El sacerdote frente a las sectas

Por el padre Jean Galot

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ROMA, viernes, 19 marzo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del padre Jean Galot, consultor de la Congregación para el Clero, profesor emérito de Teología de la Universidad Pontificia Gregoriana, pronunciada en la videconferencia mundial de teología organizada por la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org) sobre «La Iglesia, la Nueva Era y las sectas», el 29 de febrero.

El sacerdote frente a las sectas

En el mundo de hoy se puede ver una multiplicación de las sectas. Las sectas son grupos religiosos que desean ejercer en común actividades de culto, de formación espiritual, de oración y de ayuda social. Es difícil definir una secta, pero en general una secta comporta un número restringido de adherentes y se distingue de esta manera de las «grandes religiones».

En la historia de las religiones sucede a menudo que al comienzo un grupo se considera una secta y que luego cuando crece es reconocido como religión. Esto mismo se ha verificado en el cristianismo.

El sacerdote está llamado a reconocer en las sectas una manifestación del hambre de Dios que anima muchas veces la vida humana. En su fe, el sacerdote tiene un concepto más justo de Dios. Pero aún si puede discernir fácilmente todo tipo de desviación y errores en el hombre religioso, debe en primer lugar, acoger los valores positivos de todos los intentos del hombre por establecer una relación con Dios. Hay aspectos buenos en estos intentos y se deben animar y desarrollar.

El peligro reside en ver solamente en las sectas una religiosidad equivocada. El sacerdote tiene el deber particular de ayudar a entender el bien que se oculta o se manifiesta incluso en el marco de una fe que puede ser muy imperfecta. Con la luz del espíritu santo puede obtener la gracia de descubrir los errores que quizás se presenten de manera muy atractiva. No debe pensar nunca que allí se encuentra al reparo de cualquier desviación: necesita al Espíritu para conservar una perfecta rectitud de pensamiento. En la medida de los posible debe intentar corregir los errores sin herir a las personas.

El sacerdote tiene el deber de testimoniar una profunda y sincera estima por todas las asociaciones que tienen como objetivo desarrollar la vocación religiosa del hombre. Según las declaraciones de la sociedad internacional, se debe respetar el derecho de cada uno a una auténtica libertad religiosa, evitar todo tipo de intolerancia o de discriminación fundada en las convicciones de fe o en el pertenecer a grupo y movimientos religiosos.

En virtud del precepto del amor universal enunciado por Cristo, el sacerdote es invitado a un esfuerzo especial de simpatía y de comprensión de todos aquellos que trabajan con grupos hostiles a la Iglesia y que luchan contra la doctrina proclamada por el Evangelio.

Intentado entender mejor los motivos de esta hostilidad, debe mantener la esperanza de hacer que se superen los prejuicios y obtener una luz más eficaz que elimine la falta de comprensión y conseguir el acceso pleno a la verdad.

En el caso de los abusos, y en particular de los comportamientos que hacen daño a la personalidad, el sacerdote tiene el deber de recurrir a la autoridad competente, de la manera más discreta posible, para proteger los derechos de las personas amenazadas.

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ZENIT Staff

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