Bien común, católicos y elecciones presidenciales en Estados Unidos

Entrevista con monseñor Wuerl, obispo de Pittsburg

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PITTSBURG, Pennsylvania, sábado, 24 enero 2004 (.org).- El obispo de Pittsburg, monseñor Donald Wuerl, quiere que los votantes católicos centren su interés en el bien común de cara a las elecciones presidenciales que en este año se celebrarán en Estados Unidos.

Por esta razón, él y otros miembros de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos publicaron en octubre «Faithful Citizenship: A Catholic Call to Political Responsability» («Fieles ciudadanos: un llamamiento católico a la responsabilidad política»), un documento que pide a los católicos que se tomen en serio las exigencias de su fe y las necesidades de los demás en el año 2004.

Monseñor Wuerl compartió con ZENIT la inspiración que está detrás del llamamiento a los votantes católicos por parte de los prelados a apoyar políticas públicas que beneficien a todos, a buscar un partido político que esté de acuerdo con la moral católica y a implicarse en la política.

–Los obispos insisten en que «la política en este año de elecciones y en adelante debe basarse con nueva fuerza en una antigua idea: el bien común». ¿Qué es exactamente el bien común?

–Monseñor Wuerl: El reconocimiento de que no somos sólo individuos sino parte de una comunidad más amplia. Como tal, nuestros derechos deben considerarse en relación con los derechos de todos los demás. Nuestras metas y deseos legítimos deben hacerse realidad en el contexto de las aspiraciones de los demás.

El bien común es el resultado de equilibrar los derechos y responsabilidades básicas de cada persona de manera que podamos encontrar una forma de vivir juntos en interdependencia, armonía y paz.

Nuestro Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, en su magistral carta encíclica «Sollicitudo Rei Socialis», que celebraba el vigésimo aniversario de la encíclica de Pablo VI «Populorum Progressio», sobre el desarrollo de los pueblos, escribía en el número 38 que el bien común al que estamos llamados a sumarnos es «el bien de todos y cada uno de los individuos, porque todos somos responsables de todos».

En su igualmente significativa encíclica «Centessimus Annus», en el centenario de la «Rerum Novarum» del Papa León XIII, sobre el capital y el trabajo, el papa Juan Pablo II describe el bien común, que «no es la simple suma de los intereses particulares, sino que implica su valoración y armonización, hecha según una equilibrada jerarquía de valores y, en última instancia, según una exacta comprensión de la dignidad y de los derechos de la persona».

En los últimos años, hemos perdido un importante elemento de la visión del bien común y de su capacidad de alentarnos a ir más allá de nosotros mismos. Esto es verdad en una gran parte del mundo de hoy, pero desgraciadamente es demasiado evidente en nuestro propio país. De hecho, nuestro enfoque de la realidad, tal y como lo presentan políticos, jueces, intelectuales, profesores, comentaristas de los medios y creadores de opinión…, se centra en los derechos individuales.

Aunque es importante que se reconozcan los derechos individuales, no debemos hacerlo a expensas del equilibrio que se debe alcanzar entre los derechos individuales y los derechos de todos a vivir juntos en comunidad. Si pensamos en el equilibrio como en una balanza, debemos sopesar igualmente los derechos individuales y los derechos de toda la comunidad.

Tenemos leyes de tráfico no porque un individuo tenga derecho a conducir lo más rápidamente posible sino porque, si no se reglamentan los derechos de los individuos, las carreteras serían un caos, por no decir una catástrofe. Por consenso común, hemos convenido parar cuando el semáforo está en rojo y permitir que el tráfico se mueva cuando está en verde.

Renunciamos en cierto sentido al ejercicio de un derecho individual para que se puedan ejercitar los derechos de todos en armonía y paz.

Es justo describir la así llamada mentalidad estadounidense como más individual que comunitaria, más competitiva que cooperativa, y, en general, más enfocada a sí misma que dirigida a los demás. No debemos sorprendernos de esta situación.

Los puntos de vista de varias generaciones se han visto formados por una industria de la información y del entretenimiento que ha promovido y alentado la preeminencia de los derechos individuales en la música, la televisión, las películas y en todas las formas de los medios electrónicos e impresos. Si examinamos nuestro sistema legal, nuestros procesos judiciales, nuestra educación pública y, en no menor medida, nuestros procesos políticos, nos daremos cuenta de que muchos intereses creados, grupos de presión y lobbies han perdido el foco y la visión del bien común. Hoy en día demasiadas personas ven el mundo desde una perspectiva muy limitada.

Una ciudadanía responsable nos exige ir más allá de la inmediatez de nuestras propias necesidades para que podamos trabajar juntos para satisfacer las necesidades de todos de una manera que reconozca la dignidad de cada persona. Quizás pueda ayudar un ejemplo.

Durante muchas décadas hemos lamentado la situación de la educación pública en muchas zonas de nuestro país, pero especialmente en los grandes centros urbanos. Con todo muchos de los partidos que controlan los resortes del poder, ya sean líderes sindicales, directivos escolares y políticos, parecen haber olvidado la única razón por la que tenemos escuelas: la educación de calidad de nuestros hijos.

En todo debate nacional sobre la elección de financiar la educación casi nunca oirá usted nada sobre la efectividad para nuestros hijos de nuestros esfuerzos educativos. La única forma de saber lo mal que les va a nuestros hijos es por experiencia personal o estudios independientes del sistema educativo que con frecuencia registran resultados sorprendentemente inadecuados.

El bien común demanda que todos los que participan en la empresa educativa trabajen juntos por el beneficio de los niños. De igual manera, en las empresas, el bien común exige que funcionemos en comunidad no sólo como individuos.

Lo que la Iglesia nos pide, y es lo que pienso que forma parte del fundamento de «Faithful Citizenship, A Catholic Call to Political Responsability», es el reconocimiento de que hay un orden correcto de cosas. Hay una ley moral natural. Somos creados con una dignidad humana inherente.

Al mismo tiempo, somos seres sociales. No podemos prosperar verdaderamente si estamos aislados los unos de los otros. Por ello, necesitamos equilibrar nuestros derechos personales para que todos podamos vivir juntos en unidad y paz.

–Los obispos afirmaban que la moral católica no cuadra fácilmente con ningún partido político. Pero los obispos se refieren principalmente a los temas de la familia y de la vida. ¿Orienta esto el voto de los católicos hacia un partido en concreto?

–Monseñor Wuerl: Dado el diverso trasfondo, historia y situación socioeconómica de los católicos en este país y el hecho de que ninguna plataforma política refleje adecuadamente la doctrina católica, es dudoso que los votantes católicos como bloque, si tal cosa existe, tiendan hacia uno de los dos grandes partidos políticos actuales.

Un concepto interesante se puso de relieve recientemente en una tertulia televisiva. La cuestión era: «¿Es el momento de formar un tercer partido político que se enfoque a los valores morales, que abrace en particular una combinación de temas a favor de la vida y de la justicia social?».

En Europa hay una serie de partidos políticos en países como Francia, Alemania, Italia y España. Son todos países democráticos y, sin embargo, quienes consideran que los temas morales están en el corazón del proceso político pueden alzar con efectividad su voz con el esfuerzo aunado de tres o cuatro pequeños partidos necesarios para formar una coalición de gobierno.

Mientras que
nuestra tradición política no se presta a tal situación, parece que dentro de nuestros dos grandes partidos políticos actuales debería haber espacio para una voz católica articulada que hable a favor de una ética consistente que implique la vida, la familia y el desarrollo económico.

–¿Por qué no se implican en la vida política más católicos practicantes?

–Monseñor Wuerl: Históricamente –y esto se ha verificado una y otra vez y estudio tras estudio– ha existido un anticatolicismo que continúa formando parte del tejido de Estados Unidos. Es una tendencia fea y sucia. Esto se da porque la Iglesia católica ha tomado posturas consistentes que se arraigan en la realidad moral y que algunas veces no son populares o políticamente correctas.

Sin embargo, puesto que estas tomas de posición están profundamente arraigadas en convicciones, no están sujetas al tipo de presión política que puede llevar a otra organización o grupo religioso a modificar su postura.

En una Iglesia jerárquica, cuya enseñanza tiene sus raíces en la Revelación, es simplemente imposible cambiar dicha enseñanza para estar de acuerdo con la corrección política del momento. Por ello un político católico, en el mejor de los casos, es sospechoso y está bajo una enorme presión para someter sus convicciones de fe a las necesidades políticas de su partido.

Algunos políticos católicos han plantado cara a la presión y han enunciado, de hecho, los valores consecuentes con la fe que profesan. Sin embargo, las tomas de posición de otros políticos católicos no son siempre consecuentes con la fe que dicen profesar.

Espero que los jóvenes de hoy perciban la apremiante necesidad de entretejer sus valores, especialmente los valores de la familia y la vida humana, en su sistema político y en su sociedad y así den un paso adelante. Éste no es un asunto católico. Es un asunto humano. La familia y la vida humana no son doctrina católica. Son realidades humanas básicas.

Recuerdo que hablé con un joven aspirante a la vida política que me preguntó por qué la Iglesia no trata los temas políticos de manera más directa. Le precisé que la tarea de los obispos es proclamar la enseñanza de Cristo y los principios que subyacen a la vida cristiana. Es tarea de los políticos llevar estos principios a la acción.

Su respuesta fue: «usted tiene la parte más fácil». Y no se lo discuto. Ésta puede ser la razón por la que no tenemos tantos católicos practicantes en política como deberíamos.

No obstante, muchos políticos católicos practican activamente su fe y son un gran testimonio por su propia integridad personal y por el bien que pueden llevar a cabo dentro del proceso político.

–¿Cuáles son los principales temas que necesitan considerar los católicos a la hora de escoger un candidato?

–Monseñor Wuerl: Para responder a esta pregunta se debe primero determinar cuál es el primero y más urgente asunto que afronta la nación.

Hace ciento cincuenta años habría sido la esclavitud. A pesar de todas las clases de argumentos a favor de la esclavitud, habría sido simplemente un error votar por personas que insistieran en mantener la institución de la esclavitud. Entre todos los argumentos a favor de la esclavitud, muchos tomaron la postura de que el esclavista tenía derecho a hacer una elección personal. Otros defendía la necesidad de permitir la esclavitud para asegurar la prosperidad económica.

A pesar de los argumentos presentados, no sería correcto simplemente perdonar o justificar el votar por políticos que apoyaban la esclavitud o incluso por aquellos que decían que personalmente se oponían a la esclavitud pero deseaban garantizar los derechos de todos ha hacer su propia elección.

Hace 50 años en otra parte del mundo, la legislación reducía a una entera clase de personas –los judíos– a una ciudadanía de segunda clase. Esta visión condujo a la justificación de los campos de concentración. Habiendo dado al votante la capacidad de elegir, uno nunca podría justificar votar en apoyo de un régimen semejante.

Hoy, el tema primario al que hace frente nuestra nación es la cuestión de quién tiene autoridad sobre la vida humana. Durante milenios hemos comprendido que la vida humana es un don de Dios. Somos administradores de este don, no soberanos de él.

Ahora hay un punto de vista totalmente diverso que goza de enorme apoyo por parte de los medios. Este punto de vista mantiene que nosotros, seres humanos, somos los verdaderos soberanos de la vida humana y que podemos simplemente quitar una vida humana si creemos que una persona es una carga o un inconveniente para nosotros.

El aborto en Estados Unidos es la afrenta más notoria a la dignidad básica de la vida. Con el peaje de muerte de más de 40 millones, se presenta junto a la esclavitud y el genocidio como ejemplos vergonzosos de actividades legales pero inmorales.

Dentro de cien años, creo que la gente mirará a esta generación y se sorprenderá de cómo era posible que nos engañásemos pensando –y luego lo pusiéramos en la ley del país– en el principio de que el derecho a la vida es arbitrario y se protege sólo en aquellas vidas que se juzguen dignas. La historia no mirará con complacencia una sociedad que abraza el concepto de que si la vida de una persona es inconveniente para ti, tú simplemente la puedes matar.

De igual manera que nos asombramos de que haya sido posible que algunas personas hayan considerado a seres humanos como esclavos, o cosas, así las generaciones futuras mirarán atrás y se sorprenderán de cómo podíamos matar sin miramientos a nuestros hijos no nacidos.

Al elegir a un candidato el tema principal debería ser si el candidato reconoce y apoya la vida humana como el don soberano de Dios y si responde en consecuencia.

–¿Cuáles son algunos temas importantes que los votantes católicos suelen pasar por alto?

–Monseñor Wuerl: Cuando hablamos de votantes católicos, creo que tenemos que hacer una distinción importante.

Entiendo que hay datos que apoyan que los católicos que asisten regularmente a la misa dominical y que participan en la vida de la Iglesia tienden a abrazar y a apoyar la enseñanza social de justicia de la Iglesia. También tienden a estar a favor de la vida y a apoyar el concepto de que necesitamos más libertad y justicia cuando se habla de la distribución equitativa del coste de la educación de los hijos.

Por otra parte hay un número sustancial de personas que se consideran a sí mismas católicos pero que reciben casi toda su información sobre la enseñanza de la Iglesia a través de los medios públicos. En otras palabras, sus puntos de vista y su comprensión de lo que la Iglesia enseña y proclama está filtrada o con frecuencia dañada. Este grupo de católicos tiende a responder a los asuntos de manera más parecida a cualquier segmento de la población en general. Simplemente no está bien informado sobre lo que enseña la Iglesia y sobre sus motivaciones.

El desafío para la Iglesia es conseguir que sus puntos de vista y tomas de posición, y el análisis razonado que las apoya, lleguen al público sin filtro. Con mucha frecuencia, cuando la posición católica se presenta de manera clara y exacta, tanto su atractivo como verdad innata se hace patente y, por lo tanto, convincente.

Algunos de los temas que se suelen malinterpretar o pasar por alto son: la enseñanza de la Iglesia sobre la continuidad y dignidad de la vida desde la concepción hasta la muerte natural; las obligaciones del orden moral natural que gobiernan la generación y fin de la vida humana; la definición de matrimonio; y el derecho de toda persona a tener acceso a una parte de los bienes de la tierra.

Durante más de cien años, la Iglesia ha articulado un corpus de doctrina social basado en los principios evangélicos. Esta iluminadora doctrina ha ayudado
históricamente a moldear y formular legislación y políticas públicas en áreas como la sanidad, el trabajo y las relaciones humanas, la asistencia social y el equilibrio apropiado de los derechos humanos dentro del bien común.

Los fundamentos de esta doctrina son tan sólidos y aplicables hoy como siempre y es responsabilidad de todos los católicos que se aplique esta doctrina a sus acciones como fieles ciudadanos.

La doctrina social de la Iglesia nos invita a que agradezcamos la vitalidad de las voces proféticas que hablan a favor del no nacido, del pobre, del que no tiene hogar, de las víctimas del racismo y el sexismo, del anciano y de aquellos que hacen frente a problemas físicos o mentales.

Esta misma enseñanza nos desafía a que intentemos ver nuestro mundo como obra de Dios que exige nuestro cuidado y nuestra administración. Los bienes de la tierra no son ilimitados, ni pueden ser malgastados sin respeto a las generaciones futuras.

Al mismo tiempo, la Iglesia con su doctrina social nos llama a reflexionar y a afirmar la vocación de los laicos en el mundo de los negocios, la educación, el trabajo, la medicina y la política como agentes transformadores de la sociedad. Especialmente importante hoy en día es la vocación del político que está llamado a representarnos en la tarea de construir una sociedad buena y justa.

Lo que suele pasarse por alto es el razonamiento que apoya la doctrina social de la Iglesia. Por ejemplo, la enseñanza de la Iglesia sobre la sacralidad inherente a toda vida humana tiene su raíz en la realidad de que la dignidad de la persona humana no deriva de ningún logro, realización, productividad o talento o atributo externo.

Somos creados a imagen y semejanza de Dios y llamados a un destino divino que trasciende la vida terrena. Una comprensión de esta realidad inalterable hace necesaria una aceptación de que todo ser humano desde el momento de la concepción hasta la muerte natural debe ser querido y considerado digno de reverencia y respeto.

Es por esta razón que la Iglesia defiende con tanta intensidad la dignidad de las personas contra toda forma de esclavismo, explotación, manipulación y dominación, sea que esto se lleve a cabo en el campo de la política, la economía, la medicina o la ciencia, o que se derive de exigencias culturales o ideológicas.

Puesto que la dignidad de la persona humana fluye de Dios, hay ciertos derechos inherentes que deben protegerse y respetarse. De particular importancia es el derecho a la libertad religiosa. Esto toca la entraña trascendente de la persona, el espíritu, y revela un punto de referencia que se convierte en medida de otros derechos fundamentales. La misma Declaración de Independencia de Estados Unidos reconoce los derechos –que tienen su fundamento en la naturaleza y en el Dios de la naturaleza– de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

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ZENIT Staff

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