Religiosidad difuminada, ¿cómo reaccionan las sectas en el primer mundo?

Por monseñor Julian Porteous, profesor de teología y obispo auxiliar de Sydney

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SYDNEY, jueves, 18 marzo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de monseñor Julian Porteous, profesor de teología y obispo auxiliar de Sydney (Australia), pronunciada en la videconferencia mundial de teología organizada por la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org) sobre «La Iglesia, la Nueva Era y las sectas», el 29 de febrero.

Religiosidad difuminada, ¿cómo reaccionan las sectas en el primer mundo?

El drama del ateismo se vivió en el siglo XXI sobre todo aunque sus raíces se extienden a siglos anteriores. El cardenal Walter Kasper indica que «el ateismo en sentido propio, que niega todo lo divino, fue posible en la edad moderna. Presupone el cristianismo y en este sentido es un fenómeno post cristiano. La fe bíblica en la creación ha roto la ignominiosa concepción del mundo que se tenía en la antigüedad y ha efectuado a deshumanización de la realidad distinguiendo claramente y sin ambigüedades entre Dios el creador y el mundo como su creación.»

Una vez que el dicho de Nietzsche Dios ha muerto fuese aceptado y vivido existencialmente en el primer mundo, se produjo en la cultura un cambio de paradigma. Gaudium et Spes hizo notar este cambio esencial: «Cuando se ha olvidado a Dios, sin embargo, la criatura en si misma se vuelve ininteligible» (número 36). El primer mundo experimentó una hemorragia de sentido de la vida misma. La comunión de la civilización basada en estructuras cristianas se fragmentó. La Torre de Babel se vuelve a vivir. Esto lo experimentan con gran fuerza los jóvenes. La cultura cristiana de la vida es reemplazada por la mórbida cultura de la realización personal. Esta cultura da lugar a la incapacidad de darse a si mismo a los demás y por eso la persona se siente sola, y por ello, alienada. Sin embargo, sigue siendo verdad que somos criaturas y por lo tanto tenemos una orientación natural hacia el Creador. «La naturaleza abomina el vacío» y así el primer mundo, especialmente entre los jóvenes, busca un sentido de la vida para la comunión con los demás y con lo Divino.

Es en este desasosiego, el mismo desasosiego que llevó a San Agustín a buscar el sentido de su vida, en el que surgen las sectas. La cultura post cristiana del primer mundo ha provocado una sospecha, por no decir hostilidad, contra la Iglesia. Las sectas ofrecen una experiencia de los numinoso o de ‘pertenencia’ pero sin contar con estructuras u organizaciones establecidas, sin «Iglesia».

Si el Creador y el mundo no son distintos entonces se permiten todos los medios para alcanzar la experiencia de lo numinoso para la propia realización individual. Por lo tanto, como indica el documento Jesucristo, quien da el Agua de la Vida, las sectas puesto que están bajo la égida de la Nueva Era se nutren de muchas tradiciones, desde las prácticas ocultistas del antiguo Egipto hasta la práctica contemporánea del budismo zen y el yoga (cf. 2.1).

Las sectas se prestan a responder a los deseos más básicos y primordiales del hombre y la mujer post cristiano. Ofrecen el retorno la paganismo. El agua viva y clara de Jesucristo se vuelve sospechosa y la gente bebe despreocupada de las pantanosas aguas de las sectas.

La Iglesia se puede comprometer con las personas en su búsqueda de una verdadera vida: presentarles la persona de Jesucristo. Jesucristo carga el Agua de la Vida, y una invitación a encontrarse con Jesucristo «tendrá más peso si la hace alguien que ha sido afectado profundamente por su encuentro con Jesús, porque no la hace alguien que simplemente ha oído hablar de él, sino por alguien que puede estar seguro de que es él en realidad el salvador del mundo» (Jesucristo, portador de agua viva. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era, número 5).

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ZENIT Staff

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