ROMA, 21 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Si representan una oportunidad de desarrollo especialmente para los países pobres, podría ser un deber moral y de solidaridad difundir los organismos genéticamente modificados (OGM), advierte el decano de la Facultad de Bioética del «Ateneo Pontificio Regina Apostolorum».
Con una ponencia sobre «Organismos genéticamente modificados y Doctrina Social de la Iglesia», el padre Gonzalo Miranda intervino la semana pasada en el Simposio Internacional celebrado en el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz.
En una entrevista concedida a Zenit en este contexto, el padre Miranda se refirió a la función que la biotecnología podría tener en el desarrollo de los países más pobres y recalcó que «la Iglesia invita a ir más allá de la mera justicia y equidad y emprender el camino de la solidaridad».
«Si los OGM representan una verdadera oportunidad para favorecer el desarrollo de todos los países, especialmente de los más necesitados, sería un verdadero deber moral y de solidaridad favorecer su difusión», afirmó.
«Bloquearlos a priori en función de posturas meramente ideológicas o de inconfesables intereses económicos sería no sólo una falta de solidaridad, sino también una grave injusticia», advirtió el padre Miranda.
En su opinión, «la solidaridad debería llevar a facilitar el intercambio no sólo de semillas potenciadas por la genética, sino sobre todo la comunicación de las tecnologías necesarias para desarrollar “in situ” productos más convenientes para cada lugar y situación».
«Algunas personas son de la idea de que la manipulación genética de los seres vivos es un acto éticamente reprobable porque tiende a alterar lo que es natural, pero la visión antropológica de la Iglesia lleva a conclusiones diferentes», explica el sacerdote.
Por lo que se refiere a la ética cristiana, el padre Miranda subraya que «Dios ha puesto al hombre como “jardinero de la creación” que debe actuar con responsabilidad para “cultivar y custodiar” lo creado».
«Y Juan Pablo II –añade–, en relación con la biotecnología, ha afirmado claramente que “la técnica podría constituir, con una recta aplicación, un precioso instrumento útil para resolver graves problemas, empezando por los del hambre y la enfermedad, mediante la producción de variedades de plantas más adelantadas y resistentes y de preciosos medicamentos”».
Si el hombre interviene sin abusar ni dañar la naturaleza –afirma el Santo Padre–, se puede decir que «interviene no para modificar la naturaleza, sino para ayudarla a desarrollarse según su esencia, la de la creación, la querida por Dios», concluye el padre Miranda.