Juan Pablo II: Cristo en la cruz por los pecados

Meditación en el cántico del capítulo segundo de la Primera Carta de Pedro (21 a 24)

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 14 enero 2004 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la intervención que pronunció Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles, dedicada a comentar el cántico de las Vísperas que aparece en el capítulo segundo de la Primera Carta de Pedro (versículos 21 a 24).

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

El no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

1. Tras la pausa de las festividades navideñas, reanudamos hoy nuestras meditaciones sobre la liturgia de las Vísperas. El Cántico que acabamos de proclamar, tomado de la Primera Carta de Pedro, medita en la pasión redentora de Cristo, preanunciada ya en el momento del Bautismo del Jordán. Como escuchamos el domingo pasado, fiesta del Bautismo del Señor, Jesús se revela desde el inicio de la actividad pública como el «Hijo predilecto», en el que el Padre se complace (Cf. Lucas 3, 22), y como el auténtico «Siervo de Yahvé» (Cf. Isaías 42, 1), que libera al mundo del pecado a través de su Pasión y de la muerte en la Cruz.

En la citada Carta de Pedro, en la que el Pescador de Galilea se define como «testigo de los sufrimientos de Cristo» (5, 1), el recuerdo de la pasión es muy frecuente. Jesús es el cordero inmolado sin mancha, cuya sangre preciosa ha sido derramada para nuestro rescate (Cf. 1, 18-19). Es la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida por Dios como «piedra angular» que da la cohesión a la «casa espiritual», es decir, a la Iglesia (Cf. 2, 6-8). Es el justo que se sacrifica por los injustos para que puedan volver a ir hacia Dios (Cf. 3, 18-22).

2. Nuestra atención se centra ahora en el perfil de Cristo trazado en el pasaje que hemos escuchado (Cf. 2, 21-24). Se nos presenta como el modelo que hay que contemplar e imitar, el «programa», como se dice en el original griego (Cf. 2, 21), que hay que realizar sin dudarlo, conformándonos con sus opciones.

De hecho, se utiliza el verbo griego del seguimiento, del discipulado, di ir tras las huellas mismas de Jesús. Y los pasos del Maestro divino avanzan por una camino escarpado y difícil, como se lee en el Evangelio: «Si alguno quiere venir en pos de mí…, tome su cruz y sígame» (Marcos 8, 34). Al llegar a este momento, el himno de Pedro hace una síntesis admirable de la pasión de Cristo, perfilada por las imágenes de Isaías aplicadas a la figura del Siervo doliente (Cf. Isaías 53), reinterpretadas en clave mesiánica por la antigua tradición cristiana.

3. Esta narración en forma de himno de la Pasión se formula a través de cuatro declaraciones negativas (Cf. 1 Pedro 2, 22-23a) y de tres positivas (Cf. 2,23b-24), con las que describe la actitud de Jesús en ese terrible y grandioso acontecimiento.

Comienza con una doble afirmación de su absoluta inocencia expresada con las palabras de Isaías 53,9: «El no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca» (1 Pedro 2,22). Siguen otras consideraciones sobre su comportamiento ejemplar, inspirado en la mansedumbre y la dulzura: «cuando lo insultaban, no devolvía el insulto» (2, 23). El silencio paciente del Señor no es sólo un gesto de valentía y de generosidad. Es también un gesto de confianza hacia el Padre, como sugiere la primera de las tres afirmaciones positivas: «se ponía en manos del que juzga justamente» (ibídem). Tenía una confianza total en la justicia divina que guía la historia hacia el triunfo del inocente.

4. Se llega así a la cumbre de la narración de la Pasión, en la que se manifiesta el valor salvador del acto supremo de la entrega de Cristo: «Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia» (2,24). Esta segunda afirmación positiva, formulada con las expresiones de la profecía de Isaías (Cf. 53,12), aclara que Cristo llevó «en su cuerpo» sobre «el leño», es decir, la Cruz, «nuestros pecados», para poder aniquilarlos.

Siguiendo este camino, también nosotros, liberados del hombre viejo, con su mal y su miseria, podemos vivir «para la justicia», es decir, en santidad. El pensamiento corresponde, si bien con términos en buena parte diferentes, a la doctrina de san Pablo sobre el bautismo que nos regenera como nuevas criaturas, sumergiéndonos en el misterio de la pasión, muerte y gloria de Cristo (Cf. Romanos 6, 3-11).

La última frase –«sus heridas nos han curado» (1 Pedro 2, 25)– subraya el valor salvador del sufrimiento de Cristo, expresado con las mismas palabras utilizadas por Isaías para expresar la fecundidad salvadora del dolor sufrido por el Siervo del Señor (Cf. Isaías 53,5).

5. Al contemplar las llagas de Cristo con las que hemos sido salvados, san Ambrosio decía: «No tengo nada en mis obras de las que pueda gloriarme, no tengo nada de qué enorgullecerme y, por tanto, me gloriaré en Cristo. No me gloriaré porque soy justo, sino porque he sido redimido. No me gloriaré porque estoy exento de pecados, sino porque se me han perdonado. No me gloriaré porque he ayudado ni porque me han ayudado, sino porque Cristo ha sido mi abogado ante el Padre, porque la sangre de Cristo fue derramada por mí. Mi culpa se convirtió para mí en el precio de la redención, a través de la cual Cristo me ha salido al encuentro. Cristo padeció la muerte por mí. Tiene más ventajas la culpa que la inocencia. La inocencia me había hecho arrogante, la culpa me ha hecho humilde» («Jacob y la vida beata» –«Giacobbe e la vita beata»–, I,6,21: Saemo, III, Milano-Roma 1982, pp. 251.253).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, uno de sus colaboradores en la Secretaría de Estado leyó el resumen en castellano y, a continuación, el Papa dirigió su saludo a los peregrinos de América Latina y España. Publicamos a continuación estas dos intervenciones:]

Queridos hermanos y hermanas:
El Cántico proclamado hoy está dedicado a la Pasión redentora de Cristo. Él se nos presenta como el modelo para contemplar e imitar, el ejemplo a seguir sin duda imitándolo en sus opciones. Este himno petrino traza una admirable síntesis de la pasión de Cristo, siguiendo las palabras y las imágenes que presentó Isaías sobre la figura del Siervo doliente, meditadas por la antigua tradición cristiana.

A través de este camino, también nosotros, liberados de la carga del hombre viejo caracterizada por el mal y sus miserias, podemos vivir para la justicia, es decir, en santidad.

Saludo con afecto a los peregrinos y familias de lengua española. En especial al grupo de Religiosas de España y América latina, así como a los alumnos de la Escuela Italiana de Montevideo. A todos os animo a imitar a Cristo, que, con su pasión, libra al hombre del pecado.
Muchas gracias por vuestra atención.

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ZENIT Staff

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