Desafíos actuales de la vida religiosa

Entrevista al padre Jesús María Lecea, superior general de los Escolapios

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ROMA, domingo, 1 febrero 2004 (ZENIT.org).- La vida religiosa «ha conocido recientemente y en épocas pasadas crisis y deserciones», pero no faltan signos de esperanza, asegura el padre Jesús María Lecea, superior general de los Escolapios, en la víspera de la Jornada de la Vida Consagrada.

Precisamente con este motivo Juan Pablo II presidirá en la tarde de este lunes la eucaristía en la basílica de San Pedro del Vaticano. Concelebrarán, además del cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, los sacerdotes miembros del consejo directivo de la Unión de Superiores Generales.

En esta entrevista concedida a Zenit, el padre Lecea (Mendavia, Navarra, 1941) subraya la «genuinidad» y la «radicalidad» de esta vocación eclesial. Es presidente de la Unión de Conferencias Europeas de Superiores Mayores (UCESM), cargo que dejará próximamente para dedicarse a su nueva tarea como superior general de las Escuelas Pías en Roma.

Lecea es doctor en teología y ha sido presidente de la CONFER (Conferencia de Religiosos y Religiosas de España).

–Se sabe que en las últimas décadas han disminuido las vocaciones a la vida religiosa. A menos vocaciones, ¿cualquier candidato es válido?

—Lecea: No. Hay una disminución vocacional, que yo no llamaría crisis. Es innegable, siguiendo las estadísticas, que bajan los números. El peligro ante tal situación es que no se disciernan bien las vocaciones. Esto será muy nocivo para la comunidad porque estas personas o no perseverarán o, aun perseverando, van a crear muchos problemas. Se tienen que cuidar las vocaciones, rezar y trabajar para que se den, y sobre todo llevar una pastoral adecuada. Si la falta de vocaciones significa bajar el listón de exigencia de la vida religiosa, mal andamos. Cualquier opción cristiana es radical; disminuir las exigencias lo considero desafortunado.

La vida religiosa ha conocido crisis y salidas en muchas épocas; estamos pasando por un momento delicado y problemático, pero la vida religiosa se mantendrá.

No será la vida religiosa que hemos conocido pero superará este bache y continuará adelante con nuevo rostro.

Pensemos también que en otros continentes fuera del europeo, donde sobre todo se advierte una fuerte disminución, hay un desarrollo vocacional. De todas formas, como los organismos vivos las comunidades nacen y mueren; en la historia se han dado muchos casos así.

La angustia por sacar vocaciones es contraproducente. La preocupación por mantener la institución es legítima pero requiere una mente lúcida y una actitud paciente.

–Ser menos, ¿posibilita ser mejores, en el sentido que la vocación se puede acompañar y discernir mejor?

–Lecea: Sobre un número reducido puede pensarse que la calidad será mejor, ya que la formación, por ejemplo, puede ser más personalizada.

Desaparecida la presión social externa o las circunstancias favorables, socialmente hablando, a la vocación religiosa, ésta es una opción más libre y personal. La persona madura más su decisión y asume el riesgo.

En las sociedades más «sacralizadas» por tradición, la opción por la vida religiosa era casi por ley sociológica. Hoy, en cambio, decidirse por la vida religiosa requiere una motivación personal mucho más asumida.

De todas formas no hay relación causal entre ser menos y ser mejores; aun siendo pocos, podemos ser igualmente malos.

–¿Hay algunos errores en la vida religiosa de los últimos años, a su entender?

–Lecea: Hay aspectos mejorables. En momentos de renovación –renovarse es coordenada permanente en la vida religiosa y eclesial, como la conversión al Evangelio– se debe asumir la posibilidad del error.

Eso sí, hay que asumir la equivocación con espíritu de enmienda. Se descubre un error y se estudia cómo superarlo. Este aspecto a veces ha fallado, así como la falta de visión en algunos momentos.

Fallo, por citar uno, ha sido no encontrar el equilibrio entre en ese «estar en el mundo sin ser del mundo», que indica el Evangelio. La vida religiosa ha dado pasos adelante en su renovación y se ha abierto hacia fuera, pero en esa apertura a veces se nos han pegado estilos que no son los nuestros.

–¿Y lo más positivo?

–Lecea: La comunión fraterna de la que he hablado antes. También la colaboración con los laicos que amplía la comunión a otras vocaciones en la Iglesia.

La vida religiosa está en búsqueda de mayor genuinidad evangélica; trata de superar ciertos formalismos externos hoy día no significativos y de entrar en una dinámica de purificación desde sus mismas fuentes fundacionales, para responder mejor a su misión en el mundo actual.

Destacaría también una clara mejora en la práctica oracional, dejando algunos usos devocionales, para abrirse a una oración de mayor inspiración bíblica y litúrgica. La formación recibida en la actualidad es mucho más amplia y sólida; está mejor enfocada que en el pasado.

–¿Dónde existe vida religiosa hay mayor calidad de vida?

–Lecea: En los lugares en que hay presencia de vida religiosa consistente, sobre todo por su calidad evangélica, el entorno social mejora. Consistente no quiere decir mucho número; puede ser que haya una pequeña comunidad con gran fuerza transformadora, a modo de fermento o pequeña semilla.

La vida religiosa ha sido y es impulso a un desarrollo humano y social importante. La presencia del Evangelio redunda en servicio a la sociedad y a mi me gustaría que la vida de los religiosos creara siempre mayor humanidad en torno a sí.

–¿Qué desea en su mandato general para los escolapios?

–Lecea: Ser útil a los hermanos y llevarles esperanza. Los escolapios, como todas las vocaciones cristianas, tenemos los Evangelios y a Jesucristo como herencia común. Lo nuestro específico está en el «subrayado» de algún elemento concreto del evangelio y de la vida de Jesús en referencia a la educación integral de la persona desde sus primeros años.

Lo que en época de nuestro fundador era educar en «piedad y letras» a los niños, sobre todo pobres –que eran los más numerosos–, garantizándoles un transcurso feliz de su vida y posibilitando una reforma de la sociedad y de la Iglesia, hoy viene traducido por un educar integrando fe y cultura.

Una educación integradora y una atención a la infancia, especialmente la más pobre, es misión del escolapio.

Querría ser útil a los escolapios , porque esto redundaría en bien de lo que hacen en su ministerio educativo y en su testimonio de vida religiosa: vocacionados para el acompañamiento formativo de los niños, para crecer unitariamente en saberes humanos y en vida cristiana.

–¿Estar aquí en la sede donde vivió su fundador en el siglo XVII le impresiona?

–Lecea: Pues sí, los lugares físicos tienen su espíritu al quedar como impregnados de la vida de los santos que en ellos vivieron y trabajaron. En esta casa, san José de Calasanz vivió y enseñó durante treinta y seis años.

Aquí murió y descansan sus reliquias. Estos lugares, por tanto, nos evocan su figura viva y nos ofrecen una carga espiritual para seguir en la misión de evangelizar educando, al estilo como él lo hizo.

Veo estos lugares como un signo vivo espiritual que mantiene el fuego fundacional en mi Orden. Son como una huella elocuente del paso de personas que hicieron evangelio sus vidas entregándolas por consagración a la educación cristiana y humana de los niños.

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ZENIT Staff

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