ha supuesto un replanteamiento. Nosotros no hemos hecho ningún tipo de reclamo a que se nos dé nada por privilegio. Lo que sí hemos reclamado es que hay cosas que aparecen en el presupuesto nacional como destinadas a la Iglesia y luego no se sabe a dónde va ese dinero. Hay muchas cosas en el presupuesto venezolano que aparecen con nombres de santos pero tienen fines poco santos.

Lo que el Estado sigue destinando a obras de la Iglesia para el beneficio de la población es fundamentalmente en el campo de la educación y de la salud. El autoritarismo del gobierno ha llevado a cortar todos los programas sociales que llevaban adelante no sólo la Iglesia sino tmabién muchas otras organizaciones sociales.

La primera tentación que tiene cualquier organización es la de cerrar las puertas por falta de recursos. Fue también la primera tentación de algunos de los programas que teníamos. Pero, gracias a Dios, se ha dado la conciencia del deber de ayudar a los pobres, aunque nadie me dé dinero para ello. No podemos convertirnos en una agencia de servicios, aunque sean más baratos que otros. Esto distorsiona totalmente lo que es el sentido de las obras de la Iglesia.

–¿De modo que están en una fase de purificación?

–Monseñor Porras Cardozo: Así es. Pasó también con la Iglesia en otros países de América Latina en las últimas décadas, por ejemplo, en Chile cuando comenzó lo de Augusto Pinochet, o en Centroamérica. Por tanto no estamos descubriendo el agua tibia. Creo que una de las posibilidades que tiene la Iglesia venezolana es que mucho de lo que estamos viviendo ahora lo pasaron en estos veinte o treinta años muchos países. Y hay que aprender en cabeza ajena.

Esto nos ayuda a comprender en los elementos fundamentales del mensaje cristiano. En una sociedad en la que faltan tantas instituciones, o las instituciones hayan sido desdibujadas, el que haya valores –el valor de la libertad, de la verdad, del respeto, de la dignidad humana– es algo decisivo que no se puede dejar a un lado.

–Obviamente eso tiene un precio.

–Monseñor Porras Cardozo: Desde luego, hay situaciones difíciles. Pero en Venezuela se da algo que antes no se había experimentado: un clima de enfrentamiento, de descalificación, no sólo contra la Iglesia, sino contra cualquier institución. Yo tengo juicios por ladrón, pues la arquidiócesis de Mérida gestionaba un hospital. El gobierno nos arrebató este hospital sin ningún respeto de la ley y después para justificar esta medida se acusó a la Iglesia de quedarse con el dinero. Y como el responsable último es el arzobispo, tengo pendiente un juicio en el Tribunal Supremo.

–Estas veladas mentiras, que son grandes mentiras, ¿se dan también en el manejo del Estado de Venezuela?

–Monseñor Porras Cardozo: Sí claro. Le pongo un ejemplo, que forma parte de este Proyecto Revolucionario Bolivariano que se da en Venezuela. El cambio de Constitución, que se veía como necesario para las transformaciones del país, en realidad va en otra línea. Va en la línea de querer destruir todas las instituciones, pues bajo el ropaje de piel de cordero de defender los derechos del niño, o con la excusa de que la familia no va bien, el Estado quiere convertirse en el único actor y, dentro del Estado, el poder ejecutivo se hace casi omnipresente.

Cuando se rompe el equilibrio de la vida social, se genera más corrupción, más pobreza, y más enfrentamiento como el que estamos viviendo. En los últimos años, que el aumento del precio del petróleo ha dado entradas fabulosas al país, se ha dado un crecimiento de la pobreza hasta un 80%; el aumento del desempleo ha llegado a niveles de casi el 30%, y la economía sumergida es la que está al orden del día. Esto crea un proceso de búsqueda de migración, que Venezuela no había tenido. En Florida se habla de más de 200.000 venezolanos, de los cuales la mitad son ilegales o medio ilegales, y casi todos son universitarios. De manera que hay un capital humano que no se recobra fácilmente.

–Quizá el momento más álgido de estas tensiones se vivieron hace un año, con el fallido intento de destitución de Hugo Chávez de abril de 2002. Usted vivió aquellos momentos de cerca de Chávez.

–Monseñor Porras Cardozo: Ahí se dio un reconocimiento explícito del papel de la Iglesia. El cardenal Ignacio A. Velasco, arzobispo de Caracas, y mi persona éramos algunos de los más atacados. Sin embargo, en el momento en que tenía el agua al cuello, el propio presidente de la República me llamó para ver si yo estaba dispuesto a defender su vida y ayudarle a que pudiera salir del país. Yo le dije: «Cómo no. Déjeme ver cómo puedo hacerlo». Como sacerdote es una de mis primeras obligaciones. Con el aval de mi persona, estaba dispuesto a confirmar su renuncia. Después los militares no aceptaron esta condición, le obligaron a quedarse en el país, y después, como sabemos, pudo recobrar el cargo. Lo curioso es que ahora, un año después de los acontecimientos, el presidente ha tratado de cambiar la versión. Y dijo: había unos «obispitos» que estaban con los golpistas. Él sabe muy bien, como le dije en una ocasión, que «yo salí en esta película porque usted me llamó». Creo que todo esto hay que verlo en el marco en el que toda institución que le pueda hacer sombra debe ser borrada, desvirtuada, o dividirla.

–¿Y lo ha logrado?

–Monseñor Porras Cardozo: El gobierno ha intentado siempre dividir. Como en otras instituciones ha dicho: los dirigentes son la cúpula y la cúpula está divorciada de la base. Creo que las características de la Iglesia en Venezuela, su configuración y presencia, ha hecho que no haya funcionado. Esto no quiere decir que no haya algunos pocos elementos, sacerdotes y algunos grupos que se llaman cristianos, que pretenden revivir la historia del Sandinismo de Guatemala en Venezuela. Si en Venezuela se diera una división entre religiosos y clero diocesano, o entre la presencia en zonas populares y otras zonas, hubiera sido diferente. Pero esa situación no se da.

–¿Critican ustedes al Gobierno porque es de izquierdas?

–Monseñor Porras Cardozo: Hay algo muy interesante. La gente más crítica contra el Gobierno y el Proyecto Revolucionario de Venezuela es la inmensa mayoría de la gente de izquierda. Con motivo del primer aniversario del fallido golpe de abril
de hace un año, la izquierda montó un contracongreso para decir: Nosotros que hemos representado siempre a la izquierda, una izquierda democrática, rechazamos el que se utilice nuestro vocabulario y nombre.

–Entonces, ¿cuál es la realidad de Venezuela?

–Monseñor Porras Cardozo: Se trata de un gobierno populista, autoritario, militarista –no en vano es un militar golpista quien está al frente–. No es casualidad que los modelos que se proponen son el régimen de Fidel Castro en Cuba o del coronel Muammar Gadafi de Libia, y de Sadam Husein de Irak, que no sabemos dónde está.

–¿No le da miedo hablar con esta claridad?

–Monseñor Porras Cardozo: La mejor manera de mantener la esperanza de la gente en esta situación es con la verdad por delante.

–Ustedes ya no tienen nada que perder, quizá por eso sus relaciones con el Gobierno no son buenas.

–Monseñor Porras Cardozo: Pero es que ha sido el Gobierno quien ha roto las relaciones con todo el mundo. Hay un gobierno que es el principal promotor de la violencia. La violencia en el país no la promueve la oposición, o el hampa, la promueve el gobierno. Yo estoy muy cerca de la frontera con Colombia, y todas estas situaciones que se generan con los secuestros, con la desatención de la gente, son promovidas por el gobierno. Todo el retroceso que sigue habiendo en el campo de la salud es terrible, pues han vuelto a surgir epidemias en el país que habían desaparecido. Hay que ver lo que es el drama en estos momentos de ir a un hospital público en Venezuela, en el que la persona tiene que llevar absolutamente todo. No es que la situación de antes fuera estupenda, pero era otra situación, y había posibilidades de esperanza.

–En esta situación, recordémoslo, ha habido atentados con bomba contra Iglesias. ¿No tienen miedo?

–Monseñor Porras Cardozo: Por supuesto hay situaciones límites que algunos de los obispos tenemos que vivir de manera particular. Pero hay una característica de este proceso que se está dando en Venezuela: la gente no tiene miedo. Es muy interesante, pues denota también una serie de valores.

En mi diócesis de Mérida, en las dos semanas anteriores a Semana Santa, se dieron doce robos. Pero no eran auténticos robos, pues tenían por objetivo destrozar. Se han destrozado sagrarios. Si fueran vasos sagrados de oro, uno podría pensar que se trataba de robos. Pero eran cálices corrientes que no tienen valor. En los últimos meses la catedral ha sido objeto de robo. Han robado las sillas del presbiterio e incluso imágenes. La catedral tenía siempre la vigilancia policial normal, propia de la plaza. Se quitó, pues las autoridades dijeron que eran un privilegio que no podía tener la Iglesia católica. Hay casas de sacerdotes que han sido saqueadas, pero después nunca aparece el delincuente, no se sabe lo que ha pasado.

Esto configura un clima de amedrentamiento, que no es exclusivo de la Iglesia. Quisiera resaltarlo. No sería justo decir que hay una persecución contra la Iglesia. Hay una persecución contra toda la sociedad venezolana. Se busca crear miedo para que la gente se paralice. Hay que escuchar algunos discursos en los que se dice que esta Revolución no la echa para atrás nadie y, si no se mantiene por las buenas, se mantiene por las malas, con la violencia.

[La segunda parte de la entrevista se publicará este jueves]

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ZENIT Staff

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