CIUDAD DEL VATICANO, 4 junio 2003 (ZENIT.org).- Este martes se cumplieron cuarenta años de la muerte de Juan XXIII, cuyo breve pontificado ha constituido una herencia decisiva para el siglo XXI, como lo han demostrado las celebraciones del aniversario de su Encíclica «Pacem in Terris».
Su autenticidad cristiana, su fidelidad sacerdotal, su actitud misericordiosa y su gran conocimiento del hombre no han sido olvidados con el paso del tiempo, según apunta el historiador italiano Andrea Riccardi en un artículo publicado con este motivo en «L’Osservatore Romano».
Cuando concluía el pontificado de Angelo Giuseppe Roncalli, Proclamado beato en el año 2000, el panorama internacional estaba marcado por la guerra fría y la crisis de Cuba abría las puertas a un conflicto armado.
«Nuevos problemas políticos, humanos y espirituales caracterizan nuestra época», pero la figura de Juan XXIII sigue siendo «una fuente de inspiración para muchos», reconoce Riccardi.
En Juan XXIII, explica, «se percibía su autenticidad evangélica» y «tuvo una vida espiritual profunda y constante, preguntándose cada día –como demuestran sus escritos espirituales– sobre el hecho de ser sacerdote y creyente».
Profundamente enraizado en una identidad cristiana viva, poco antes de morir el Papa dijo: «El secreto de mi sacerdocio está en el crucifijo…». «En este sentido su testimonio no decae», subrayó Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, movimiento católico surgido en Roma en 1968.
Por otro lado, su experiencia del mundo se caracterizó por una actitud misericordiosa y atenta hacia los hombres. Hay que recordar que la vida de Angelo Roncalli transcurrió en el catolicismo de minoría que atendió durante veinte años entre la Bulgaria ortodoxa y la Turquía laica de Ataturk.
Además del contacto con la ortodoxia y con el Islam, su experiencia francesa de ocho años le puso en contacto con la laicidad. «En escenarios diferentes –constata Riccardi–, Angelo Giuseppe Roncalli siempre amó entender a los hombres y las situaciones», viviendo con la actitud de quien escruta «los signos de los tiempos».
Origen y núcleo de la «Pacem in Terris»
«Mucho de la “Pacem in Terris” procede de la experiencia vivida en el mundo contemporáneo como realidad de convivencia de los católicos con otros no católicos», explicó Andrea Riccardi.
Para el Papa, las líneas de su Encíclica sobre la paz «ofrecen a los católicos un vasto campo de encuentros y de acuerdos tanto con los cristianos separados… como con las personas no iluminadas por la fe en Jesucristo, en las cuales, sin embargo, está presente la luz de la razón…».
Es por ello que «Juan XXIII fue el Papa del testimonio de la identidad cristiana en un amor activo dentro de un mundo complejo y variado desde muchos puntos de vista», se lee en el artículo de «L’Osservatore Romano».
En este Papa, que había vivido de cerca dos guerras mundiales y había podido constatar como todo conflicto deja una herencia amarga, «latía la antigua desconfianza del catolicismo hacia guerras y revoluciones».
En plena crisis de Cuba, el Papa recordaba al mundo: «Promover, favorecer, aceptar conversaciones, a todos los niveles y en todos los tiempos, es una regla de sabiduría y de prudencia». «Tal fue siempre la norma de su acción diplomática», recuerda Riccardi.
Fue el empeño de su pontificado, porque –como dijo en septiembre de 1961–, «con la paz se realizan grandes cosas, se puede hacer todo. En cambio, si no hay paz, la vida se convierte en peso, amargura, desesperación»
De él escribió el metropolita Nikodim, del Patriarcado ortodoxo de Moscú: «Fue un hombre de acción, lejos del optimismo fácil y superficial. No ocultaba su fidelidad a la doctrina católica, ni callaba lo que distinguía a las diferentes confesiones cristianas, pero era su deber, y de importancia primordial, volver a despertar y reactivar el espíritu ecuménico».
«Juan XXIII es recordado como uno de los más grandes pontífices del siglo XX precisamente porque intentó ser un sacerdote leal y pacífico Y es recordado como un cristiano que dio un testimonio de santidad en la Iglesia católica y fuera de ésta», concluyó Riccardi.