Un teólogo desvela la dimensión eucarística de María en la «Pasión» de Gibson

Entrevista con el padre Jesús Castellano Cervera, ocd

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ROMA, miércoles, 5 mayo 2004 (ZENIT.org).- El enlace de la Pasión de Cristo y de la Eucaristía, que subraya la reciente película de Mel Gibson, también contiene una referencia a la dimensión eucarística de María, constata un teólogo asesor del Vaticano.

Para profundizar en los aspectos más relevantes de la película «La Pasión de Cristo», ZENIT ha entrevistado al padre Jesús Castellano Cervera, carmelita descalzo, presidente de la Pontificia Facultad Teológica Teresianum, especialista en estudios marianos y consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

–La película «La Pasión de Cristo» representa la Eucaristía, uno de los misterios centrales del cristianismo. Lo hace en el momento culminante del sacrificio de Jesús con un «flashback» que remite a la ceremonia del pan y del vino. ¿Cuál es su valoración de esta representación cinematográfica de la Eucaristía?

–P. Castellano Cervera: Considero esta intervención muy oportuna. Los Evangelios sinópticos y Pablo relatan la Cena antes de la Pasión, como es sabido, y en ella la institución de la Eucaristía, mientras Juan, que no narra la institución eucarística, envuelve de sentido eucarístico toda la Cena, desde el lavatorio de los pies (Jn 13) a la oración sacerdotal (Jn 17).

La Cena forma parte de la Pasión de Cristo. Entregando su cuerpo que debe ser crucificado y la sangre que debe ser derramada para la remisión de los pecados, Jesús instituye el memorial de su Pasión y muerte redentora, realiza una acción profética, indica el conocimiento de lo que está a punto de ocurrir en el tramo final de su vida.

En la película, esta vuelta atrás une la Pasión con cuanto Jesús llevó a cabo en la Cena. Por una parte indica que en la Pasión se realiza cuanto Cristo había anticipado. La Cena mira hacia la Cruz.

Y a la vez nos recuerda que de aquel hecho histórico, que sucedió una vez para siempre en la Cruz, la celebración eucarística –«Haced esto en memoria mía»– es una «re-presentación», en el sentido fuerte de una «presencia sacramental».

Pero la llamada a la Cena y a la institución de la Eucaristía en el momento de la muerte en la cruz confiere un gran realismo tanto a las palabras de Jesús en la última Cena –cuando anticipa ya sacramentalmente su sacrificio y su ofrecimiento— como también al realismo del sacrificio eucarístico como don total, doloroso y a la vez lleno de amor obediente al Padre y de donación sacrificial a nosotros.

No hay duda: el realismo de la Pasión pone de relieve el «precio» del don del sacrificio eucarístico, aun diciendo con el Concilio de Trento que en la Eucaristía se hacen presentes «la victoria y el triunfo de su muerte» (sess. XIII, cap. 5).

–Un sacerdote ha reconocido que la película de Gibson le ha permitido comprender más a fondo el sacramento de la Eucaristía, en cuanto al significado del sacrificio y de la sangre derramada para lavar el pecado de los hombres. ¿Qué opina?

–P. Castellano Cervera: Me parece justo. Existe siempre el peligro de trivializar la Eucaristía cuando no se mide con el amor con que Cristo la instituyó por nosotros, cuando no se pone en relación con el sacrificio de su muerte y cuando no se celebra como memorial del amor de Cristo por su Iglesia y por toda la humanidad.

El sacerdote que actúa en la persona de Cristo no puede no vivir la celebración buscando identificarse con sus sentimientos, como indican también las palabras del Misal.

Un modo justo de celebrar la Misa, de bendecir al Padre, pedir el Espíritu, ofrecer el sacrificio de Cristo y ofrecerse uno mismo y la Iglesia, junto con la víctima santa e inmaculada, es capaz de crear también en la asamblea un sentido del misterio, y llevarla en el ofrecimiento vivo del sacrificio eucarístico, en comunión con Cristo que se ha ofrecido y sigue ofreciéndose por nosotros. Para después vivir la existencia como un ofrecimiento de amor que busca pagar el amor recibido, si es necesario, como han hecho los mártires, hasta la entrega de la vida.

–Al margen de polémicas, los críticos comparten el hecho de que ninguna otra película había presentado nunca de forma tan precisa la figura de María. La Madre de Jesús vive el drama y el dolor de la Pasión, aún sabiendo que se está realizando el proyecto de salvación. ¿Qué le gustaría comentar a propósito de esta interpretación?

–P. Castellano Cervera: Es justa esta observación. La presencia histórica de María a los pies de la Cruz, según el Evangelio de Juan, es la clave para entender que la suya fue una constante, viva y participada cercanía al Hijo en su hora, la del Hijo y la suya, desde la Cena hasta la Cruz.

María no estaba allí por casualidad, sino porque había seguido los pasos de su Hijo, como fiel discípula y Madre. La película tiene plena razón al dejarla ver en diversos momentos del itinerario de la Pasión. No es una Madre que se echó atrás ante la condena de su Hijo.

Ella está totalmente del lado de Jesús. Pero su presencia humana, el dejarse ver por Jesús, como muestra la película, lleva un mensaje. María quiso hacer presente al Hijo su participación, la conciencia de vivir en profunda comunión con Él, lo que tantas veces tal vez reveló a la Madre, más o menos explícitamente: su pasión, muerte y resurrección

Es una presencia partícipe de comunión, de compasión, de materna asociación, en el realismo de estar cercana, de dejarse ver, de presentarse también sin miedo como la Madre de aquel Hijo condenado.

Cuanto sucede a los pies de la Cruz, según Juan, es expresión verdadera de lo que ha ocurrido en el camino de la cruz. María ha acompañado al Hijo en su agonía. Y ha esperado su resurrección hasta el tercer día.

–Una de las escenas más impactantes de la película está en el momento en que, a los pies de la Cruz, María dice a Jesús: «Es cuerpo de mi cuerpo, sangre de mi sangre». Y en estas palabras se esconde el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. ¿Qué dice al respecto?

–P. Castellano Cervera: No sólo es una referencia al misterio de la Encarnación de la que María es testigo desde el principio hasta el final, desde la concepción hasta la Ascensión. En el drama de la Pasión, María indica que aquella carne que sufre y aquella sangre derramada en la flagelación, a lo largo del camino del Calvario y en la Cruz, es carde de su carne y sangre de su sangre.

En el fondo afirma que existe una «compasión» de la Madre, que siente en su carne y en su sangre cuanto sufre su Hijo, como si cada dolor fuera vivido y sufrido por Ella, con una exquisita sensibilidad materna. Lo sabía. Lo había oído de Simeón como profecía. Pero ahora lo vivía con un realismo tal vez inimaginable.

También en el enlace carne/sangre de la Pasión y de la Eucaristía, propia de la película, existe una referencia a la dimensión eucarística de María, «mujer eucarística». Es de Agustín la frase: «Caro Chirsti, Caro Mariae» [«la carne de Cristo es la carne de María», ndr], referida en primer término a la Encarnación y como consecuencia a la Eucaristía.

–Hay quien la ha calificado de antisemita, anticristiana o demasiado violenta. ¿Cuál es su valoración de la película de Gibson?

–P. Castellano Cervera: No se la puede acusar de antisemitismo. Quien hace un bochornoso papel en la película son los romanos, especialmente los soldados, verdugos terribles y despiadados.

La película me ha gustado en su conjunto. Considero excesiva la versión de la flagelación y por lo tanto del sufrimiento que comporta tras una carnicería semejante el camino del Calvario y algunos extremos de la Crucifixión. Se corre el riesgo de no hacer creíble un sufrimiento tan atroz.

Los Evangelios me parecen, sumad
o todo, más sobrios respecto a los dolores físicos. Para Lucas es más fuerte el dolor y la angustia en Getsemaní, que es un dolor espiritual, pero que se vuelca también en el cuerpo con un sudor de sangre.

Tanto dolor físico corre el riesgo de oscurecer «los sentimientos» de Cristo Jesús, los de su corazón, que son de obediencia llena de amor al Padre y de amor hasta la entrega de la vida por la humanidad. Pablo habla en la carta a los Filipenses de estos «sentimientos» que dan sentido a su padecimiento externo.

Echo de menos en la Pasión el énfasis de la oración sacerdotal de Jesús (Jn 17), verdadero ofrecimiento eucarístico de Cristo de su pasión y muerte por la unidad de todos. No encuentro en forma adecuada la traducción, en lenguaje apropiado, del gran dolor existencial expresado por las palabras «agudas», como las define H. Urs Von Balthasar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

La resurrección merecía algo más. Es la respuesta del Padre a Jesús y a nosotros del enigma de la Pasión. La fuerza salvífica de la Resurrección hace entender el sentido de la efusión de sangre y de la entrega de la vida. Sangre y agua brotaron del corazón de Cristo. Sangre de la redención, pero también Espíritu Santo de la salvación y de la vida del Resucitado comunicada a nosotros.

Tenemos necesidad, como testimonia el Evangelio, de un Cristo que vuelve de la muerte con las llagas gloriosas para decir: «La paz sea contigo». Y de oír que exhala sobre los apóstoles, como dice Juan, para comunicar su Espíritu vivificante. Es así que se cumple y se manifiesta «el triunfo de su muerte».

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ZENIT Staff

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