CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 29 marzo 2004 (ZENIT.org).- El Sacramento de la Confesión no sólo tiene por objetivo el perdón de los pecados, sino que lleva también a un encuentro profundo con Cristo, en definitiva, a la santidad, subraya Juan Pablo II.
El pontífice profundizó en los aspectos esenciales de este Sacramento este sábado al recibir a seminaristas y sacerdotes que han participado en un curso sobre el «fuero interno» (cuestiones de conciencia) impartido por el Tribunal de la Penitenciaría Apostólica del 22 al 27 marzo.
El fruto de la confesión «no es sólo la remisión de los pecados, necesaria para quien ha pecado», afirmó el obispo de Roma. «Produce una verdadera «resurrección espiritual», una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad con Dios».
Por este motivo, reconoció, «sería ilusorio querer buscar la santidad, según la vocación que cada quien ha recibido de Dios, sin acercarse con frecuencia y fervor a este Sacramento de la conversión y de la santificación».
Esta obra de santificación, explicó, es realizada por la Confesión a través de la purificación, la iluminación y la unificación con Cristo.
En primer lugar, aclaró, la Reconciliación comporta «una purificación, tanto en los actos del penitente que abre su conciencia porque advierte una gran necesidad de ser perdonado y regenerado, como en la efusión de la gracia sacramental que purifica y renueva».
En segundo lugar, es «Sacramento de iluminación», constató. «Quien se confiesa con frecuencia y lo hace con el deseo de progresar, está seguro de recibir en el sacramento, con el perdón de Dios y la gracia del Espíritu, una luz preciosa para su camino de perfección», añadió.
Por último, constató, el Sacramento de la Penitencia realiza un «encuentro unificador con Cristo». De confesión en confesión, el fiel experimenta progresivamente una comunión cada vez más profunda con el Señor misericordioso hasta la plena identificación con Él, que se alcanza en aquella perfecta «vida en Cristo», en que consiste la verdadera santidad».
A los seminaristas y sacerdotes, el pontífice les recordó que «todos los confesores tienen», por ello, «la gran responsabilidad de ejercer este ministerio con bondad, sabiduría y valentía. Su tarea es hacer amable y deseable este encuentro que purifica y renueva en el camino hacia la perfección cristiana y en la peregrinación hacia la Patria».