DUBROVNIK, 6 junio 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II subrayó la necesidad de dejar espacio al «genio» de la mujer en la sociedad y en la comunidad eclesial al elevar a la gloria de los altares a la primera mujer croata.
En el puerto de Dubrovnik, unas 50.000 personas hicieron de la celebración eucarística de beatificación de sor Marija de Jesús Crucificado Petkovic (1892-1966), fundadora de la Congregación Franciscana Hijas de la Misericordia, una fiesta de fe.
La figura de la nueva beata llevó al Papa a pensar en «todas las mujeres de Croacia, en las que son esposas y madre felices, así como en las que están marcadas para siempre por el dolor debido a la pérdida de un familiar en la guerra cruel de los años noventa, o por otras amargas desilusiones».
«Pienso en ti, mujer, que con tu sensibilidad, generosidad y fortaleza enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas –afirmó–. Dios te ha confiado de manera especial a los niños, y de este modo estás llamada a convertirte en un apoyo importante para la existencia de toda persona, en particular en el ámbito de la familia».
«El desarrollo frenético de la vida moderna puede llevar al ofuscamiento o incluso a la pérdida de lo que es humano –reconoció–. Quizá más que en otras épocas de la historia, nuestro tiempo tiene necesidad de ese «genio» de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el ser humano».
«¡Mujeres croatas, conscientes de vuestra dignísima vocación de esposas y de madres, seguid mirando a todas las personas con los ojos del corazón, salid a su encuentro y estad cerca de ellas con la sensibilidad propia del instinto materno!», exhortó el obispo de Roma.
«Vuestra presencia es indispensable en la familia, en la sociedad, en la comunidad eclesial», aseguró.
El Papa subrayó también el papel decisivo de las mujeres consagradas, como Marija Petkovic, a quienes invitó a «responder fielmente al único Amor de vuestra existencia».
«Que la experiencia cotidiana del amor gratuito de Dios por vosotras os impulse a donar sin reservas vuestra vida en servicio de la Iglesia y de los hermanos, confiando todo, el presente y el futuro, a sus manos», añadió.
Entre los presentes, que soportaron un sol aplanador en la ciudad de la costa del Mar Adriático, se encontraban peregrinos procedentes de Bosnia y Herzegovina, de Serbia y Montenegro, y de otros países vecinos.
Los casi 46.000 habitantes de Dubrovnik se volcaron para acoger al Papa que en menos de diez años visita por tercer vez Croacia.
Las carreteras que separaban el aeropuerto hasta el puerto de Dubrovnik, donde tuvo lugar la beatificación, estaban llenas de banderas y pancartas en las que le daban la bienvenida.
El pontífice en la homilía rindió homenaje a la tradición de libertad y de justicia de esta república marinera en los siglos XV y XVI, que después pasó al imperio austríaco, y que ya en 1416, antes que muchos Estados, abolió la esclavitud.
Al recordar la figura de Marija Petkovic destacó su entrega total «al bien espiritual y material de los más necesitados» y su espíritu misionero que propagarían sus hijas espirituales por América Latina.
Tras la celebración, El Papa almorzó en la residencia del obispo de Dubrovnic, monseñor Zelimir Puljic, junto a los sacerdotes de la diócesis.
Esta tarde está previsto que el Papa regrese en avión a Rijeka donde
pernoctará en el seminario archidiocesano.
Antes de regresar en la Rijeka, en cuyo seminario se aloja en estos cinco días de viaje, recorrió en el Papamóvil el centro histórico de Dubrovnik, declarado por la UNESCO patrimonio cultural de la humanidad.