A mi venerado hermano
Cardenal Renato R. Martino
Presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz
Me ha complacido el ser informado de la celebración del seminario internacional sobre «Pobreza y globalización: financiar el desarrollo y los objetivos de desarrollo del milenio», que está teniendo lugar el viernes, 9 de julio de 2004, bajo los auspicios del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz.
Al expresar mi más cordial saludo a Su Eminencia, a los representantes gubernamentales y a otros distinguidos participantes presentes en Roma con este motivo, quisiera asegurarle mis oraciones y mi apoyo a esta tarea tan importante.
Las condiciones de pobreza extrema que afectan a muchos millones de personas son motivo de gran preocupación para la comunidad internacional. La Iglesia, comprometida con una «opción preferencial por los pobres», naturalmente comparte esta preocupación y apoya con decisión el objetivo del milenio de reducir a la mitad, para el año 2015, el número de personas que viven bajo el umbral de la pobreza. A través de numerosos organismos católicos de ayuda y desarrollo, la Iglesia contribuye a la realización de estos objetivos, prosiguiendo la tarea de Cristo, que vino a traer la Buena Nueva a los pobres, a dar de comer a los hambrientos, a servir y no a ser servido. Lo que se necesita ahora es una nueva «creatividad» en la caridad (Cf. «Novo Millennio Ineunte», 50) de manera que se encuentren caminos más efectivos para alcanzar una distribución más justa de los recursos mundiales.
Se ha hecho mucho para reducir la carga de la deuda que aflige a los países pobres, pero hay que hacer mucho más si queremos que las naciones en desarrollo se liberen de los efectos paralizadores de la falta de inversiones y que los países desarrollados cumplan con su deber de solidaridad con sus hermanos y hermanas menos afortunados en otras zonas del mundo. De breve a medio plazo, el compromiso de incrementar la ayuda exterior parece ser el único camino viable y la Iglesia acoge con agrado la búsqueda de soluciones innovadoras, como la «International Finance Facility».
La Iglesia alienta también otras iniciativas patrocinadas en otras muchas partes del mundo tanto por organizaciones de las Naciones Unidas como por los gobiernos individuales. Al mismo tiempo, el apoyo financiero de las naciones más ricas requiere la obligación por parte de quien la recibe de demostrar transparencia y fiabilidad en el empleo de esa ayuda. Estoy seguro de que tanto los gobiernos de los países ricos como de los pobres asumirán con seriedad sus responsabilidades hacia los demás y con sus pueblos.
Confiando en que sus importantes discusiones den un fruto abundante, invoco la luz del Señor sobre todos los que están participando en este seminario e imparto cordialmente mi bendición apostólica.
Vaticano, 5 de julio de 2004
IOANNES PAULUS II
[Traducción del original en inglés realizada por Zenit]