Obispo auxiliar de Nueva York: La iglesia, la casa de los inmigrantes hispanos

Entrevista con monseñor Josu Iriondo

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NUEVA YORK, 5 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Monseñor Josu Iriondo, obispo auxiliar de Nueva York, es el encargado de asistir a la creciente comunidad hispana de la Gran Manzana. Cuatro millones de latinoamericanos viven en Nueva York y el área vecina.

Dominicanos, portorriqueños y mexicanos son los principales países de pertenencia de los inmigrantes. Este obispo, vasco de origen y cercano colaborador del cardenal Eagan ilustra en esta entrevista la labor de la Iglesia a favor de los inmigrantes hispanos tras el 11 de septiembre.

–¿Estamos dejando atrás la «Iglesia de los pobres»?

–Monseñor Iriondo: La verdad es que no nos damos cuenta de que los pobres fueron los que levantaron todo: las iglesias, las escuelas, los hospitales… Ahora nosotros –por ejemplo en Nueva York– lucimos una Iglesia muy bonita, pero les ha costado a los pobres y, quizá, nos olvidamos de esos pobres, que llegan en grandes masas a esta ciudad. Pensamos que no tienen poder, cuando el poder está en cada persona.

–¿Cómo viven esta realidad en Nueva York, una de las arquidiócesis más ricas del mundo?

–Monseñor Iriondo: Estamos tratando de abrir las puertas y cada día somos más conscientes de que si queremos vivir como Iglesia, tenemos que acoger al inmigrante. Es él quien se agarra a Dios. Si le dejamos, nos morimos. Como también la sociedad. El que está acomodado, se duerme. Así cayó Roma.

— ¿Es posible acoger al inmigrante con amor, después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001?

–Monseñor Iriondo: Sí. Es posible. Una cosa es lo que se ventila en los medios y otra la realidad. La guerra ha supuesto una marcha atrás en la ecología y en muchas otras cosas, de al menos treinta años.

–Por cierto, ¿cuál fue el papel de la Iglesia católica en estos acontecimientos?

–Monseñor Iriondo: Los bomberos, los policías que murieron eran católicos en su mayoría. Atendimos, sin embargo, a todos. Y la Iglesia estaba presente. Se movilizó muy bien para estar cerca de los que sufrieron esa enorme tragedia.

— La Iglesia católica, ¿está actuando bien en el tema de los inmigrantes?

–Monseñor Iriondo: Cuando el inmigrante viene aquí, a Nueva York, y ve una iglesia dice: «ésa es mi casa». El problema es que muchas veces la encuentra cerrada. Debemos rescatar ese signo, darle ayuda al inmigrante para que, realmente, tenga la identificación que necesita. Es una ayuda moral inestimable.

–¿No era éste el sentido original de la Iglesia, casa de todos?

–Monseñor Iriondo: Sí, por supuesto. Lo que pasa es que la Iglesia antes no tenía edificios. Donde quiera que hubiera gente reunida en torno a Cristo, estaba la Iglesia. El problema de hoy es que invertimos mucho tiempo en los edificios y descuidamos a las personas…

–Eso se palpa en Nueva York…

–Monseñor Iriondo: …cuando tú estás muy organizado, te respetan, te admiran, tienes muchas obras, pero corres peligro de olvidarte del más necesitado.

–¿Qué programas tienen ustedes con respecto a los inmigrantes?

–Monseñor Iriondo: Todas las parroquias tienen sus programas para los inmigrantes. Hay agencias de protección, consulares, apoyo moral. Son cientos de programas. Tratamos que el inmigrante tenga un encuentro con una Iglesia que es suya. Y la asistencia es enorme; hermanas, hermanos, sacerdotes. Luchamos para que vivan con dignidad, en los campos y la ciudad. En la medicina…

–¿Cómo afrontan la religiosidad popular de los que emigran?

–Monseñor Iriondo: Siempre la Iglesia tiene que ser popular. Es la persona y su relación con Dios. La iglesia con capacidad económica puede olvidar su contenido. Sin el pueblo no somos nadie. Lo importante es que el pueblo se conecta con su Dios, y con la Palabra Eterna del Padre, que se hizo Carne y caminó con nosotros. Ahora somos nosotros los que intentamos caminar con Él.

–¿Es cierto que los escándalos sexuales han golpeado tan duramente a la Iglesia católica de los Estados Unidos?

–Monseñor Iriondo: Sí, la Iglesia ha sido golpeada fuertemente, pero, también, de manera injusta. No han visto la parte positiva de la Iglesia. Quizá ha sido un despertar para todos nosotros. No hay mayor alegría cuando un penitente ha cometido un pecado, lo confiesa y siente el gozo por ello.

–Por cierto, los abusos sexuales no son exclusivos de la Iglesia católica…

–Monseñor Iriondo: En efecto, pero es que es obvio. Si un mecánico, que está trabajando con un coche, le cae un chorro de grasa en su traje, no le importa. Pero una novia, cuando va a casarse, la cae una gotita en su vestido hermoso, dice «¡guau, cuanto me han manchado, es una desgracia!».

— Excelente metáfora, y es que la Iglesia siempre ha tenido…

–Monseñor Iriondo: …capacidad de renovarse. Si nos denuncian, está bien; no tenemos por qué tener miedo. Pero el problema grande no es ése. El problema grande es que no estamos formando a los católicos como debíamos haberlo hecho. Nos estamos dejando llevar por estructuras más que por el contacto personal de la Iglesia con la persona, para motivarla a que tenga contacto personal con nuestro Dios y Señor.

Por Jaime Septién, director del semanario «El Observador»

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ZENIT Staff

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