CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 14 enero 2004 (ZENIT.org).- La gran paradoja del cristianismo estriba en que el pecado se convirtió en el motivo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, constata Juan Pablo II.
«Mi culpa se convirtió para mí en el precio de la redención, a través de la cual Cristo me ha salido al encuentro», reconoció citando a san Ambrosio (340- 397) ante los más de cuatro mil peregrinos que participaron en la audiencia general de este miércoles.
«Cristo padeció la muerte por mí –añadió hablando en la Sala Pablo VI del Vaticano–. Tiene más ventajas la culpa que la inocencia. La inocencia me había hecho arrogante, la culpa me ha hecho humilde».
El pontífice dedicó la audiencia a comentar el cántico de las Vísperas que aparece en el capítulo segundo de la Primera Carta de Pedro (versículos 21 a 24), «Cristo padeció por nosotros», en el que el primer obispo de Roma ofrece una personal narración de la Pasión.
En el pescador de Galilea, que se definía como «testigo de los sufrimientos de Cristo», según recordó el Papa, «el recuerdo de la pasión es muy frecuente».
Para Pedro, «Jesús es el cordero inmolado sin mancha, cuya sangre preciosa ha sido derramada para nuestro rescate –evocó–. Es la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida por Dios como «piedra angular» que da la cohesión a la «casa espiritual», es decir, a la Iglesia. Es el justo que se sacrifica por los injustos para que puedan volver a ir hacia Dios».
El pasaje del Nuevo Testamento, lleno de referencias al profeta Isaías, subraya la inocencia de Cristo, «su comportamiento ejemplar, inspirado en la mansedumbre y la dulzura», «el silencio paciente del Señor», «gesto de valentía y de generosidad», así como de «confianza hacia el Padre».
Culmina explicando que Cristo cargó con la Cruz por «nuestros pecados», «para poder aniquilarlos». Y el Papa, sucesor del autor del cántico en la diócesis de Roma, añadió: «siguiendo este camino, también nosotros, liberados del hombre viejo, con su mal y su miseria, podemos vivir «para la justicia», es decir, en santidad».
Por eso, el pontífice concluyó con esa cita de san Ambrosio, en la que el obispo de Milán decía: « No me gloriaré porque soy justo, sino porque he sido redimido. No me gloriaré porque estoy exento de pecados, sino porque se me han perdonado».
Con su meditación, Juan Pablo II continuó con la serie de reflexiones sobre los salmos y cánticos que se rezan en las Vísperas, oración del atardecer de la Iglesia. Puede ver ésta y las «catequesis» precedentes en la sección de Documentos de la página web de Zenit.