El cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de la capital española, que en el momento de los hechos se encontraba en Roma, dio indicación a los obispos auxiliares para movilizar a todos los sacerdotes para que se hicieran presentes en los lugares de los atentados, y en los hospitales y centros que acogían a los enfermos.

En un segundo momento cuando se montó la morgue en el centro de exposiciones IFEMA, el cardenal pidió personalmente a los sacerdotes absoluta disponibilidad para atender a los heridos y a los familiares y seres queridos de las víctimas.

Tanto la comunidad de dominicos como la de franciscanos que viven junto a dos de las estaciones en que estallaron las bombas se presentaron a los pocos minutos de los atentados para ofrecer su ayuda espiritual y humana.

En la noche, se pudo levantar en la morgue de IFEMA una capilla improvisada para acompañar «a los familiares y amigos de los fallecidos y a los profesionales y voluntarios que los asistían», según un sacerdote que permaneció durante la noche en ese lugar, Carlos Padilla.

«Lo que más buscaba la gente era compañía --explica el padre Padilla, del Instituto de los Padres de Schönstatt en declaraciones a Veritas--. La mera presencia de sacerdotes ayudaba; veían a personas que estaban rezando por ellos, acompañándoles en silencio. Es tal el dolor, la angustia, que en ese momento ninguna palabra te conforta, pero sí saber que hay personas allí, ser escuchado, llorar ante alguien».

«Algunas personas no querían hablar con nadie, incluso alguno alzaba alguna voz contra la Iglesia y contra Dios --destacó el sacerdote--. Era un poco dramático».

En esa situación, Padilla reconoció haber sentido impotencia: «al estar allí, te identificas mucho con ellos, con ese dolor, con esa angustia, que exige una respuesta», confesó.

«En esos momentos, vi diferencia entre los que tienen una fe más arraigada y los que no --explica--. El dolor está ahí, pero cambia si sientes la presencia de Cristo. Por eso la capilla era muy importante, incluso entre muchos voluntarios, que comentaban que lo único que se podía hacer era rezar; por los difuntos por supuesto, pero también por los familiares que no comprendían».

Uno de los centros en primera línea de acogida a los heridos ha sido el Hospital Gregorio Marañón, que ayer recibió a 350 víctimas del atentado que hasta ahora ha costado la vida a 198 personas y dejado heridas a más de 1.400.

El capellán, el padre Víctor relata lo duro que fue «tener que acompañar a gente que en ese momento no tenía ninguna información o que esperaba saber si su familiar salvaría o no la vida». «En esta situación, se trataba de aportar algo de serenidad y esperanza en medio de la sinrazón, se trataba de acompañar y escuchar», añade.

Entre los acogidos se encuentra el sacerdote capellán del Hospital del Niño Jesús, al que «le pilló una de las bombas y que posiblemente perderá un brazo», aclara el padre Víctor..

«Cada veinte minutos se leía una relación de las personas de las que se tenía filiación, y una o dos personas acompañaban a la familia a localizar a sus familiares, nunca se las dejaba solas», revela.

«Muchas de las familias bajaban a rezar a la capilla para dar gracias al comprobar que sus familiares habían salvado la vida», recuerda.

La Delegación de Pastoral de la Salud de la Archidiócesis de Madrid ha creado una página web con consejos para la atención pastoral ante los atentados, y como ayuda a las personas que atienden desde las parroquias, hospitales y otros ámbitos, a las que han sido afectadas por el acto terrorista que se cometió ayer en la capital.

En la dirección http://www.pastoralduelo.com, se explica lo que significa el duelo, sus consecuencias, el tiempo para la recuperación y la metodología de la curación, etc, y se hace una especial mención a la atención a los niños y la pérdida del padre o la madre.

Sobre el duelo en los niños, se indica lo que conviene y no conviene decir y la manera de explicarles la muerte. En este sentido, se aconseja decir la verdad, que la explicación sea en términos sencillos y aceptar todas sus preguntas. No se aconseja decirles que los fallecidos se encuentran de viaje o que está durmiendo.

Señalan que no se debe subestimar el sentimiento de culpa de los pequeños y que conviene recordar cómo entienden los niños la muerte según sea su edad.

Sobre su asistencia o no al velatorio y al entierro, se aconseja hacer lo que los niños pidan, y en el caso de que deseen asistir, darles todo tipo de explicaciones sobre lo que se encontrarán.

En cuanto a las víctimas en general, un ejemplo concreto del proceso de curación es que «en los primeros tiempos hay que evitar dar respuestas. El corazón dolorido está más para hacer preguntas vitales en busca de sentido que para recibir respuestas racionales».

«Hay que dejar que el corazón afligido saque a flote sus penas, comunique sus posibles broncas, manifieste su desconcierto vital, exprese culpas, refleje miedos, confiese crisis de fe, con toda libertad».

Dentro del proceso para la recuperación, indican que hay que «purificar las ideas insanas sobre Dios», y «cultivar la vida espiritual y la amistad con Dios, la Resurrección de Cristo y la Resurrección en Cristo».