¿Por qué Roma apoya a las Naciones Unidas?

El motivo puede estar en su cualificado apoyo al bien

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NUEVA YORK, sábado, 21 febrero 2004 (ZENIT.org).- El debate del año pasado sobre la intervención militar en Irak liderada por Estados Unidos dejó a algunos católicos preocupados sobre el motivo por el que la Iglesia parecía apoyar tanto a las Naciones Unidas.

¿Cómo es posible que una organización que promueve el aborto, el control artificial de los nacimientos y el feminismo radical sea considerada tan favorablemente por parte de la Iglesia?

De hecho, la Iglesia ha criticado a las Naciones Unidas en numerosas ocasiones, especialmente por temas relacionados con la familia. Pero también hay una larga historia de apoyo a la organización. Juan Pablo II lo reafirmó recientemente. «La Santa Sede», dijo el Papa el 7 de febrero en sus palabras de bienvenida por la visita de Julian Robert Hunte, presidente de la 58ª Asamblea General de las Naciones Unidas, «considera a la organización de las Naciones Unidas un significativo medio para promover el bien común universal».

El mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de la Paz el 1 de enero dejó clara la posición de la Iglesia a favor de la cooperación internacional, incluyendo un papel clave para las Naciones Unidas.

En un amplio recorrido histórico, Juan Pablo II hacía notar cómo durante siglos se ha desarrollado lentamente un cuerpo de leyes y acuerdos. «La ley favorece la paz», escribía en la parte quinta de su mensaje. El documento también llamaba la atención sobre la importancia de respetar los acuerdos internacionales, «especialmente en épocas en las que surge la tentación de apelar a la ley de la fuerza en vez de a la fuerza de la ley».

Una pista para entender el pensamiento de Papa se desprende de la siguiente parte, que se refiere a la fundación de las Naciones Unidas tras la Segunda Guerra Mundial. «Aquella guerra, con los horrores y las terribles violaciones de la dignidad humana que causó, llevó a una renovación profunda del ordenamiento jurídico internacional».

Juan Pablo II desarrolló ampliamente este punto en un mensaje publicado el 8 de mayo de 1995 para conmemorar el 50 aniversario del fin de la guerra. «Del cruel desprecio por la dignidad y los derechos de las personas ha nacido además la Declaración universal de los derechos del hombre. El cincuenta aniversario de las Naciones Unidas, que se celebra este año, deberá ser la ocasión para reforzar el compromiso de la comunidad internacional en favor de la paz» (No. 13).

En los años que siguieron a la fundación de las Naciones Unidas, las «previsiones y expectativas de la inmediata posguerra» se vieron frustradas por divisiones políticas, conflictos violentos y terrorismo, observa el Papa en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. Sin embargo, insiste en que las Naciones Unidas, «incluso con límites y retrasos debidos en gran parte al incumplimiento por parte de sus miembros, ha contribuido a promover notablemente el respeto de la dignidad humana, la libertad de los pueblos y la exigencia del desarrollo, preparando el terreno cultural e institucional sobre el cual construir la paz».

Respaldo a las reformas
Ciertamente, el Papa es consciente de los fallos de las Naciones Unidas. De hecho, la mayor parte de las observaciones hechas el 7 de febrero al presidente de la Asamblea General se centraron en la necesidad de reformas. «Usted ha emprendido una reestructuración dirigida a hacer más eficientes las funciones de la organización», dijo Juan Pablo II a Hunte en un signo de respaldo.

Juan Pablo II también retomó parte de esta idea durante su visita del 5 de octubre de 1995 a las Naciones Unidas en Nueva York: «Es necesario que la Organización de las Naciones Unidas se eleve cada vez más de la fría condición de institución de tipo administrativo a la de centro moral, en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su casa, desarrollando la conciencia común de ser, por así decir, una ‘familia de naciones’» (No. 14).

Este deseo de una institución donde los principios morales puedan guiar los asuntos internacionales proporciona una segunda clave importante para entender porqué Juan Pablo II y otras personalidades del Vaticano apoyan a las Naciones Unidas.

En su discurso a la ONU de 1995, el Papa advertía de los peligros de una postura utilitaria en el mundo de la política y la economía. Esta doctrina «define la moralidad no en base a lo que es bueno sino en base a lo que aporta una ventaja», afirmaba. Y esta postura «amenaza a la libertad de los individuos y de las naciones, e impide la construcción de una verdadera cultura de la libertad» (No. 13).

El utilitarismo, continuaba, «tiene consecuencias políticas a menudo negativas, porque inspira un nacionalismo agresivo, en base al cual el someter una nación más pequeña o más débil es considerado como un bien simplemente porque responde a los intereses nacionales».

Juan Pablo II volvió sobre este tema en su alocución del 13 de enero de 1997 a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. «Tal vez, lo que más falta hoy a los protagonistas de la comunidad internacional no son ni los acuerdos escritos ni las sedes donde expresarse: ¡éstas son muchísimas! Lo que falta es una ley moral y la valentía de guiarse por ella» (No. 4).

La comunidad de naciones, continuaba, «debe regirse por una regla de derecho válida para todos sin excepción». Esta regla «tiene una fuerte connotación moral», afirmaba. El derecho internacional, además, debería fundarse en valores tales como la dignidad de la persona y los derechos de las naciones. De esta manera, las leyes internacionales son principios morales antes de convertirse en normas jurídicas.

Guerra y paz
Juan Pablo II volvió a pedir un orden internacional basado en principios morales «que están en las antípodas de la ley de los más fuertes, de los más ricos o de los más grandes que imponen sus modelos culturales, sus reglas económicas o sus modas ideológicas».

«El derecho internacional ha sido durante mucho tiempo un derecho de la guerra y de la paz», observaba. En el futuro, «creo que está llamado cada vez más a ser exclusivamente un derecho de la paz concebida en función de la justicia y de la solidaridad. Y, en este contexto, la moral debe fecundar el derecho; ella puede ejercer también una función de anticipación del derecho, en la medida en que indica la dirección de lo que es justo y bueno».

Es en este sentido en el que debe entenderse el llamamiento del Papa a un «nuevo orden internacional», hecho en el No. 7 de su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. Adoptando un concepto introducido hace una década por la primera presidencia Bush, Juan Pablo II reiteraba su llamamiento a que las Naciones Unidas se convierta en un «centro moral» y «una familia de naciones».

Al apoyar a las Naciones Unidas, Juan Pablo II sigue los pasos de uno de sus predecesores. Pablo VI, en un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 4 de octubre de 1965, indicaba: «Ustedes están estableciendo aquí un sistema de solidaridad que asegurará que las más altas metas de la civilización reciban un apoyo unánime y ordenado de la entera familia de las naciones, para el bien de cada una y de todas». Pablo VI criticaba, sin embargo, un aspecto negativo de las Naciones Unidas que era su promoción del control artificial de los nacimientos.

El apoyo cualificado y razonado a los programas de Naciones Unidas continuará probablemente, aunque algunos observadores prefieran dar prioridad a los resultados a corto plazo, en lugar de las metas a largo plazo que animan a la Santa Sede.

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ZENIT Staff

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