Visita sorpresa del Papa a las religiosas contemplativas del Vaticano

Las carmelitas cenaban cuando se escuchó el timbre del convento…

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 2 marzo 2004 (ZENIT.org).- Las religiosas del convento de clausura que se encuentra en el Vaticano recibieron la inesperada visita de Juan Pablo II cuando la noche ya había caído sobre la ciudad de Roma.

El encuentro del Santo Padre con las monjas del monasterio Mater Ecclesiae tuvo lugar el 11 de febrero, día de la Virgen de Lourdes y Jornada Mundial del Enfermo, pero la noticia ha sido hecha pública ahora por el boletín informativo de los Carmelitas Descalzos.

Son las mismas religiosas las que narran lo sucedido en una carta que escribieron pocos minutos después de los hechos y que enviaron a sus hermanos en religión.

Las monjas, según explica la misiva, estaban cenando en el refectorio, en silencio, escuchando la grabación del discurso que Juan Pablo II había pronunciado pocos minutos antes a los enfermos, que en esa tarde se habían congregado en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

«Improvisamente nos sobresaltó el prolongado e insistente sonido del timbre del torno», narran las religiosas. «¿Qué sucede? –se preguntaron–. Seguramente algo grave… –pensaron– ¿Un accidente? ¿Un incendio?».

«Una hermana se apresura para ir al torno, pero dado que el timbre sigue sonando con insistencia, también nuestra madre corre a la puerta y ambas escuchan el mismo mensaje sorprendente: «¡Está aquí el Santo Padre! ¡Abran enseguida el portón!»», explican.

«La priora regresa al Monasterio para coger las llaves, y mientras tanto las hermanas encienden las luces –explica la carta–: estaba todo oscuro». «¡No es posible entrar, esto está todo oscuro!», decía el chofer, mientras el Papa esperaba con paciencia ante el portón cerrado…

«Una vez que se abrió el portón, entra el papamóvil bien iluminado, y nosotras vemos al Santo Padre sonriente, saludándonos y bendiciéndonos mientras nos observa con una mirada que a nosotras nos parecía de felicidad y satisfacción por habernos sorprendido con esta improvisada visita», cuentan las religiosas.

Sentado junto al Papa estaba el arzobispo Stanislaw Dziwisz y el otro secretario particular.

Al llegar el automóvil a la puerta interna del Monasterio, los dos secretarios bajaron e invitaron a la madre superiora a subir junto al Papa, quien le preguntó: «¿Cuántas sois?».

La Madre le dijo: «Santidad, sé que ama mucho al Carmelo, bendiga a todo el Carmelo».

«Una a una nos acercamos al Santo Padre todas las hermanas –cuentan situando su narración en presente–. Cada una puede decir una palabra y cada una recibe una bendición especial. Todas quedan impactadas ante la mirada penetrante del Santo Padre que parece escrutar el corazón».

«Todo se desarrolla en un clima de grande sencillez y cordialidad –explican–. Mientras las hermanas se encuentran con el Santo Padre, agradecemos de corazón a monseñor Stanislaw por haber tomado la iniciativa de detenerse en el Monasterio volviendo de la gruta de Lourdes, donde el Papa había querido concluir en oración la jornada mariana».

«Después que la última hermana se encontrara con el Papa, bromeando proponemos comenzar de nuevo la ronda…, pero monseñor Paolo De Nicolò con gesto sonriente y firme sólo dejó volver a la Madre».

«Así con una última bendición, mientras cantamos el «Tota Pulchra» y conmovidas saludamos al Papa, el papamóvil se pone en marcha. Nosotras lo seguimos hasta el portón y nos conmovemos al verlo alejarse y continuando, mientras nos sigue bendiciendo».

«A continuación, acompañado por los coches de escolta, el Papa se aleja…, y nosotras quedamos con el corazón henchido de reconocimiento y gozo», confiesan las religiosas.
<br> «Pero no ha terminado todo…», añaden. «Después de unos treinta minutos, mientras estamos en la sala de la recreación, se escuchó de nuevo el sonido prolongado del timbre: del Apartamento Pontificio nos llega una gran caja de chocolate, una tarta exquisita, un gran cuadro con un bajorrelieve en cera del busto de santa Teresa Benedicta de la Cruz [Edith Stein, ndr.] y una artística y elegante vela que enseguida encendemos a los pies de la Virgen».

El monasterio «Mater Ecclesiae» de religiosas contemplativas en el Vaticano fue fundado por Juan Pablo II en 1994 con el objetivo de enriquecer a la Curia Romana con la presencia y la oración de religiosas dedicadas totalmente a la contemplación.

Por indicación del mismo obispo de Roma, la comunidad del convento cambia cada cinco años, período de duración de un encargo en la Curia.

En 1994, el monasterio estuvo animado por una comunidad de religiosas clarisas. La comunidad actual de carmelitas, procedentes de varios países, llegó al Vaticano en septiembre de 1999.

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ZENIT Staff

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